Capítulo 17

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Los pasos de la chica hacían eco a través de la oscura cueva donde apresuradamente quería salir. Ojos rojos como la sangre, pelo largo y negro al igual que la noche, risa sonora y escalofriante.

- Aléjate.
Gritaba ella, su voz a penas audible a causa de los jadeos de cansancio que soltaba.
- No te... acerques...

Dakotsu sabía que no había posibilidad de salir con vida de ese lugar, no con la enorme herida que tenía en el estómago y con el hecho de que no quería dañar a aquel ser que se lo había provocado.
Estúpida.

- ¡Ven aquí y demuéstrame de lo que eres capaz!.
La voz se acercaba cada vez más y el corazón de la chica no podía estar más desesperado.

Los ojos rojos volvieron a su mente, y con voz sin sentimiento alguno lo oyó en su cabeza.
- No temas, él no te hará nada si te lo propones. Eres una joven poderosa Dakotsu, demuéstrale tu poder.

La chica tragó saliva y se detuvo ante una piedra buscando estabilidad. Al voltear nuevamente, escuchó los pasos de el quien la había herido.

La melena larga y plateada del chico hizo que Dakotsu levantara la vista; Naraku tenía razón y no dejaría que aquel Hanyou terminara con ella.

- Así que aquí te escondes.
Apuntó el extremo afilado de su enorme espada en dirección a la chica y sonrió de lado mostrando sus blancos colmillos.
- No me importa que seas una mujer. ¡Sigues siendo la reencarnación de Naraku!.

Dicho lo último, él dió un salto hacia la chica y lo único que hizo ella fue bajar levemente la mirada con una sonrisa; muy diferente a la suya, muy contraria a la tierna Dakotsu. Una sonrisa similar a las tantas sonrisas oscuras de aquel demonio Naraku.

- ¡Muere Dakotsu!...

Y entonces el silencio reinó.

La respiración de ambos era tranquila pero, algo había cambiado; una gota de sangre había tocado el frío suelo de piedras y el silencio comenzó a romperse poco a poco al oírse como la respiración de uno de ellos variaba de ritmo a una más rápida.

La chica lentamente acercó su rostro a la de él para que los ojos de ambos se encontraran. Los ojos de Dakotsu chispaban de un intenso negro, llenos de fuego mientras que los de él se apagaban conforme pasaban los segundos.

- No, Inuyasha.
Flexionó su brazo hacia sí misma quitando las garras realmente afiladas que había incrustado en el pecho del chico. Éste dejó escapar un agudo gruñido y se dejó caer en el suelo observando a la chica, mientras ésta a su vez lo admiraba con aquella sonrisa realmente escalofriante. Mentalmente agradecía que Suikotsu se la hubiera prestado sin ningún problema.
- No seré yo la que muera aquí.

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