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"Qué idiota" pensó Escorpio, mientras veía a Leo peleando con otro chico. Ya era la segunda vez esa semana. Y era martes. Nunca había entendido su necesidad de meterse en tantas peleas, pero si sabía que algún día terminaría lastimado de verdad.
Escorpio y Leo solían ser amigos, pero ella se alejó de él cuando comenzó a meterse en peleas y ese tipo de cosas. A decir verdad, él la extrañaba bastante, pero Escorpio había dejado claro que no quería saber nada de él.
–No entiendo porque te cae mal –dijo Libra, la mejor amiga de Escorpio.
–Porque él no era así. No sé quien es ese, pero no es mi Leo.
Libra alzó una ceja al escuchar el "mi". Siempre había sospechado que había algo más entre ellos, las miradas en el pasillo, la fugaz expresión de preocupación y decepción en el rostro de Escorpio cada vez que él se metía en una pelea, como él parecía buscarla después de cada pelea. Tenía que haber algo más ahí.
–Ya te dije, Libra, no pasa nada con Leo. Éramos amigos, no me gustó que fuera tan agresivo con otras personas y nos alejamos –dijo por centésima vez, antes de que las dos se alejaran para tomar caminos diferentes y dirigirse a sus respectivas casas.
Escorpio estaba a punto de abrir la puerta de su casa cuando alguien apareció detrás de ella, haciendo que se sobresaltara.
–¿Puedo entrar? ¿Por favor? –era Leo, estaba jadeando y parecía bastante asustado.
Sin saber como reaccionar, Escorpio abrió la puerta y lo dejó pasar. No hizo falta que le preguntara porqué estaba ahí. Por la forma en la que miraba por la ventana era más que obvio que lo estaban persiguiendo.
No sabía que decirle. Ni siquiera la miraba a los ojos. Leo ya le había hecho eso demasiadas veces, y no podía mentirle. A ella no.
–Me metí con los tipos equivocados y ahora me buscan para saldar cuentas.
Había visto odas las reacciones posibles. La había visto llorar, gritarle e incluso fingir que nada había pasado, pero todavía no se acostumbraba a la mirada de decepción. Dudaba que fuer a hacerlo.
–¿Por cuento tiempo vas a seguir así? –le preguntó ella, con los ojos vidriosos–¿Querés que te maten?
–No...
–¿Entonces?
Quería una respuesta. Llevaba mucho tiempo esperándola. No podía simplemente aparecer en su casa sin previo aviso cada vez que tenga un problema. Y por lo menos esa vez estaba sano, ya había perdido la cuenta de la cantidad recortes y moretones.
–No lo entenderías...
–Tenés razón, no lo entiendo. Pero igual date dejo entrar a mi casa y te cuido, u solo te pedí una cosa: que no te metieras en más problemas de los que ya tenías, pero nunca me haces caso.
