35) Sangre

2.6K 284 33
                                    

Al día siguiente, miércoles, Harry se levantó muy temprano. Su primer pensamiento fue para Severus e inmediatamente miró la hora en su reloj despertador. Las siete y media de la mañana.

Se vistió a toda prisa, cogió su mochila y bajó al Gran Comedor para desayunar con los alumnos más madrugadores. Comió poco y rápido, y seguidamente se fue, bajando al primer sótano a toda carrera.

Lo lógico habría sido ir a la enfermería, sí, pero conocía a Severus, maldita sea. Sabía que ese hombre tenía la cabeza dura como una puta piedra y que, si no quería ir a la enfermería (y Harry podía asegurar que no), no iría ni aunque se estuviera muriendo.

A Potter nunca le parecieron más largos los corredores, avanzando por ellos pisando fuerte, casi con rabia, haciendo la mochila rebotar en su espalda y su túnica abierta ondear ligeramente. Tenía una sensación en el pecho, una especie de opresión, un mal presentimiento, un miedo. Porque no era buena idea dejar solo a un hombre muriendo de dolor.

Sí, tenía miedo de que Severus pudiera cometer alguna estupidez para acabar con el dolor si él no estaba allí para detenerle.

Y cuanto más pensaba en ello, más crecía el miedo, más se convencía de que debió buscarlo la noche anterior. Debió detener los planes, no debió dejar que fuera con el Lord. No debió permitirle mentir por su seguridad entregándose a una tortura segura.

Llegó a la puerta del despacho de Severus, murmuró un rápido Muffliato y llamó a la puerta con fuerza. Como temía, no pasó nada. Aporreó la puerta, una, dos, tres veces, con ambas manos. Gritó su nombre. Pero no hubo respuesta a nada de aquello.

Su temor de que Snape hubiera hecho una tontería para acabar rápido con el dolor creció y se convirtió en una fuerte ansiedad.

Quizá... quizá estaba muerto, o quizá estaba demasiado débil para abrir la puerta, y como estaba insonorizada desde dentro Harry no podía oírle, o quizá le había pillado justo en medio de una réplica... Esa maldición, esa nueva tortura que Voldemort estaba aplicando era simplemente demasiado poderosa, capaz de debilitar a un enemigo durante doce horas. Capaz de torturarlo hasta hacerlo enloquecer, hasta provocar que quisiera... suicidarse.

El corazón de Harry latió más rápido si aquello era posible, y desesperadamente metió la punta de la varita en la cerradura que Severus había inventado y de la que estaba orgulloso. Tenía, a toda costa, que entrar ahí.

Se acordó de que Severus siempre murmuraba una contraseña al entrar, pero Harry nunca la escuchaba suficientemente clara como para entenderla. Tenía sentido, era una contraseña, se supone que no se deben ir gritando por ahí.

Harry empezó a probar con contraseñas que se le ocurrían, pero evidentemente no logró nada. Sin permitirse siquiera el lujo de llorar, volvió a aporrear la puerta, pero nadie abrió, como era de esperar.

Exhausto, se sentó en el suelo contra la madera de la puerta. No conseguiría entrar. Y tenía más que claro que Severus le necesitaba.

Desesperado, rebuscó en su mochila el libro del Príncipe Mestizo, que siempre lo sacaba de tantos apuros. Era consciente de que Severus probablemente no tenía nada que ver con el libro y que ni por asomo la contraseña de la puerta de su despacho estaba en él, pero necesitaba aferrarse a la esperanza de que así fuera.

Su fe absoluta en el dueño original de aquel libro y en sus anotaciones le llevó a mirarlo página a página durante un buen rato observando todo lo escrito a mano. Algunas veces encontraba alguna palabra que en su ensoñación le sonaba parecida a la contraseña que había oído en labios de Severus y la probaba en la cerradura, sin éxito. Estaba empezando a impacientarse cuando, a más de la mitad del libro de texto, encontró una anotación con el título minuciosamente subrayado de "Cerradura" y la descripción de un mecanismo de autoría propia con (para absoluto deleite de Harry) una lista de posibles contraseñas debajo.

Antes de Tiempo /SNARRY/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora