Verde helecho

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Derek

Desde que hemos vuelto a casa, Jade ha estado comportándose de una forma muy extraña. Parece molesta conmigo, está muy a la defensiva. No ha dicho nada en todo este rato, y ahora, en la cena, sigue igual de callada. No entiendo nada; estos días hemos estado estupendamente, han sido maravillosos. Creo que es la relación que mejor he empezado. <Probablemente porque a ella la quieres de verdad>, me recuerdo a mí mismo. Me duele que Jade no hable conmigo y que se encierre en su mundo, quiero saber qué le pasa. Soy su novio, joder, puedo ayudarla en lo que sea. Quiero ayudarla. Nunca me había sentido tan desesperado por ayudar a alguien y saber qué le sucede.

La vuelvo a mirar. Está frente a mí, dándole vueltas a los raviolis que ya deben de estar más que fríos, Jessica nos los ha servido hace un buen rato. Sus ojos avellana parecen tristes y están clavados en el mantel de la mesa. No ha dicho ni una palabra en toda la cena, algo que es muy raro en ella. Hoy solo parece tener ganas de hablar mi padre, y gracias a su aburrido monólogo no nos hemos visto inmersos en un silencio sepulcral.

Una vez mis padres y yo dejamos el plato vacío, con un inaudible susurro Jade se excusa y sube al primer piso. Mierda, ¿qué le pasa? Como si de un reflejo se tratara, me levanto para ir tras ella.

–Hijo—interviene mi padre—, siéntate, por favor.

–No tengo más hambre, y tengo que hablar con Jade—replico con un notable cabreo en mi voz.

–Necesita estar sola—contesta, y yo me echo a reír.

–¿Y tú qué sabrás, papá? Jade es mi novia y yo la conozco mucho mejor que tú, así que déjame en paz—le espeto dándome la vuelta para ir escaleras arriba.

–Pero...

–Victor—mi madre se mete en la conversación, interrumpiéndole—, déjale, ellos pueden arreglar sus cosas solos.

Agradezco a Dios que mi madre tenga un poco de cabeza y me encamino a la habitación de mi novia. ¿Se puede saber por qué mi padre tiene que meterse donde no le llaman? Hace ya varios días que estamos saliendo, debería superarlo.

Me detengo delante de la puerta, nervioso. Cuando Jade se enfada suele tener razón, y no puedo evitar repasar todos mis movimientos en caso de que alguno haya podido llegar a enfadarla de esta manera. Nada; no se me ocurre nada. Miro el pomo y dando un paso adelante lo giro lentamente. Inmediatamente me arrepiento de no haber llamado: Jade está sentada en la cama, llorando.

–Vete—me suelta girándose para que no vea sus lágrimas.

Mierda, nunca la había visto llorar de esta manera, y se me desgarra el corazón al ver tantas lágrimas descendiendo por sus preciosas mejillas. No sé qué le pasa, pero debe de ser muy grave. Ignorando su petición, cierro la puerta y me acerco a la cama.

–He dicho que te vayas, Derek—dice con un tono de voz cortante que no me gusta un pelo.

–No voy a irme hasta que me digas qué te pasa—replico fingiendo una tranquilidad totalmente falsa.

–Vete, por favor—me suplica quebrándosele la voz. Joder... Odio verla así. ¿Por qué no quiere que la consuele? ¿Es que no sabe que puede confiar en mí pase lo que pase?

Me acerco al extremo del colchón donde está sentada, pero ella se levanta y se aleja todo lo posible de mí. ¡Joder!, ¿pero qué he hecho para que se comporte de esta manera? De veras que no se me ocurre nada, ¡hoy hemos estado genial! ¡Esta semana hemos estado genial! El espacio que acaba de crear entre nosotros no hace otra cosa que romperme el corazón. Sus ojos, humedecidos, muestran tristeza y miedo. Joder; ya estoy hecho polvo, y ni siquiera sé por qué está comportándose de esta forma.

–Jade...—murmuro alzando una mano para tocarla, pero se aparta—, sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad?

Mis palabras lo único que hacen es provocar que más lágrimas desciendan por sus mejillas. Unas lágrimas silenciosas; unas lágrimas que me duelen. Jade niega con la cabeza y se abraza a sí misma.

