Amarillo cromo

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Derek

Jade está increíble. Pensaba que no le daría tiempo a arreglarse como Dios manda, pero Jesús, está impresionante. No le puedo quitar los ojos de encima mientras se acerca al garaje. Se ha planchado el pelo, y su precioso rubio está sedoso, suave y suelto. Como le ha crecido el pelo desde que llegó, liso le llega casi por la cintura, y debo admitir que eso la hace aún más sexy. Se ha puesto un jersey ceñido al cuerpo que enmarca perfectamente sus tetas redondas y unos tejanos bastante ajustados que le quedan de infarto. Viste unos tacones negros que —para mi sorpresa— sabe llevar como una modelo de Victoria's Secret. Supongo que durante estos meses ha aprendido a andar con ellos, porque la primera vez que la vi en tacones parecía un pato mareado.

Cuando está lo suficientemente cerca veo que no lleva maquillaje, pero no me extraña en absoluto: puedo contar con los dedos de una mano las veces que la he visto con pintura en la cara. Hay que reconocer que no la necesita, está guapa con y sin maquillaje. Me ofrece una sonrisa cuando llega a mi altura.

–¿Qué miras, Harford?—se cruza de brazos.

–Estás guapísima—le digo, y a continuación le doy un beso en su pequeña nariz.

–Tú tampoco estás mal—repone. Arqueo una ceja: lo único que he hecho yo es ponerme un polo.

Llevo mi mano a su mentón y me la quedo mirando unos instantes antes de besarla. Ella me corresponde, encantada, y pega sus dedos a mi pecho. Abro un poco la boca para meter la lengua, pero Jade aprovecha el gesto para morderme el labio inferior y dar por finalizado el beso.

–Será mejor que nos vayamos—murmura.

–Conduzco yo—me apresuro a decir—. Podríamos repetir lo de antes, ¿no crees?—ronroneo contra su cuello. Solo de recordar lo de esta tarde me vuelvo loco. Ha sido tan... genial.

–No. Lo que hemos hecho es peligroso, y no quiero tentar a la suerte.

–Esta tarde no estabas tan concienciada, ¿eh?—la chincho. Jade pone los ojos en blanco y se separa de mí.

–Conduzco yo—anuncia—. El trayecto es corto y ya me sé el camino a la universidad.

Echa a andar hacia mi Ferrari como si le hubiera dado permiso y se acomoda en el asiento de conductor, cómo no. Cedo y yo me dejo caer en el de copiloto, no tengo ganas de reclamar mi coche, y menos a Jade; es una batalla perdida. Aunque ya me ha comentado que se sabe el camino, no deja de sorprenderme lo bien que se mueve por la ciudad. Lleva el coche como si hubiese vivido en Los Ángeles toda la vida y este trayecto no fuera más que la rutina diaria. Me pone a cien lo bien que se le da, y si añadimos el vivo recuerdo de lo que ha pasado esta tarde... <Derek, contrólate.>

Aparcamos al lado de la UCLA; Will me ha dicho que el edificio donde se celebra la fiesta está al lado. Con la ayuda del GPS conseguimos llegar a la dirección indicada, y no es hasta que estamos metidos en el ascensor que Jade decide compartir lo que piensa:

–Me esperaba un sitio diferente—mira de reojo el espejo roto del ascensor.

–Yo también—admito en un suspiro. La verdad es que me imaginaba la casa de alguna fraternidad; no el piso de un edificio viejo.

No tardamos en llegar a la quinta planta, donde se puede adivinar con facilidad cuál es el piso en el que se celebra la fiesta. El quinto tercera huele a alcohol y tabaco y se oye música estridente desde fuera. Además, hay un chico apoyado en la puerta con una botella de vodka bajo el brazo. Jade me mira un poco alarmada, pero yo me encojo de hombros y me acerco. Seguro que la fiesta no está tan mal.

–¿Contrasssseñaa?—nos pregunta el chico, que, tal y como suponía, va como una cuba. Después se empieza a reír de su propia broma y se hace a un lado para dejarnos pasar.

