Azul de Prusia

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Derek

–Sí, te lo pagaré todo. Mañana te transferiré el dinero a tu cuenta, no te preocupes—le repito a Joshua por enésima vez.

–No te olvides, ¿eh?—su voz por teléfono móvil es más irritante que de costumbre.

–Que no—pongo lo ojos en blanco aunque no me vea—. Oye, tengo que ir a cenar, hoy ha llegado el chico de intercambio y no quiero llegar tarde.

–De acuerdo, nos vemos, Derek—musita—. Más te vale pagarme mañana.

–Como vuelvas a repetírmelo no vas a ver ni un solo dólar—le amenazo aunque no es cierto. Cuelgo.

Dejo el móvil en la mesilla de noche y me peino un poco con los dedos. Tiro del bajo de mi jersey para que no se me forme ninguna arruga y abro la puerta de mi habitación. Echo a andar hacia el comedor y por poco no me choco con una de las hijas de la señora de la limpieza.

–¿Podrías decirle a tu madre que limpie mi baño? Hay un poco de suciedad en la mampara—aprovecho el momemnto para informarla.

–¿Perdona?—arquea una ceja y se cruza de brazos, como si no se creyera lo que le estoy diciendo.

–¿No me has oído? Tu madre...

–¡Mi madre no trabaja para ti!—alza la voz, interrumpiéndome. ¿Pero quién se cree que es?

–¿Qué estás diciendo?

–No soy ninguna limpiadora, ¡soy la estudiante de intercambio!—replica, y frunzo el ceño. ¿Pero qué dice?

Me fijo más en ella. Es una chica rubia, con el pelo ondulado y despeinado. Sus ojos avellana son tan grandes que incluso parecen saltones. Tiene una pequeña nariz redonda y unos labios anchos y carnosos. Va vestida como una vagabunda y no encuentro pizca de maquillaje en su rostro. Ya que lleva ropa tres tallas más grande que la suya, no puedo saber a ciencia cierta si es de constitución delgada, pero lo parece. Es bastante baja para la edad que aparenta; yo le echaría quince.

–¿Tú?—le espeto después de un rato en el que hemos estado observándonos mútuamente—. Creo que te equivocas.

–No, sois vosotros los que estáis equivocados—se atreve a decir—. En el informe ponía que era un chico y vaya... ¡Soy una chica!—se señala a sí misma.

–En el informe ponía que tu nombre era Jade.

–¿Y? Jade también es un nombre de chica—se defiende.

–La agencia nos dijo que tenías diecisiete años—replico tratando de encontrar más argumentos para negar la tontería que acaba de decir.

–¿Y cuántos crees que tengo?

–¿Quince?—rueda los ojos ante mi suposición.

–Tengo diecisiete, imbécil—me suelta, como si llamarme imbécil fuera lo más normal del mundo.

–¿Acabas de llamarme imbécil?

–Eh, tranquilízate—me da un suave golpe en el brazo, instantes en los que me siento tremendamente sucio.

–¿Cuándo has llegado?—inquiero apartándome un poco para que no vuelva a tocarme.

–Esta tarde me ha recogido Charlie del aeropuerto—contesta mientras analiza y juzga mi jersey de lana. Por la forma en que lo mira, no creo que le guste mucho.

–¿Quién es Charlie?—busco su mirada para que me mire a los ojos.

–¿No sabes quién es Charlie?—por fin alza la cabeza.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora