Capítulo 27

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El humo negro se apoderó de aquella aldea, los monstruos de encontraban descontrolados y destrozando todo lo que se les atravesaba.

La pelinegra, pasible y en posición de meditación, se hallaba sentada sobre una roca al pie de la sombra de un frondoso árbol. Su mente meditaba sobre su siguiente paso, el más complicado ya que el verdadero juego comenzaría en el momento que el Hanyou pusiera un pie dentro de los confines de la aldea.

- Dakotsu. ¿Estás segura de esto?.
Una voz masculina finalizó la meditación de la joven, ella levantó la vista y el hombre notó la determinación en sus orbes oscuras.

- Ha llegado el momento, Kohaku.
La chica se puso de pie y lo miró seria, pero en su interior estaba asustada, no lo demostraría aún así. No delante de nadie.

El mencionado levantó su arma y en un fácil movimiento cortó el pecho de Dakotsu, ella mordió su labio inferior para evitar gritar, pero aún así un agudo gemido de dolor escapó de los mismos. Era un corte perfecto, pero aún así no era suficiente, cualquiera podría notar que aquella herida había sido causada con un arma.

- Ve... A las afueras de la aldea... Busca al Hanyou... Que venga...
Dakotsu presionaba su herida con fuerza, casi ya no podía permanecer de pie. Cuando observó al hombre desaparecer entre el espesor del humo, ella caminó a tropezones hacia el centro de todo el caos que había causado y se dejó caer cerca de una aldea en ruinas por las llamas.

En el cielo, los demonios se arremolinaban los unos con los otros, en busca de más víctimas a las que asesinar. Dakotsu ya comenzaba a ver borroso, pero aún no era suficiente; esto debía parecer un ataque de aquellos monstruos.

Dejó caer sus defensas y al momento que su sangre llegó a ser aspirada por los mismos, ellos bajaron en picada.

Lo último que Dakotsu pudo sentir fueron mil garras atacando su piel antes de que nuevamente sus defensas subieran, haciendo que los demonios desaparecieran completamente.

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Kohaku parpadeó aturdido y confundido al no recordar lo que había ocurrido. En un momento había estado debajo de un árbol oyendo a los aldeanos hablar sobre una amenaza a las afueras de la aldea, algo sobre un demonio en forma de cangrejo y ahora, su cabeza no paraba de dar vueltas.

Ladeó la cabeza al sentir el aroma de algo picoso ingresar por sus fosas nasales.
- Humo.
Su vista de fijó en la escalera de humo que se alzaba a lo lejos. No estaba seguro si se trataba de un bosque siendo quemado o algo así.

- Kohaku!.
Oyó una voz femenina llamarlo, aquella era familiar y la reconocería en cualquier sitio, hasta en la cueva más oscura.

Una leve sonrisa se formó en sus labios al observar a la dueña de la misma.
- Hermana, Sango.

Y con ella en monje Miroku, Kagome e InuYasha.

- ¿Este es el sitio InuYasha?.
Preguntó Miroku una vez que se reunieron con Kohaku.

El Hanyou asintió y luego arrugó la nariz.
- No cabe duda. Es aquí.

Todos se dirigieron al lugar, atentos por si algún demonio se les aparecía. De repente, el exterminador sintió algo.
- Por aquí.
Le era extraño, pero tenía la sensación de que necesitaban ir en esa dirección.

- Miren, hay alguien por allá.
Al cruzar aquella montaña de escombros y mientras más se acercaban, una figura humana pudo observarse yaciendo en el suelo. Kagome se detuvo y observó el cuerpo de la chica.
- ¡Aún respira!.

- Debemos llevarla lejos de este lugar.
Cuanto antes se traten sus heridas sabremos qué ocurrió aquí.
El monje aún no estaba completamente seguro de que habían atacado la aldea buscando algo.

Todo esto parecía bastante sospechoso ya que se trataba de un lugar de pescadores, gente que no acostumbra a tener problemas y mucho menos poseía objetos valiosos que los demonios quisieran poseer. Aún así, eso no era lo más importante; debían llevar a la joven a salvo.

- Llevemosla con la anciana Kaede.
Dijo InuYasha después de haber pasado la mayor parte del tiempo en silencio.

- Es una buena idea.
Delicadamente, Kohaku cargó a la joven y junto a todos se encaminaron fuera de la aldea.

La sensación de vacío que se creó al momento de aparecer en un lugar completamente remoto aún seguía en el, haciendo que la idea de que algo no andaba bien se materializase en su mente y que de la nada la volviera a perder. Debía hablar con alguien sobre ello, pero primero, debía poner a la niña que tenía en brazos a salvo.

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