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Tauro y Leo estuvieron juntos por cinco años. Comenzaron a salir cuando tenían dieciséis. Al principio, su relación era completamente normal, pero, con el tiempo, Tauro se había dado cuenta de que su novio ya no era el mismo.
–¡¿Donde estabas?! –preguntó Leo, al ver a su novia entrando al departamento que compartían desde el año anterior.
–Te dije que iría a estudiar a la casa de Capricornio –respondió Tauro, intentando mantener la calma. –Además, también te dije que llegaría para cenar, recién son las siete y media.
–¡Pero es casi de noche! Sabes que no me gusta que vayas a la casa de tus amigas de noche. Tampoco me gusta que salgas sola, deberías haberme pedido que te llevara.
Ella murmuró una disculpa para evitar problemas y fue a ducharse. Siempre era así. Desde que se habían mudado juntos, él encontraba una razón para gritarle todos los días. "¿Por qué sigo acá?" se hacía esa pregunta cada noche. Lloraba en la ducha, para que él no se enterara. Se ponía como loco si ella lloraba. La única razón por la que Tauro seguía ahí era porque tenía la esperanza de que el chico con el que había estado cuando tenía dieciséis volviera. El le decía que la amaba y que era hermosa, no le gritaba para que se cambiara de ropa o que era una inútil. El la llevaba a cenar, no la encerraba en el departamento mientras salía con sus amigos. El le daba libertad, no controlaba por completo cada uno de sus movimientos.
Salió de la ducha y se vistió, esperando poder evitar cualquier conversación con Leo hasta la cena. Por desgracia, eso no fue posible.
Tauro estaba cocinando, cuando él entró a La Cocina, molesto. Llevaba una carta en la mano, ella maldijo para si misma.
–¿Que es esto? –preguntó él.
–Una carta –respondió ella.
–NO TE HAGAS LA IDIOTA –gritó –¡ME VAS A DECIR PORQUE UNA UNIVERSIDAD TE MANDO UNA CARTA!
Con la mano temblorosa, ella tomó el sobre blanco y lo abrió. Había aplicado para una universidad que no estaba muy lejos. Siempre había querido estudiar arquitectura, pero Leo no se lo había permitido. Su madre la había ayudado a inscribirse en secreto, ella esperaba que, cuando la aceptaran, Leo decidiera ignorarlo.
–Me aceptaron –murmuró.
–¡¿CUANDO APLICASTE?! ¡¿COMO SE TE OCURRE HACER ALGO ASI SIN PREGUNTARMELO?! No quiero que vuelvas a salir de esta casa sin mi compañía ¿Está bien? No vas a ir a ver a tu familia ni a tus amigos, y menos a esta mierda. Yo puedo mantenernos a los dos.
El tiró la carta al cesto de basura y la quemó con un fósforo. Sabía que se estaba comportando como un idiota, pero también sabía que, si dejaba que ella saliera y conociera a otras personas, lo dejaría. No podía permitir eso bajo ningún término. Salió de La Cocina y ella terminó la cena.
