Morado

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Jade

Menos mal que había un pastel en la nevera y no nos hemos muerto de hambre, porque la cantidad no la hemos calculado del todo bien. Los macarrones de sabor no estaban malos; han superado nuestras expectativas con creces. Después de comer, Derek se ha tumbado un rato en el sofá y yo he salido a la terraza a tomar el sol con un libro en mano. Debo admitir que esta vida de ricos y gente multimillonaria no está tan mal, al fin y al cabo. Es más: podría llegar a acostumbrarme. Victor y Alice hace ya varias horas que deberían haber vuelto, pero según Derek suelen despistarse y siempre vuelven más tarde de lo prometido. Así pues, ya eran las ocho y media cuando hemos decidido pedir comida china para cenar. Bueno, lo he decidido yo, porque mi acompañante no paraba de decirme que pedir comida a domicilio "no es propio de alguien de su categoría". Yo le he dicho que si tanto le molestaba pedir comida china, que cocinara él mismo la cena. Obviamente, ha cedido.

–No ha estado tan mal—farfulla cuando ya ha vaciado su caja de fideos.

–¿Ves?, seguro que la comida rápida te gusta más de lo que piensas. ¿No te cansas de comer todos los días comida de alta calidad?—inquiero llevándome un montón de fideos a la boca.

–¡Claro que no! ¿No te cansas tú de comer siempre comida basura?

–Claro que no—repito su respuesta haciéndole reír.

Me llevo otro montón de fideos a la boca bajo la atenta mirada de Derek. Me extraña que no se haya ido; él ya se ha acabado toda su comida. Lo que tampoco entiendo es por qué me gusta que se haya quedado. No me molesta lo más mínimo su compañía —cosa que ya es rara de por sí— y disfruto bastante de nuestras charlas intercambiando insultos en broma. Después de todo, me cae bien. Tengo que admitir que a primeras me había parecido un niño rico algo imbécil que lo único que le importa es el dinero de su padre, pero resulta que debajo de esa imagen hay un chico divertido y agradable. Además, es guapo a más no poder.

–¿Vas a comerte lo que te falta o no?—su pregunta me saca de mis pensamientos—. Llevas dos minutos mirando el fondo de la caja como si un fantasma te hubiera poseído.

Levanto la cabeza, desorientada, y me encuentro a Derek mirándome con una media sonrisa odiosa y los ojos llenos de diversión. Vale, a lo mejor me había quedado un poco empanada, pero no hacía falta que se riera de mí.

–Oh, cállate—pongo los ojos en blanco y apuro los restos de fideos que quedan en la caja de cartón.

Me pongo en pie y tiro el envoltorio y los palillos a la papelera. Derek me imita. Cuando la mesa ya está limpia, nos quedamos mirándonos sin saber muy bien qué decir. No es la primera vez que estamos solos una noche, pero es diferente estarlo aquí que en Beverly Hills. Me pregunto si es porque esta casa es más pequeña, porque aquí no hay personal de servicio o porque nos llevamos mejor que antes.

–Eh..., Buenas noches, Derek—le digo antes de que el incómodo silencio se prolongue más.

–Buenas noches, Jade.

Me giro con el corazón dándome brincos al oír mi nombre en su boca y subo las escaleras lo más rápido que puedo, dejándolo solo en la planta inferior. Me encierro en mi dormitorio y corro a mirarme al espejo. ¿Desde cuándo me preocupa mi aspecto? Se me ha aflojado un poco la coleta que me había hecho antes y llevo algunos pelos rebeldes sueltos. Gracias a Dios, no tengo muchas ojeras y mi cara está bastante presentable. Suspiro. Me acerco a la ventana para mirar el mar de noche. La luna se alza en el cielo y el agua la refleja. Madre mía, es precioso. Salgo de mi habitación para ver mejor el paisaje. A hurtadillas, subo las escaleras que llevan a la terraza superior y me estremezco cuando el aire frío entra en contacto con mi piel. Me abrazo a mí misma mientras camino hasta el borde y contemplo la inmensidad del océano.

Blanco y NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora