Capítulo 67

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"18 de Marzo de 1992"

El día siguiente a lo sucedido con Aiden, Bonnie había convocado una reunión de padres para finales de aquella semana. Estaba decidida a erradicar aquel asunto.

Los días dieciséis y dijiste había tenido pesadillas, como de costumbre. Aunque estas habían sido más intensas. Sobre todo, la del martes anterior. Había sido horrorosa.

Como había dicho el psicólogo, apuntó todos sus sueños en el cuaderno.

Bonnie le había entregado el cuaderno. Antes de conversar sobre lo que le preocupaba, el especialista se puso a leer parte del diario de sueños.

Durante la visita de Joan Bernard, estuvieron hablando del tema.

—¿Ha pasado algo estresante para que tus sueños hayan llegado a este nivel?

La profesora asintió. Le contó lo que había ocurrido unos días atrás en el trabajo y el estrés al cual fue sometida. Sabía que esa situación había sido el detonante de sus pesadillas. También que empeorarían con la reunión que había convocado para tratar lo sucedido.

—Debes relativizar tu trabajo. No puedes traerte cargas emocionales a casa. Por el bien de tu familia.

—Lo sé, por eso le he contratado– Contestó con rintintín–. Necesito herramientas para que mi mente vuelva a ser igual que cuando estábamos en Madrid. No creo que sea natural que en un pueblo tenga más estrés que en la ciudad.

—¿Por qué os mudasteis?

—Por la tranquilidad. Queríamos un ambiente más tranquilo para la niña, un lugar sin contaminación. Cuando aprobé las oposiciones, vi que en este pueblo había un puesto fijo para profesores.

Joan sonrió. no había sucedido nada en Madrid de lo que debiera preocuparse. Solo buscaban lo mejor para la familia.

—¿Conseguiste dominar alguno de tus sueños?

Bonnie negó. Pocas veces, en aquellos días, había sido consciente de que estaba soñando. En el par de veces que se había enterado que estaba soñando, había intentado conducir la situación por donde ella quería. Le costaba mucho hacer las cosas más pequeñas, incluso mover el más pequeño músculo.

—Bueno, lo importante es que intentes someter las situaciones que te rodean en el mundo onírico. En cuanto consigas hacer esto, las pesadillas irán desapareciendo. Es lo que suele suceder.

—¿Y cuando no se consigue hacer?

—Hay que buscar otras opciones– sonrió Bernard–. Para la próxima semana, tendré leído este diario. – Señaló el cuaderno que la profesora le había dado. – Por ahora, sigue intentando hacer lo que te he dicho. No dejes que esas pesadillas te dominen. Intenta ser tú la que controle la situación.

Bonnie asintió.

Charles había salido de casa con la niña para dejar solos a su mujer y al terapeuta. Durante este paseo, se cruzó con Aiden, el cual había salido a hacer unos recados para sus padres.

—¡Aiden! – Le llamó el empresario acercándose a él. El chico se paró. Se acercó a él– ¿Cómo estás? ¿Estás mejor?

—Sí, señor. Estoy mejor. Gracias por su preocupación.

El niño hizo el amago de irse, pero el empresario le retuvo.

—¿Te sigue doliendo?

Aiden asintió. El dolor de esos golpes no se le pasaría con rapidez. Sus compañeros le habían pegado con fuerza. Además, su orgullo también estaba herido.

—Algún día me vengaré de ellos– Contestó él–. Ningún niño volverá a hacerme eso.

Las palabras del niño alegraron a Charles, aunque no su cara al decirlas. No le agradaban las ideas que se le pasaban a aquel pequeño por la cabeza, pero le entendía. Hiciera lo que hiciera, le ayudaría a reafirmarse y volver a coger el control sobre acontecimientos que había perdido con el salvaje acto de sus compañeros.

—No tienes que pensar en esas cosas, Aiden– le pidió el empresario–. Esas cosas no están bien.

Aunque le entendiera y creyera que hacer algo al contra aquellos niños le pudiera sentar bien en más de un sentido, debía decirle que aquellas cosas no estaban bien. Debía ser responsable.

—No soy un mal chico– señaló –. Pero esto tampoco quedará así.

La cara de Aiden empalideció. Su rostro cambió. Esa expresión dulce y tranquila que siempre llevaba puesta, había mutado en una rígida, sombría y desagradable. Era tal el cambio que había dado, que Charles no pudo evitar asustarse.

—Chico, ¿estás bien? – titubeó.

Tan rápido como había empalidecido y enrarecido su gesto, volvió a ser normal.

—Sí, señor– contestó el niño como si no hubiera pasado nada. – Disculpe que le haya molestado.

Charles negó con la cabeza. Le sonrió para despedirse de él.

El chico se alejó de la atenta mirada del marido de su profesora cinco metros. Miró hacia atrás y sonrió.

Un acto tan pequeño, tan tonto, hizo que a Charles se le pusieran los pelos como escarpias. Los ojos de Aiden en aquella mirada eran extraños, tétricos. Su piel había vuelto a empalidecer durante unos segundos.

Una vez habiendo visto que el chico doblaba la esquina de una de las calles que salían de la plaza, Charles regresó a casa.

—Bonnie, estoy en casa. – Saludó. – He visto a Aiden en la plaza.

Para cuando hubo llegado, Bernard ya se había marchado.

—¿Cómo sigue el niño?

—Bien– mintió para no preocuparla con lo que había visto–. ¿Qué tal ha ido la consulta con el psicólogo?

La profesora enumeró loa temas que habían tratado.

—Tranquilo. Todo se solucionará– le dijo Bonnie esperanzada al terminar de contarle sobre el encuentro con Bernard.

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