Capítulo 74

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El ataque de Inuyasha terminó destruyendo la mansión y aquel pequeño segundo de distracción, fue suficiente para que Dakotsu aprovechara la situación. Una sonrisa diferente a la que solía tener la chica, que, a pesar de permanecer seria la mayor parte del tiempo, ésta sonrisa no era suya.

Hilos oscuros se materializaron a los lados, creando espinas que parecían apuntar hacia el Hanyo y la sacerdotisa.

- Tal vez es mi día de suerte, podré acabar con ambos, ¡de una vez por todas!.

Una nueva sensación en el ambiente, el aroma a sangre impregnando la atmósfera. Jadeos de sorpresa y algunas gotas del líquido carmesí manchando las mejillas de Kagome. Al abrir los ojos, se encontró tirada en el suelo, boca arriba y con Inuyasha sobre ella como si se tratara de una barrera, podía ver el cómo las puntas negras sobresalían de su pecho, por donde su sangre se deslizaba hasta llegar a la punta y terminar cayendo sobre su propio cuerpo.

- I... Inuyasha...
Logró mencionar la sacerdotisa. Tenía los orbes completamente abiertos. Un par de segundos después, aquellos objetos dejaron el cuerpo del hanyo, quien cayó a un costado sobre la tierra. Kagome, sintiendo que ya no se encontraba poseída por Ren, decidió moverse para llegar hasta el Hanyo. A quien acomodó su cabeza sobre sus rodillas. Algunas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
- Inuyasha...

- Vaya...
Se oyó mencionar por parte de la chica de orbes carmesíes.
- No esperaba que te cubriera. Y si se daba el caso, al menos pensaba que la agujas llegarían también a alcanzarte. Es una lástima. Tendrás que verlo morir, en vez de morir con él.

Kagome apretó los ojos al mismo tiempo que su mandíbula. Inuyasha se dio cuenta de que aquello había molestado a la sacerdotisa. Como pudo, elevó una de sus manos a la mejilla de su contraria, pero ella negó y se puso de pie tras dejar al hanyo en el suelo. Tomó su arco, al igual que una flecha y apuntó hacia Dakotsu. Un aura de energía espiritual comenzó a formarse a su alrededor, al mismo tiempo, una lágrima rodó por sus mejillas.

- Perdóname, Dakotsu...
Mencionó ella, dejando que más lágrimas bajaran por sus mejillas.
- Perdóname por no haberme dado cuenta antes y por no haberte podido ayudar.

Aunque aquello pareciera una despedida, aunque aquello podría tomarse como si estuviese por destruir lo que más quería proteger... como si aquello fuera posible...

Dakotsu sólo rió, esperando el ataque.
- Adelante.
Y cerrando los ojos, abrió los brazos. Como dándole luz verde para que pudiera atacarla. Si es que podía.

Kagome apretó los ojos. Sus manos temblaron y de repente, el recuerdo de cuando habían encontrado a Dakotsu se le vino a la mente. Tenía la apariencia de una niña en ese entonces, parecía estar por quebrarse a causa de todo por lo que había tenido que pasar... no... no podía hacerlo.

Cayó de rodillas y dejó su arco junto a la flecha en el suelo. Sus uñas se clavaron en el suelo mientras que su mirada se elevó hacia donde se encontraba Dakotsu. No había podido protegerla... al igual que había pasado con Kaoru... si no podía protejer a los seres que la rodeaban, ¿cómo seguiría protegiendo a los demás?.

- Es una lástima.
Escuchó de repente. Unos hilos de color negro tomaron el arco y la flecha de Kagome, para seguidamente alcanzarlos hacia Dakotsu. La chica los tomó y los estudió. Luego volvió la mirada hacia la sacerdotisa, tenía los ojos medio opacados, ya habían perdido aquel brillo que poseía la chica cuando a penas se habían conocido. Era misteriosa, pero al mismo tiempo... seguía siendo una niña. ¿Dónde estaba ahora? ¿Tal vez encerrada en lo más profundo de aquel cuerpo controlado por aquel monstruo?.
- Tú no te mereces hacerte llamar una sacerdotisa. No eres capaz de proteger nada.
Continuó Dakotsu, como si hubiese podido leer los pensamientos de Kagome y utilizarlos en su contra. Desplegó el arco y acomodó la flecha, apuntando hacia la sacerdotisa.
- Y por ello, serás testigo de la muerte de alguien más a quien amas.

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