Capítulo 42

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Mientras tanto en la aldea...

Kagome había despertado temprano, como todos lo días. Realizó su rutina habitual y se encargó de salirse un poco de ella como solía hacerlo últimamente, para poder llevarle algo de desayunar a la joven pelinegra.

Admitía que sentía algo especial por aquella niña, le recordaba a ella misma, solo que por alguna extraña razón, aún había algo que intrigaba a la sacerdotisa. La niña no era un demonio o un ser espectral, pero aún así, sentía una pequeña energía emanar de ella. Debía aún así mantenerla vigilada.

Pero a pesar de que solo hubo querido eso al principio, el cariño hacia Dakotsu creció poco a poco.

Kagome no había tenido hijos.y Dakotsu perdió a sus padres.

Tal vez solo era el juego del destino, dar un poco y cuando ya te acostumbras, te lo arrebatan.

Kagome no quería pensar en eso, sonrió un poco y se acercó a donde dormía la niña, más no la encontró. Ninguna de sus cosas estaban allí y cuando se acercó, algo se enredó entre sus pies; hilos metálicos.

La sacerdotisa quedó muda, no encontraba ninguna relación a esto, pero se sentía como una punzada en el pecho que ya había visto venir desde el primer momento que la niña había sido llevada a la aldea.

- ¡Inuyasha!

•••

- ¿A dónde llevan sus rastros?
Preguntó la sacerdotisa unos minutos después de haber estado siguiendo los pasos de la niña.

Subida sobre el hombro de Inuyasha, observaba a los costados por si encontraba algún rastro. No es como si no confiara en el agudo olfato del Hanyo, sino más bien lo hacía para evitar mostrarse un poco preocupada.

Dakotsu aún solía sufrir ataques de fiebre, con la anciana Kaede trataban de ayudarla pero aún así solían pasar un par de horas para que se le pasara.

- ¿Y si su fiebre fue que la llevó a escapar?. Tal vez la cegó, tal vez...
Su mente generaba ideas que ni siquiera sabía de dónde salían. Conocía personas que alusinaban cuando la fiebre era muy alta. Solo quería encontrarla.

- Kagome.
Interrumpió Inuyasha y ella siguió dónde se encontraba su mirada. Habían armas rotas, hojas por todas partes. Pero aún así, no encontraba eso tan inusual.
- Estuvo aquí. Su rastro desaparece justo debajo de aquel árbol.

Kagome bajó de su espalda y observó el lugar donde se había indicado anteriormente. No había nada allí.
- ¿Dónde habrá ido?.

Inuyasha gruñó un poco a lo lejos.
- No lo sé. Pero aquí apesta a lobos.
Él se estaba frotando la nariz para cuando la sacerdotisa se dirigió hacia él.

- Pudieron habérsela llevado. Se trata sólo de una niña, Inuyasha. Debemos encontrarla, ir con ellos.
La voz de la mujer era firme, y tomando un pequeño impulso, volvió a subirse a la espalda de Hanyo a la par que oía pequeñas quejas por su parte.

- ¿Quieres ir a la manada de perros peligrosos? ¿Porqué no sólo dejas que ella arregle sola sus asuntos?.
El albino iba a mencionar algo más, pero la mirada molesta de la sacerdotisa hizo que se callara a la par que su semblante demostró algo así como susto. Segundos después se recompuso y suspiró.
- Esta bien.

Sin más quejas, se encaminaron hacia el rastro que habían dejado los lobos en su huida. Conforme más avanzaban, Inuyasha comenzó a sentir mala espina. Sabía que se trataban de demonios lobo, pero no los reconocía a pesar de que parecían familiares.

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