Capítulo 5

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"28 de septiembre de 1991"

Aquel sábado, empezaría una rutina para Bonnie y Nicky. Habían quedado para llevar un rato a los niños al parque.

Sergio puso a jugar con Michelle y a Mary en un columpio. Él les impulsaba con suavidad.

Su madre se sentía muy orgullosa de él en momentos como ese. El pequeño era un buen chico que adoraba a su hermanito.

—Nicky, he estado pensando sobre lo que me pediste consejo en relación al niño. No es un tema sencillo, y puede que lo que se me ha ocurrido no te guste.

—¿Qué es?

Lo que se le había ocurrido a Bonnie es dejarle ir solo al colegio un día a la semana. Si se portaba bien, si hacía caso a las instrucciones de Nicky y respetaba las normas que esta le imponía, podría ir totalmente solo al colegio los viernes. Los otros cuatro días semanales tendría que hacer el camino acompañado por ella.

_Entre estas normas, estará el no acercarse al Caserón de los Williams. – Señaló Bonnie.

—No sé...

—Tú eres su madre. Te corresponde a ti decidir. Pero este pueblo no es la ciudad. Es más seguro, aunque ningún lugar lo sea completamente. Aunque, mira esto. ¿Qué puede suceder aquí? – sonrió.

Nicky se lo pensó con tranquilidad. Era algo complicado, al menos, para ella. Todos los padres del pueblo dejaban ir a los niños al colegio desde los cuatro años. Al fin y al cabo, casi todos estaban en las calles para despedir a sus hijos. Esto junto a que en el pueblo nunca pasaba nada, que Sergio fuera solo al colegio con sus amiguitos, no suponía un peligro.

—¿Estás segura de que es una buena idea?

_Si. Creo que sí. Un día a la semana. Nada más. Si todo va bien, podrías dejar que fuera algún otro día.

Nicky quería cambiar de tema. Era algo que sabía que era bueno para el niño, para ella, pero no quería seguir hablando del tema.

—¿Os adaptáis bien al pueblo?

—A qué te refieres. – Contestó Bonnie.

—Habéis hecho un gran cambio. De vivir en Madrid, una ciudad tan grande a un pueblo como este...

—Por el momento sí. Está claro que hay mucho contraste.

—¿Hay algo que extrañes?

—Cosas pequeñas. En la ciudad había ruido, aquí no; en la ciudad la vida es muy acelerada, aquí no.

Bonnie notaba, sobre todo, el silencio. Por las noches, el tráfico en Madrid no desaparecía. Estaba tan acostumbrado a él que no lo notaba. Desde que se mudó al pueblo, lo echaba de menos. No creyó posible que echaría de menos el murmullo de los coches pasando por las calles o el escándalo de la gente yendo de fiesta hasta los tantos.

El ajetreo que llevaba en la ciudad no lo echaría de menos. En Oeste-Village tenía mucho más tiempo para disfrutar de su Charles y de Mary. Su vida familiar había ganado en calidad considerablemente.

Sí era cierto que le gustaría poder ir al teatro, al cine o a alguna librería con la misma frecuencia que cuando vivían en la ciudad, pero era algo con lo que podía vivir. Estas cosas podían ser suplidas con la compra de películas por internet o libros en páginas especializadas.

Y había ganado una buena amiga. Con las personas que se llevaba bien en Madrid no podía estar segura si su relación era por conveniencia o de buenos sentimientos. Pocas de estas relaciones podían considerarse tan fuerte como la que había hecho con Nicky en tan pocos días.

—Si te digo la verdad, Nicky, aunque llevo poco tiempo aquí, me siento muy bien. No lo cambiaría de nuevo por la ciudad. Al menos, por ahora.

—Ya irán saliendo los inconvenientes de estar viviendo en un pueblo – bromeó –. Te terminarás aburriendo.

Charles se había quedado en casa trabajando. Un poco antes de que su esposa e hija regresaran a casa, comenzó a preparar la cocina.

A lo que él se refería, no estaba tan convencido como su mujer de que el cambio fuese positivo. Le preocupaba el futuro de Mary. Cuando creciera, tendría que coger el autobús diariamente para ir al instituto. Pensar que cuando quisiera ir a la universidad tendría que mudarse y estar sola en un piso de estudiantes, no le hacía mucha gracia. Aunque sí le gustaba que pudiera ir y venir sola al colegio si así lo quería.

Cuando Bonnie y la niña regresaron a casa, la cena ya estaba lista. Solo tenían que sentarse a la mesa.

Él estaba muy callado. Bonnie no sabía qué podía estarle pasando.

—Está todo bien, cielo – le pregunta.

—Sí, claro. Solo es que no sé si lograré acostumbrarme a vivir en un pueblo. Tienen cosas, costumbres un poco extrañas.

—A qué te refieres.

Charles suspiró. Era una tontería. Le preocupaba más que Mary tuviera que salir del pueblo cuando creciera que aquello. Aunque intentaba no pensar hasta llegado el momento.

—A la casa que se ve desde la carretera.

—¿La casa Williams?

—Si. Hay una paranoia generalizada con esa casa. Nadie quiere acercarse a ese lugar.

—¿Te han hablado de ella?

—No, no. Bueno...

—Cuéntamelo.

Mary comía con ansia cada cucharada de puré de verduras que su madre le daba mientras Bonnie escuchaba a su marido.

—Cuando he ido a por el pan, unas señoras estaban hablando de la casa Williams. Estaban recordando las travesuras que hacían allí cuando eran niñas. Cosas normales, pensé.

Se quedó en silencio durante unos segundos.

—Una de las mujeres dijo que, la última noche que estuvo ahí pudo ver a una luz dentro. A esto, otra señora contó que ella había escuchado gritos dentro del edificio. Cosas muy tontas, como ves. Todas tenían historias así.

—¿No pensarás que eso es real?

—No. Pero no sé si para Mary es un buen ambiente.

Bonnie suspiró. Son cosas de pueblo. Normales en estos lugares.

—En Madrid también había historias sobre ciertos lugares. Y no solo de uno.

Bonnie le contó que Nicky no quería dejar ir solo al colegio a Sergio por la casa, por las travesuras que todos los niños hacen allí. Esto hizo que él se pusiera aún más alerta.

Tras tranquilizarle, acostaron a la niña y se fueron a dormir.

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