Canela

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Jade

Derek es idiota. No me puedo creer que me haya comprado un collar como este. Es precioso, Dios, es lo más bonito que me han regalado en mi vida, pero debe de costar más que toda mi casa. Y la nota... ¡La maldita nota! Mentiría si dijera que no tuve que contener las lágrimas mientras la leía. Era una declaración de intenciones: me aconsejaba sustituir mi viejo collar por el nuevo, y lo he cumplido a medias. Me armé de valentía y me quité el colgante jade que he llevado toda mi vida, pero no lo tiré. Mi cuello estaba vacío sin el accesorio, y en cuanto me probé el precioso collar de Derek, me enamoré de cómo me quedaba al instante. No me lo he quitado desde entonces, y debo admitir que me siento genial con él en el cuello.

Dejo de toquetear y mirar el collar para echar un vistazo a mi alrededor. Todos están saliendo del instituto, volviendo a sus casas y cogiendo sus coches. Yo estoy de pie en las escaleras principales esperando a ver aparecer a Emma, que ha accedido a quedar conmigo y de paso venir a buscarme. Supongo que le he dado pena: no he dejado de repetirle lo mucho que echo de menos a Derek.

Derek... ¡Cuánto le echo de menos! Solo han transcurrido dos días desde que se fue, pero parece que haya pasado una eternidad. Hoy me las he tenido que arreglar para sobrevivir en el instituto sin él, cosa que ha sido de todo menos fácil. He llegado tarde porque me negaba a coger el coche y me he visto forzada a venir en autobús; he comido sola y casi no he abierto la boca en todo el día. Nadie se ha dignado a acercárseme y hablarme, pero yo tampoco es que tuviera muchas ganas de entablar conversación. La mayoría de mis compañeros me parecen ricachones que están demasiado ocupados contando billetes.

Al cabo de unos minutos, un bonito Toyota rojo se hace paso entre los Ferrari, Lamborghini y Audi que ocupan el aparcamiento. Sé al instante que se trata de Emma, ¿quién más se atrevería a adentrarse en este bosque de coches caros con un Toyota? Sonrío y bajo los pocos escalones que me quedan hasta el asfalto, donde le doy un amistoso abrazo a mi amiga.

–¡Vaya!, ¡estás hecha toda una colegiala!—bromea mirándome de arriba abajo. Me muero de vergüenza; odio esta falda y estas manoletinas.

–No sabes lo mucho que lo odio—mascullo encaminándome hacia el asiento de copiloto.

–Me lo puedo imaginar—responde con una risita. Yo pongo lo ojos en blanco.

Emma no tarda en arrancar y salir del recinto del Saint Anne. Conduce con cuidado y poco a poco, justo lo contrario que Derek y yo. A nosotros nos encanta dejarnos llevar y correr por la carretera, coger giros bruscos... ¡Mierda!, ya estoy pensando otra vez en él. Tengo que distraerme.

–¿Adónde me llevas?—curioseo. Me ha dicho que nos lo pasaríamos genial.

–De compras—contesta, y yo no puedo evitar afogar una exclamación.

–¿¡Otra vez!?

–Es broma, tranquila—me dice riéndose—. No vamos a ir de compras—me tranquiliza, y yo suspiro. No sé qué habría hecho si tuviera que haber ido siguiendo a Emma de una tienda a otra con la cartera vacía—. Vamos a mi residencia, en el campus. Allí te presentaré a mi compañera y más tarde saldremos con Will. ¿Qué te parece?

–Suena bien—sonrío. Pisar la UCLA es una de las cosas que me quedaban por hacer en Los Ángeles.

–Bonito collar—me dice pasados unos minutos—. ¿Es nuevo?

–Sí, me lo regaló Derek antes de irse—una sonrisa tonta se me posa en los labios.

–Sí que le echas de menos, ¿eh?

–¿Por qué lo dices?—le pregunto un poco alterada. ¿Es tan evidente?

–Porque se te ha puesto una sonrisa de tortolita cuando lo he mencionado... Ah, y por si lo habías olvidado, me has enviado más de veinte mensajes hablando sobre cuánto le echas de menos—me recuerda, y yo me echo a reír.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora