Capítulo 25

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"9 de Diciembre de 1991"

Bonnie seguía sin creerse la reacción de los niños. Estaba claro que todo era por influencia de los padres, los cuales temían profundamente todo lo relacionado con ese apellido.

No podía decirles a los niños que los temores hacia ese nombre familiar es una tontería. Les han enseñado que la casa de las afueras es peligrosa y pasan cosas malas en ella, relacionaban el apellido a la familia.

Tenía que hacerles entender que no estaba bien discriminar al niño nuevo solo por llevar un apellido. Tenía que hacer que, al menos, dejaran de relacionarle con la casa. Con eso se daba por satisfecha. Trabajaría con los miedos irracionales más adelante.

—Tenéis que relajaros, chicos. ¿Sabéis cuál es mi primer apellido?

—Smith – contestaron todos los niños.

—¿Y el de mi marido?

—Brown –contestaron de nuevo.

—¿Qué son exactamente? ¿Qué significan?

—Son solo apellidos, nombres familiares – contestó uno de los niños.

—¿Cuántas personas hay que se apelliden como yo? – Los niños se encogieron de hombros –. ¿Y cómo mi marido?

—Muchas – contestaron todos.

—¿Y "Williams" qué es? – Preguntó de nuevo la profesora para que los niños relacionaran lo que les había preguntado antes con lo que les estaba a punto de decir.

—Otro apellido sin más – respondió Sergio –. Solo eso.

—¿Alguno me puede decir cuántas personas hay con estos apellidos? Al responder, recordad que en este país todas las personas tenemos dos apellidos, uno por nuestro padre y otro por nuestra madre.

Ninguno respondió.

El resto de alumnos asintieron. Era igual que los apellidos de la familia de la profesora o que los suyos.

—Entonces, ¿Me podéis decir por qué ninguno queréis jugar con Aiden con el apellido que tiene, que puede o no tener alguna relación con la familia propietaria del caserón de las afuera?

Los niños, de nuevo, no contestaron. Era pregunta era algo complicada para ellos.

_Nuestros padres no nos querrán dejar jugar con él. – Dijo una de las niñas que se sentaba al fundo del aula.

—¿Por este motivo?

La niña se encogió de hombros.

La mayoría de los niños pensaban lo mismo. Ninguno le había dicho nada a sus padres. No sabían realmente si les iban a prohibir ser amigos de aquel chico o no, pero todos daban por sentado que se negarían por relacionarse, aunque fuera de forma casual, con el caserón de la carretera.

—Chicos, ¿qué sucedería si ningún otro niño de la clase quisiera jugar con vosotros?

Poco a poco y con mucho esfuerzo, Bonnie consiguió que los niños entendieran que lo que estaban haciendo estaba mal.

—Señorita, no se esfuerce tanto– interrumpió Aiden el esfuerzo de su profesora. –. No pasa nada. No me importa que no quieran jugar conmigo. Puedo entretenerme yo solo. No me hace falta nadie.

La respuesta de Aiden sorprendió a la profesora. No sabía cómo reaccionar ante aquella respuesta.

—Aiden, lo que están haciendo tus compañeros no está bien. Hacer estas cosas no es de tener buena educación ni de ser buena persona.

—Yo no quiero obligar a nadie a jugar conmigo. Si hay que decirle a alguien que sea mi amigo, no lo es de verdad.

Ese curso era extraño. No todos los niños tenían contestaciones como aquella.

"Este curso va a ser más entretenido de lo que parece. Ser la profesora de Aiden y Sergio va a ser muy entretenido". Pensó Bonnie.

La mañana había pasado volando entre unas cosas y otras. Sin haberse dado cuenta, el timbre de salida del colegio sonó. Todos los niños corrieron hacia casa, como cada día.

—Aiden. – Llamó Sergio a su nuevo compañero. – Espera.

—¿Qué pasa? – Le preguntó el niño dándose la vuelta, esperándole.

—¿Vamos a casa un trozo juntos? Bueno, tendríamos que esperar a mi madre. Estoy castigado y no puedo venir al colegio solo ni regresar a casa sin ella.

Aiden sonrió. Asintió. Se sentaron en la acera del colegio y esperaron a Nicky los dos juntos.

Era el primer niño que le decía algo agradable.

—¿Tu madre no se enfadará contigo?

—¿Por qué?

—Por ir conmigo a casa. O un trozo. No creo que a la gente del pueblo le haga mucha gracia mi apellido. El resto de compañeros han estado demostrando todo

—Ya has escuchado a Bonnie. Es solo un apellido. Hay muchas personas con él de primero o segundo nombre familiar.

Nicky salió a los pocos minutos de estar los niños sentados en la acera.

—Sergio, ¿Nos vamos?

—Si, mamá. – contestó –. ¿Aiden puede venir con nosotros un trozo? Todavía no tiene amigos.

Aunque el apellido de aquel niño, le seguía dando un poco de grima, le concedió el gusto a su hijo.

No estaba del todo segura de si Aiden sería buena compañía para su hijo, pero se sentía orgullosa de él. No dejaba al chico nuevo solo ni le discriminaba por su apellido. Quizás ella debía aprender de él y olvidarse de las tonterías de los Williams.

—Claro, cariño. Vamos. Aiden, ¿quieres que te acompañemos a casa?

—Muchas gracias, señorita. Mis padres siguen colocando cosas y no creo que les haga gracia que lleve visita.

—Podría acompañarte hasta la puerta.

—Se lo agradezco, pero sin el consentimiento de mis padres no me atrevo.

Bonnie comprendía la situación de su alumno. No insistió más.

Cada uno continuó su camino.

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