Capítulo 77

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"20 de Abril de 1992"

Aiden se había acostumbrado a ir al colegio solo. Aunque le esperaba cada mañana al final de la calle, este seguía sin querer ir a verle. No podía decirle lo que estaba sucediendo. Las cosas no iban de esa manera y lo sabía. Por más que quisiera contárselo y, aunque las circunstancias le permitieran hablar del tema, no podía desobedecer a su padre. Esto no iba a hacer que se rindiera con su amigo.

Bonnie intentaba mantener la relación con ese niño a raya. Era su alumno y quería tratarle únicamente como tal. Al hablarlo con Charles, estuvo de acuerdo con su esposa en esta decisión. De una forma u otra, ese chico le había causado daño a Sergio. A saber, qué problemas le podía dar a su familia.

Estaban siendo unos días, como poco, extraños. Las cosas se iban a enrarecer aún más cuando Charles pudo tener una cita con Diego Sánchez, el cura del pueblo. El sacerdote llamó al empresario al empresario.

_Buenos días, señor Brown. – Saludó el párroco. – Hace unos días estuvo usted por la parroquia y me dijo que quería consultar unos documentos.

—Oh, Don Diego. Buenos días. Puedo acercarme por la iglesia cuando usted me diga.

—Voy a estar aquí durante toda la mañana. Quizás venga también esta tarde, pero de esto no estoy muy seguro.

—Me acerco esta misma mañana. ¿A qué hora le viene bien que quedemos?

—A alrededor de las diez sería una buena hora.

A la hora acordada, Charles estuvo en la iglesia con los dos niños El sacerdote le esperaba en la puerta principal de la parroquia.

Pasaron a la sacristía, donde el párroco le dejó todos los documentos que le había pedido. El cura salió a la calle, dejando solo a aquel hombre para dejar que se concentrara en la lectura de aquellas páginas.

Todas las carpetas parecían normales. Solo tres llamaron la atención de Charles.

Una mujer llamada Amelie Williams, bautizada a finales del siglo XVIII y fallecida a los veintisiete años, comenzado ya el siglo XIX, murió cayendo por la escalera. Apareció en la planta baja al día siguiente de su muerte.

Un hombre, Adrien Jones fue asesinado en la cocina de la casa de la familia Williams. Tenía cincuenta años cuando perdió la vida. Esto sucedió a principios del siglo. Había recibido un golpe muy fuerte en la cabeza. No hubiera sido grave si no alguien hubiera alcanzado a verle y llamado a un médico. Las cosas hubieran sido diferentes si alguien pudiera haberle parado la hemorragia.

El resto de registros de bautizos y defunciones relacionados con esa casa, parecían ser normales. No sobresalía nada en ellos. Tenían la forma habitual en la que se desarrollaban este tipo de documentos. Simplemente se ponían los datos de nacimiento en el caso de ser de bautizo y de qué matrimonio era hijo ese bebé y, si es de muerte, el día y hora en el que la persona había pasado a mejor vida. Únicamente en el caso de Amelie y Adrien había adjuntos unos informes médicos de cómo murieron.

—¿Por qué pondrán en todos los partes de muerte cómo murieron estas personas? – se preguntó a sí mismo susurrante Charles.

Había pasado algo más de dos horas metido entre aquellos informes y no entendía alguna de las cosas que había en ellas.

Salió a llamar al sacerdote dejando a los dos niños en el interior de la iglesia.

—Don Diego, ¿podría hablar con usted?

El cura pasó al interior del templo y se sentó con su invitado en la sacristía. De una pequeña nevera que había colocada al lado de la puerta, el sacerdote sacó una jarra de café frío. El calor empezaba a acuciar y pensó que les vendría bien algo fresco.

—Hijo, ¿qué quieres saber? – dijo el párroco señalando las carpetas que tenían en la mesa–. ¿Puedo ayudarte en algo más?

Charles sacó las carpetas de Amelie y Adrien.

—¿Por qué estos dos archivos tienen adjuntos documentos sobre la defunción de estas personas?

El sacerdote abrió las carpetas. No sabía los casos que por los que le estaba preguntando. Además, no se sabía toda la documentación que tenía bajo su custodia de memoria.

—Fueron clasificados como asesinatos por la policía. Durante bastante tiempo, todo lo que fuera defunción extraña, cualquiera que fuera la razón, El Vaticano pedía que tuviera una página como esta.

—En el archivo histórico del pueblo no aparece nada sobre estos temas. ¿No debería haber allí también referencias a estos hechos?

—Sobre la señora Williams, al menos, no. Hasta día de hoy se dice que pudo ser asesinada por su marido y, que este, se suicidó después de hacerlo. Por suerte, su único hijo, Peter, el cual no sé bien por qué conservó el apellido de la madre, estaba estudiando fuera, en un internado. No sé bien donde, la verdad.

—No he leído nada de un suicidio.

—No se guarda ningún registro relacionado con su marido. Yo, al menos, no lo conozco. Debieron casarse fuera de la localidad. Si hubiera sido aquí el enlace, al menos, tendría la partida de bautizo y la de matrimonio. Y no es así.

—Con respecto a Adrien...

—Era un empleado de las empresas de la familia. llevaba la contabilidad de ambas empresas. Mejor dicho, se encargaba de organizar los equipos encargados de esta labor en cada una de las compañías. Estoy casi seguro que había ido a la casa para tratar algún tema relacionado con las cuentas.

—Pero, para cuando esta visita sucedió, el matrimonio ya había muerto. Por las fechas, me imagino que trabajaba para Amelie.

—Sí, es así. A la muerte del matrimonio, su hijo, que no debía tener más de dieciséis o diecisiete años, se hizo cargo de las dos empresas. Todo mientras estudiaba dos carreras universitarias. Ambas las empezaría al poco de suceder esto.

Charles se quedó impresionado con la historia de este hombre. Parecía ser un hombre muy fuerte.

—Quisiera hacerle una última pregunta.

—Adelante.

—¿Por qué terminan los registros sobre los habitantes de la casa con estos fallecimientos? ¿Y el resto de personas relacionadas con la casa?

—Los últimos propietarios desaparecieron sin más. Peter, su esposa y su hijo Aiden salieron a ayudar a personas que huían de la represión franquista y nunca regresaron. De hecho, el registro de Adrien en relación con la casa, es debido a la casualidad.

Era extraño. Dos muertes relacionadas con esa casa en pocos años. Tres desapariciones que, perfectamente, podrían engordar la lista de muertes por la Guerra Civil.

—Muchas gracias, padre– dijo el empresario al despedirse del sacerdote–. Mi familia y yo haremos por venir por aquí más a menudo.

—Estaremos encantados de recibiros– señalaba la imagen del cristo.

Al llegar a casa, Charles le contó a su esposa lo que había leído en los informes de la iglesia. Ella le miró extrañada.

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