–No puedo confiar en ti, Derek—susurra. Se le vuelve a quebrar la voz.

–Joder, Jade; te quiero más que a nada, ¿por qué no ibas a poder confiar en mí?—veo cómo sus ojos se entristecen (aún más) al escucharme.

¿Qué demonios le pasa? Me cabrea que no quiera creerme. Pensaba que estaba claro que la quería y que podía contar conmigo en lo que fuese. Hace tiempo que dejamos atrás esas preocupaciones; ni siquiera puedo contar las veces que le he dicho que la quiero durante estos días. Y ella lo sabe, Dios, ¡lo sabe de sobra! ¿A qué viene esto? No tiene ningún sentido que ahora diga que no confía en mí.

–Contéstame—le exijo. Me lanza una mirada llena de indignación.

–¿Que te conteste?—exclama, incrédula. Se ríe irónicamente aún con lágrimas en los ojos—. ¡Dime por qué engañaste a tantas chicas!

–¿Qué...?

–Renée me lo ha explicado. Me ha explicado que la mentiste, igual que a muchas otras chicas antes—la mezcla de rabia y tristeza que emite su voz se queda flotando entre nosotros como una nube. ¿Que Renée le ha dicho qué? Será zorra, ¿por qué le ha contado eso? Tenía que venir esa idiota a sacarle brillo a las gilipolleces que he hecho con mis anteriores parejas.

–Jade, no ha habido "muchas" antes de ti, ¿vale?—mi novia suelta una risita irónica, pero en sus ojos veo que no le ha hecho ni puta gracia.

–¡Me da igual si han habido diez, cinco o una, Derek! Lo que importa es que las engañaste—me reprocha con la voz cargada de decepción—. No sería de extrañar que me engañaras a mí también.

–¿Qué has dicho?—no puedo haberlo oído bien. No puede ser...

–¡Que no sería de extrañar que me engañaras a mí también!—chilla mientras sus pómulos se empapan de lágrimas.

–Júrame por Dios que no volverás a decir eso, Jade—le suplico cogiéndola del brazo y acercando su rostro al mío.

–¿Para qué quieres que te lo jure?, ¿para que cuando me engañes puedas jactarte en mi inocencia?—me ladra conteniendo los sollozos. Joder... ¿¡Cómo puede llegar a pensar eso!? Voy a matar a Renée—. ¿Ves?, por esto no quería una relación—añade en un susurro. Le suelto el brazo.

–Pensaba que había quedado claro que te amaba—contesto apartando la mirada—. No entiendo cómo puedes pensar que voy a engañarte. Kim, Renée y las otras chicas me importaban una mierda..., pero tú, Jade, tú me importas más que nada. Jamás te engañaría porque te quiero de verdad, porque estoy enamorado de ti hasta límites que ni yo conocía. ¡Por Dios...!, ¿es que no ves lo diferente que eres a todas esas chicas?

Noto cómo la rabia crece en mi interior según las lágrimas de Jade aumentan. ¿No le ha quedado claro que la amo? ¿Que a ella la amo de verdad? Ni loco, ni ebrio, ni celoso la engañaría. Simplemente no podría. Sería incapaz de follar con una mujer que no fuese Jade, ¡y eso que aún no lo he hecho con ella!

–No lo sé, Derek...—murmura pasados unos segundos—. A Renée también le dijiste que la querías y que era el amor de tu vida.

Nunca hubiese pensado que sería tan doloroso ver dudar a la mujer que amas de ti mismo. ¿Qué puedo hacer para que me crea? ¿Qué puedo hacer para que sus dudas desaparezcan, para que se dé cuenta de que la quiero con locura? Me está empezando a doler el pecho; verla tan triste y destrozada me mata. Odio vernos así. Odio ver cómo lo que habíamos construido durante estos meses se desmorona. No pienso aguantarlo ni un solo segundo más.

–¿Qué tengo que hacer para que creas en mí?—le pregunto con un hilo de voz.

Jade suspira, se seca las lágrimas con la manga de su camisa y pasa de largo. Me giro con la esperanza de que diga algo, pero lo único que hace es encerrarse en su baño después de murmurar lo que espero que no haya sido "nada".

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora