Bermellón

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Derek

Jade lleva durmiendo más de doce horas. Sé que es una dormilona, pero hoy va a batir su récord personal, lo tengo claro. Después de que ayer la llevara casi en brazos a mi cama y la ayudara a desvestirse, cayó rendida bajo mis sábanas y aún sigue durmiendo. Deben de ser más de las once y media de la mañana. Supongo que eso de amenazar a unos gilipollas, tener un accidente y bailar durante horas en una misma tarde debe de cansar bastante.

Vierto la masa de tortitas en la sartén con cuidado de que me quede redonda. He decidido darle una pequeña sorpresa y prepararle unas tortitas para desayunar, sé que le vuelven loca. Mientras le sirvo zumo de naranja en un gran vaso siento un familiar olor a violetas detrás de mí, y sé que ya se ha despertado. Me giro para darle los buenos días.

Tiene el pelo revuelto y una marca en la mejilla de la almohada. Lleva los pantalones de lana gruesos que le dejé anoche y mi camiseta. Ahora que lo pienso, va vestida de pies a cabeza con mi ropa. Sonrío cuando da unos pasitos hacia mí, pero en lugar de abrazarme o besarme, me quita el vaso de zumo de las manos y se lo lleva a los labios.

–¿No hace mucho frío para que vayas sin camiseta?—es lo primero que me dice cuando se despega el vaso de la boca y lo deja en la isla de la cocina.

–Buenos días a ti también—gruño dándome la vuelta para atender a las tortitas.

–Perdona...—murmura, y noto cómo me abraza por la espalda—, aún estoy algo dormida—se excusa.

–Llevas doce horas durmiendo.

–Estaba muy cansada—se encoge de hombros y me regala un beso en la mejilla—. ¿Tortitas?

–Las estaba haciendo para ti—murmuro fijando la vista en la sartén.

–¿En serio?—parece sorprendida y feliz. Me vuelve a abrazar, esta vez más fuerte—. Gracias. Te quiero.

Esas dos palabras provocan en mí la cálida sensación que tengo siempre que las pronuncia. Es como si las escuchara por primera vez, creo que nunca llegaré a acostumbrarme a que las diga. Le doy la vuelta a la masa de la tortita mientras mi novia se pone de puntillas para besarme la mandíbula.

–¿Es cosa mía o me lo dices porque te estoy haciendo el desayuno?—enarco una ceja y me giro para mirarla. Pone los ojos en blanco y se apoya en el mármol, delante de mí.

–Te lo digo porque te quiero, idiota—suspira—. Y además, me encanta que me hagas tortitas—sonríe. No puedo evitar esbozar una sonrisa.

Dejo a un lado la sartén y camino hasta estar frente a ella. Le cojo la cara entre mis manos y me inclino a besarla, llevo queriendo hacerlo desde que la he visto despierta. Jade me recibe, encantada, y abre la boca para dejarme hacer todo lo que quiera. La agarro por los muslos y la subo a la encimera sin dejar de besarla. Enrosca sus piernas por mi cintura para atraerme más a ella mientras pasa sus pequeñas por mi torso desnudo. Joder... Ojalá no estuviésemos en la cocina, en mi habitación podría hacerle de todo. Me separo unos centímetros y la miro, risueño. Sus labios me piden a gritos que la siga besando.

–¿No vas a decirme que tú también me quieres?—susurra con una sonrisa. Me la contagia.

–Te quiero, Jade—y dichas esas palabras le regalo un corto beso en los labios—. No sabes cuánto—añado después.

Interrumpiendo la bonita escena que habíamos creado, mi padre entra por la puerta con un periódico bajo el brazo. Ya se ha vestido con una de sus camisas blancas perfectamente planchadas y lleva unos pantalones chinos azul marino. Siempre va vestido así, me pregunto si tendrá más ropa en el armario. Normalmente saldría de entre las piernas de Jade porque es una posición algo íntima, pero hoy me apetece cabrearlo.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora