Jade
–¿Cómo es posible que Rihanna no tenga una estrella en el Paseo de la fama?
Esto es increíble. ¡Estamos hablando de Rihanna! ¡Toda una estrella del pop! Mira que hay nombres desconocidos en esta calle... ¿Cómo no pueden haber pensado en ella? ¡Es la mejor! Vuelvo a mirar la guía electrónica del Paseo de la fama. Busco Rihanna por quinta vez. "Sin resultados"... Vale, esto es indignante.
–No vuelvas a intentarlo, está claro que no tiene ninguna estrella—interviene Derek cuando ve que voy a por la sexta vez.
–¡Es que es increíble! ¿Cómo puede ser?—me quejo.
–A lo mejor se lo ofrecieron y no quiso, igual que mi padre—mi novio se encoge de hombros como si lo que acabase de decir fuera normal.
–¿¡A tu padre le ofrecieron una estrella!?
–No, pero varios agentes se lo han recomendado. Y podría pagárselo—me explica—. Pero no quiere. A lo mejor Rihanna tampoco.
–No te ofendas, pero no puedes comparar a tu padre con Rihanna—le digo con una sonrisita. Él suelta una carcajada.
–Touché.
Seguimos hablando mientras recorremos Hollywood Boulevard. Es una avenida llena de gente —casi todos, turistas— y con el suelo plagado de estrellas. Vemos la de Michael Jackson, Justin Bieber, Katy Perry e incluso la de Mickey Mouse. ¿Cómo narices puede tener un ratón una estrella y Rihanna no? Sin comentarios. Derek me lleva por toda la calle y me enseña el teatro chino y el lugar de la ceremonia de los Oscar. La verdad es que caminamos durante más de dos horas y mis piernas acaban como gelatina, pero disfruto un montón haciendo turismo con Derek.
Caminamos tanto que acabamos en... Bueno, la verdad es que no lo sé. Nos perdemos. Vamos por una calle que en algún momento se ha tenido que cruzar con Hollywood Boulevard y que está menos transitada, pero no tengo ni idea de dónde. Derek hace como que lo tiene todo controlado, pero creo que es más bien al contrario.
–Mira, ahí está la estrella de Eminem—me dice cuando llegamos a una esquina. Vaya, parece emocionado y todo—. Es la primera vez que la veo.
–No vienes mucho por aquí, ¿verdad?—intuyo. Este chico está tan perdido como yo.
–Bueno..., no... No mucho—admite.
–¿Tienes una remota idea de dónde estamos?—inquiero. Él se aclara la garganta y mira para atrás, luego para los lados—. ¿Y si utilizamos el GPS para ubicarnos?
–Yo no necesito eso, Jade. Seguro que estamos cerca del Teatro Dolby... Acabamos de estar allí.
–Hemos estado allí hace media hora—replico—. Y habiendo caminado tanto podríamos estar veinte calles más abajo.
Mi novio me mira con el ceño fruncido, escéptico. Luego vuelve a mirar a su alrededor para intentar ubicarse. Genial. Dado que se niega a reconocer que estamos perdidos, me acerco a un banco, me siento y me cruzo de brazos. A ver cuánto tarda en darse cuenta de que no tiene ni idea de nuestro paradero. Yo me dedico a mirarme las uñas y arrancarme las pieles sueltas. ¿Tanto le cuesta reconocer que se ha perdido? Mira que es cabezota. Sigo dedicándole el cien por cien de mi atención a las uñas, pero es entonces cuando noto caer una gota. Y otra. Y otra. Mierda.
–Está lloviendo—le digo a Derek, que no sé qué demonios está buscando.
–¿Ah, sí?—contesta con ironía. Yo pongo los ojos en blanco.
–Estamos perdidos, Derek. ¿Puedes hacer el favor de mirar el GPS de tu móvil? Lo último que me apetece es pillar un resfriado—refunfuño.
A regañadientes, saca su teléfono y por fin mira dónde estamos. También localiza el coche, así que supone que debemos de estar a unos siete minutos andando. Eso sería una buena noticia... si no estuviera lloviendo. Además, el cielo se ha cerrado y solo veo nubes negras encima de nuestras cabezas.
–Vamos a tener que darnos prisa, va a caer una buena—añade consultando la previsión del tiempo. Y en ese momento un trueno ensordece a todo Los Ángeles—. Ven.
Me coge de la mano y, mirando su móvil, echa a andar calle arriba. Nos arrimamos todo lo que podemos a los edificios para no mojarnos, pero no funciona y nos empapamos igual. Por si fuera poco, la lluvia va de mal en peor; cada vez llueve más. Para cuando volvemos a la estrella de Mickey Mouse está diluviando. Derek camina sorprendentemente rápido y yo soy incapaz de seguirle el ritmo, así que me quedo un poco rezagada.
–Vamos, Jade, que ya queda poco—me anima. La lluvia cae con fuerza y estamos mojados de arriba abajo.
–Estoy un poco cansada—repongo tratando de acelerar el paso.
–No estamos en condiciones de pararnos en un banco a descansar—dice, y yo lo fulmino con la mirada. No sé de dónde saca energía para sonreírme.
Vuelve a cogerme de la mano para cruzar un semáforo, y literalmente me arrastra hasta la otra acera. Después me pasa el brazo por la cintura y me conduce hasta el aparcamiento. Por fin. Nos metemos en el coche lo más rápido que podemos, y es entonces cuando me doy cuenta de la barbaridad de agua que está cayendo en Los Ángeles. Las ventanillas parecen cascadas; casi no puedo ver el exterior. Después me dedico a mirar el aspecto que tenemos. Parece que acabemos de salir de una piscina. Ambos tenemos el pelo y la ropa empapados.
–¿Tienes frío?—me pregunta mi novio cuando ve que estoy abrazándome a mí misma.
–Bueno..., un poco. Es igual—le quito importancia, pero lo cierto es que me estoy preguntando por qué narices me he puesto una camisea tan fina esta mañana.
–Creo que tengo una sudadera por ahí atrás. Póntela—me ofrece mientras pone en macha el coche.
Miro los asientos traseros, y efectivamente, hay una sudadera gris de cremallera tirada de malas maneras. Bajo la atenta mirada de Derek, me quito la camiseta que llevo para ponerme su ropa. Oigo que se le intensifica un poco la respiración, y al mirar me doy cuenta de que sus ojos no se apartan de mis tetas. Me río y niego con la cabeza, y aunque sea bastante divertido ver a Derek embobado con mi cuerpo, me apresuro a taparme con su sudadera y subir la cremallera.
Cuando ya no hay ni un centímetro de mi torso visible, Derek sale del trance en el que estaba y sale del aparcamiento. Decido callarme y no reprocharle nada, básicamente porque llueve a cántaros y no quiero distraerle de la carretera. Si no estuviésemos en estas circunstancias, lo más probable es que empezara a chincharle por haberse quedado atontado, y seguramente acabaríamos haciendo cosas que no se pueden hacer al volante.
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Blanco y Negro
Romance"He tenido la maldita suerte de ganar el sorteo para hacer un intercambio con un instituto privado de Estados Unidos. A pesar de mis constantes quejas, mi madre me ha obligado a irme a vivir allí un curso entero. ¡Un curso entero! Ocho largos meses...