–Gracias—farfullo mientras giro el pomo y entramos en el piso.

Vaya..., pues sí que está tan mal como pensaba. Casi no hay espacio para movernos por el piso; esto está atiborrado de gente. Además, es bastante pequeño y la música y el humo se mezclan para dar lugar a una desagradable sensación. No llevo ni veinte segundos dentro y ya me duele la cabeza. Tras dar un rápido repaso a los invitados, me doy cuenta de que, una vez más, nosotros somos los más pequeños. La gran mayoría son universitarios de primer y segundo año; espero que no sea muy evidente que Jade y yo aún vamos al instituto. Me giro a mirar a mi novia, y la veo con la nariz arrugada y el ceño fruncido. Está claro que no le gusta esta fiesta. Probablemente se esté arrepintiendo de haber aceptado la invitación y de no haberse quedado en casa.

–Qué asco de fiesta—lo que dice no hace más que confirmar mis sospechas.

–Lo sé—suspiro haciéndome hueco entre dos parejas que solo Dios sabe lo que están haciendo.

–No me importaría irme—rezonga cruzándose de brazos.

Por un momento me planteo salir de aquí, volver al coche y arrancarle ese estúpido jersey que tanto me pone. Tengo que admitir que eso es lo que me apetece; no quiero quedarme en este minúsculo piso rodeado de universitarios bebidos o fumados. Antes de que pueda llevármela fuera de aquí y embelesarme con sus deliciosas curvas, alguien me da unos golpes en el hombro para saludarme.

–¡Aquí estttáis! Pensssssábamos que no ibáisss a vvveniir—Will nos ofrece una sonrisa que apesta a alcohol.

–Nosotros también—masculla Jade, y tengo que aguantarme las ganas de soltar una carcajada.

–Ya... No es la mejor fiesta—dice Emma apareciendo por detrás. Se encoge de hombros.

–¿A quién se le ocurre juntar a más de cincuenta personas en un piso de, como mucho, sesenta metros cuadrados?—mi novia sigue quejándose.

–Eh..., relajaosss. Si hay mússica y alcohol, lo demmmás no imporrrrtta—interviene Will alzando su vaso de plástico.

–Siempre y cuando no seas asmático—refunfuña Jade refiriéndose a la gran cantidad de humo que hay sobre nuestras cabezas.

–¿Eresss asmáttticaa?

–No—contesta ella algo cortante. Creo que aún le tiene un poco de manía a mi amigo por lo sucedido la semana pasada.

–Entonncesss, ¿cuál ess el probbblema?—dice con una risita. Por suerte para todos, un chico interrumpe la conversación impidiendo así que Jade siga asesinando a Will con la mirada.

–¿Qué hay, chicos?—creo que se trata de la brillante mente a la que se le ha ocurrido montar una fiesta aquí.

Saluda a Will y a Emma y más tarde se nos presenta a Jade y a mí. Efectivamente, es el propietario del piso y quien ha montado la fiesta. Se excusa diciendo que no sabía que vendría tanta gente, pero por cómo lo dice, no lo parece. Al menos tiene el detalle de prepararnos unas bebidas y traérnoslas.

–¿Queréis sentaros?—nos propone cuando nos da los vasos a todos—. Creo que van a jugar a la oca. Será entretenido.

–¿"La oca"?—inquiere Jade claramente escéptica—. ¿El juego para niños?

–Es otro tipo de oca, guapa—repone el amfitrión guiñándole un ojo. Se me tensan los músculos y aprieto la mandíbula. Ese "guapa" sobraba.

Nos dirigimos a la sala de estar, donde hay dos sofás enfrentados rodeando una mesa baja. Hay bastante gente alrededor de esta, y solo yo y Emma podemos sentarnos en el sofá. Will se apoya en la pared y Jade se sienta en el suelo, a mis pies. No es hasta que alguien chilla que quiere empezar cuando veo bien "la oca". Es un tablero como el del juego clásico, salvo por unas casillas con retos y preguntas que no me gustan un pelo.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora