Capítulo 41

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"2 de Enero de 1992"

La salida y entrada de año había ido bien. Todos los vecinos del pueblo habían estado celebrándolo en la plaza mayor.

Había sido una fiesta pasado por nieve. A las once de la noche comenzó a parar y no había parado en toda la noche.

Por mucho que el tiempo fuera adverso, todos estaban de fiesta. Poca gente estaba en casa pasada la media noche. Únicamente los que tenían hijos o se hacían cargo de los pequeños de algún amigo, estaban en casa.

Por una vez, Nicky se quedó a cargo de sus hijos y de Mary.

Debido al tiempo, Bonnie se había estado sintiendo mal el primer miércoles y jueves del año. Había empezado a tener fiebre.

Aquel día, la profesora tuvo una visita.

—Buenos días – saludó Aiden a Charles al abrirle este la puerta –. ¿Está la señorita Bonnie? Me gustaría hablar con ella.

—Si. Pasa, corazón – e respondió –. Está en el salón con la niña.

Aiden se quedó en la puerta del salón mirando a su profesora, que no se había dado cuenta de que él estaba allí. Fue la niña quien se fijó en la visita. Gracias a ella, su madre se pudo dar cuenta de que tenían compañía.

Bonnie se levantó e hizo pasar al niño. Dejó a la niña con su padre y comenzó se sentó a hablar con el pequeño.

—¿Qué haces aquí? – Le preguntó al niño. – ¿Cómo sabes dónde vivo?

—Esto es un pueblo. Todos saben dónde vive todo el mundo.

La profesora suspiró. Tenía razón todos sabían lo que sucedía o no en la vida de cada uno.

—No te quedes en la puerta. pasa.

El niño cerró la puerta a su espalda.

Se hizo el silencio entre ellos. Bonnie esperaba a que el niño se decidiera a contarle por qué estaba en su casa.

—Bueno, Aiden...

—Oh, sí, perdón. – Se disculpó el niño. – Quería contarle algo, señorita.

—Dime.

Bonnie le sirvió una taza de chocolate caliente. Había mucho frío. Con esa bebida caliente haría que entrara en calor.

—Hace algunas noches, soñé algo. Justo antes de fin de año, el día treinta, durante la siesta.

La profesora no sabía qué decirle. Tener sueños era algo muy normal. Ella misma había tenido un sueño ese mismo día. Y fue horrible. Prefería no recordarlo.

—Bueno, es algo habitual.

—Este no, señorita.

¿Qué decirle? No entendía nada.

—Explícamelo.

_En él salía usted, señorita, pero no con su cara. Aunque físicamente la mujer a la que vi y usted eran diferentes, estoy segura de que era usted.

El niño le contó los detalles del sueño.

La mujer que confundió con ella era una chica alta, de pelo moreno y piel muy clara, casi tanto como la del propio niño. Sus ojos eran grises y achinados, totalmente al contario que los de Bonnie, que eran más bien redondos. Tenía un carácter fuerte, casi malhumorado.

La profesora comprendió lo que le diferencia de aquella mujer, aunque no conseguía saber por qué la relacionaba con ella.

—Es como si el resplandor que emana cada una de sus almas fueran iguales. – Estoy seguro, señorita, que era usted.

—Bueno, dime de qué iba, en qué situaciones te encontraste.

Bonnie se quedó helada al comprobar que habían soñado exactamente lo mismo. Eso era imposible.

—Señorita, ¿está usted bien?

—Si, cielo –. Le respondió.

Decidió no contarle al niño que ella también había soñado lo mismo. Obviamente no se había visto la cara a sí misma, por lo que no podía saber si en ese dato también coincidían. Aunque el resto, era todo igual.

Aquello era una locura. ¿Cómo dos personas habían podido soñar con lo mismo?

Bonnie pensó fríamente en algo en lo que el niño le había dicho. En todo habían coincidido, hasta en el más pequeño detalle.

—Aiden, ¿Había muchos niños en tu sueño? – Le preguntó disimuladamente. – Si fuera así, podías haber soñado con un juego y te asustaste por nada.

—No. No lo sé. No estoy seguro si yo era un niño. No me veía a mí mismo.

—¿Le has contado a tus padres esto?

—Si.

—¿Qué te han dicho?

—Nada, señorita. Que solo ha sido una pesadilla, que no tengo por qué preocuparme.

—¿Y tú crees que te tienes que preocupar por algo?

Aiden asintió.

Bonnie sabía qué era exactamente lo que le tenía que decir, aunque sospechaba que no era cierto del todo.

—Tus padres tienen razón– respondió –. Solo es un sueño.

—Entonces, ¿por qué salía usted en él?

—Aiden, no era yo, cielo. Era otra mujer. No teníamos el mismo rostro, ¿verdad? – Él negó con la cabeza–. Entonces no era yo. ¿Hay algo que te preocupe?

El niño se encogió de hombros. No había nada que le hiciera sentirse mal ni cosa alguna que en la cabeza.

Se sintió mal por las palabras de la profesora.

—Señorita, creo que es mejor que regrese a casa – le dijo con voz triste–. Muchas gracias por atenderme en sus días libres y disculpe las molestias.

Bonnie se quedó perpleja. Aquella visita había sido extraña y no solo porque el niño compartiera el mismo sueño con ella. 

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