9) Soledades

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Los codos de Snape se hincaban en la superficie de la mesa. Sus manos tiraban de su cabello y rascaban con rabia su cuero cabelludo, arrancando pequeños trozos de piel.

Dos nombres muy influyentes pululaban en sus pensamientos, iban y venían entrecortadamente, se mezclaban. Hechos reales del pasado y elucubraciones respecto al futuro pasaban ante sus ojos sin filtro alguno, intercalándose.

Uno de esos nombres era Tom Riddle, más conocido como Lord Voldemort, su "amo". Sí, entre comillas, porque hacía mucho tiempo que había abandonado el oscuro nido del Señor Tenebroso y había ido revoloteando como un pajarillo perdido hasta que halló amparo bajo el ala de un majestuoso fénix.

Snape llevaba años pensando que Él estaba a punto de descubrir su traición, si no la conocía ya y estaba jugando con él. Aunque mucha gente sabía que intentar manipular a Severus Snape era como intentar estafar a un mafioso.

Muchas preguntas rondaban la mente de Snape acerca del plan de Dumbledore. No era por ser egoísta pero, ¿y si Voldemort le mataba? Cuando él revelara su verdadera lealtad hacia Dumbledore, el Señor Oscuro olvidaría al instante tantos años de servicio y lo mataría a sangre fría. Puede que ni siquiera se "esforzara" en humillarle antes de hacerlo.

-Al fin y al cabo- pensó, -ya me habré humillado yo bastante.

Esa era una de las posibilidades. La otra era que, como había dicho Albus, Voldemort no lo asesinase. En ese caso... ¿sobreviviría Harry? No podían saberlo, porque la única vez conocida que el encantamiento había sido usado era con la muerte de Lily Potter, provocando la cicatriz en la frente de su hijo y salvándolo cuando Voldemort pronunció el Avada Kedavra contra él. Lo malo de que solo hubiera sido usado una vez era que no tenían garantía de que funcionara en cualquier otra circunstancia en la que fuera conjurado. Y eso era un problema.

El otro nombre era Harry Potter, hijo de su mejor amiga y su peor enemigo, uno de sus alumnos más odiados hasta la última semana y al que anoche, sin embargo, le había hecho el amor apasionadamente.

Le preocupaba. Todo le preocupaba.

Porque no sabía qué quería el chico de él, ni siquiera si él podía dárselo. Porque sabía que la siempre temida pregunta sería formulada más pronto que tarde:

¿Qué somos?

Porque no era joven, pero él sí.
Porque sabía mucho, pero él no.
Porque estaba prohibido, pero ambos lo querían.

¿El qué? No lo sabía.

Y eso le preocupaba. Casi tanto como los veinte largos años de diferencia entre sus edades, como las miradas indiscretas a las que normalmente era inmune, como el peligro acechante para ambos desde su antebrazo izquierdo, como la vulnerabilidad y el riesgo que los sentimientos conllevaban, como la inevitable profecía que había que cumplir, como la culpa, aquella vieja compañera que lo acompañaba desde aquel maldito día en que escuchó la profecía acerca del Elegido, aquel omnipresente pensamiento de que, si se hubiera quedado calladito, quizá una guerra (o dos) podrían haberse evitado.

Se levantó de golpe, tan repentinamente que la sangre huyó de su cerebro y tuvo que volver a sentarse para no caerse a causa del mareo. Se dio cuenta de que había estado apretando la quemadura de la palma de su mano todo el rato, y le escocía de manera insoportable. Volvió a intentar levantarse cuando se recuperó del vértigo. Estaba sudando la gota gorda y tenía hambre, aunque hasta ese momento no se había dado cuenta. Miró el reloj. La hora de comer estaba casi acabando, debía darse prisa.

Apartó el armario hacia un lado con un movimiento de varita (ya lo recogería después), agarró su capa y salió del aula con unas pocas grandes zancadas, cerrando la puerta con el hechizo resistente a Alohomora que tan acostumbrado estaba a conjurar.

Antes de Tiempo /SNARRY/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora