Capítulo 63

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"5 de Marzo de 1992"

El relato de Nicky llevaba varios días retumbando en los oídos de Bonnie y Charles. Aunque la profesora se había unido tarde a la conversación, le resultó muy interesante aquella historia.

En cierta medida, se sentía aliviada. No era la única que tenía aquella clase de pesadillas. Incluso, su amiga, había tenido sueños del mismo estilo, pero aún peor. Aunque, claro, ella estaba embarazada de su primer hijo y ella había tenido a su pequeña hacía algo más de un año.

Había cosas de esos sueños que no entendía. En realidad, no entendía nada. Además de querer librarse de la sensación de agobio de lo que sucede en ellos, de querer entender lo que vive en ellos y liberarse de la sensación de asfixia que tiene cuando está sumergida en ellos, le gustaría saber por qué su amiga había tenido esas pesadillas. Bien era cierto que estaba embarazada, pero la situación suya no era la misma. Entonces, ¿por qué coinciden en tener estos sueños? Era mucha casualidad que dos personas tuvieran la misma clase de ensoñación. Claro, Nicky se había criado allí. Podría ser algo más normal soñar con aquello, pero ella había crecido en la ciudad, muy lejos de aquel pueblo.

Se preguntaba si había más gente teniendo esas pesadillas o si las había tenido en algún momento de su vida. Por mucho que quisiera preguntarles a los vecinos, no estaba en una situación sencilla para hacerlo. Primero, porque no era un tema sencillo de sacar, al menos, para ella; segundo, era profesor y los padres de sus alumnos podían desconfiar de ella si se enteraban de que tenía aquellas pesadillas; por último, podía ganarse una fama que, tratándose de un pueblo tan pequeño, era altamente desaconsejable para llevar una vida tranquila.

— ¿Estás más tranquila? – le preguntaba cada dos por tres Charles a su mujer refiriéndose claramente a la conversación que habían tenido con la otra profesora.

Ella asentía, aunque seguía queriendo pedir cita para un psicólogo. Se sentiría más cómoda sabiendo de manos de un especialista lo que le sucedía. Aunque la historia de su amiga le consolaba, ella se preocupaba por su salud mental. Lo de Nicky podía ser estrés por el embarazo, o miedo. Al menos, eso se repetía una y otra vez. Ella no estaba en la misma situación. Si bien había tenido tensiones en el trabajo, no era lo mismo que estar esperando un hijo por primera vez. Necesitaba aclararse.

Esa mañana, estando Bonnie en el colegio, su marido se acercó a ver a Javier a la consulta médica. Quería pedir cita para el especialista que quería la profesora. Tenía que ser en un horario que ella no tuviera trabajo. Charles se adelantaría así, al menos en parte, a los deseos de su esposa.

—Buenos días, Javier. – Saludó el empresario.

—Pasa– dijo el médico –. Dime, ¿qué necesitas?

—Perdona que venga sin cita. No tardaré nada, te lo prometo. Quiero que consigas un psicólogo para mi mujer.

Javier se sorprendió. Bonnie, en su opinión, no tenía pinta de necesitar un especialista con esas características.

—¿Por qué? ¿Qué le sucede?

Charles le contó que sus pesadillas habían vuelto y que estaba preocupada por eso. La niña se había vuelto a alejar de ella y no le hacía demasiada gracia. No tenía estrés en el colegio, al menos, no más que de costumbre. Incluso, en la ciudad, tenía mucho más trabajo y problemas que en el pueblo y nunca le había pasado esas cosas.

—Bueno, aquí cerca hay un psicólogo que hace consultas a domicilio. En el ambiente del paciente le dice mucho de él y cree que de esa manera puede servirle de más ayuda. Solo tendríais que acordar un horario con él.

—Bueno, dime su nombre y cómo me puedo poner en contacto con esa persona. Si nos puede ayudar, nos sirven sus servicios.

—Se llama Joan Bernard – le contestó apuntándole su número de teléfono–. No puedo decirte si es bueno o malo, pero es el más cercano.

Charles llegó a casa contento. Cuando su mujer llegara del trabajo, le preguntaría que qué le parecía aquel especialista. No tenía muchos datos que darle, pero la idea de que estuviese cerca y que hiciera visitas a domicilio, le gustaba. Quizás a ella también le agradara.

Durante el rato de la comida, sacó la conversación. No se imaginó que Bonnie se pondría tan contenta con una consulta médica. Llamarían esa misma tarde para pedir cita e intentar cuadrar horarios.

Bonnie fue quien se puso al teléfono. Nadie mejor que ella sabía cuál era su disponibilidad horaria.

—Buenas tardes– saludó la profesora desde un lado del teléfono–. Quisiera hablar con el doctor Joan Bernard.

—Buenas tardes–. Respondió al saludo un hombre de voz ronca y serena. – Yo soy a quien busca.

—Me llamo Bonnie Smith y soy profesora en Oeste-Village. Quisiera pedir una cita.

Intercambiaron información, cuadraron los horarios y quedaron un día.

La profesora colgó el teléfono contenta. Dio un beso a su marido, agradecida por conseguir los datos de contacto de aquel psicólogo.

—¿Estrás más tranquila teniendo ya una consulta concertada?

Ella asintió.

Cogieron a la niña en brazos y sacaron a Bobby de paseo. El animal llevaba un rato pidiendo salir a dar un paseo.

Se encontraron con Nicky y los niños. Michelle iba en el carrito y casi se cayó al intentar acariciar al perro. Por suerte, el animal se acercó a él lo suficiente para dejarse acariciar por él sin que le pasara nada.

Tras algo de conversación insustancial, Bonnie le dijo a su amiga que al fin tenía cita para acudir al psicólogo.

—Ya se te nota un poco más tranquila– señaló Nicky–. No te olvides de contarme qué tal después de la consulta.

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