Capítulo 72

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"3 de Abril de 1992"

Al fin había llegado el cumpleaños de Aiden. Tanto el cumpleañero como Sergio tenían ganas de que llegara este día.

Sergio estaba emocionado. Desde que se había hecho amigo del pequeño de los Williams, ningún niño le había invitado a su cumpleaños, así que estaba muy ilusionado. Aunque no se lo diría a su madre, estaba un poco nervioso. Era debido al ambiente, a ese caserón.

Intentaba no pensar en eso. Él mismo eligió la ropa que se iba a poner. No quería llevar la ropa que normalmente llevaba al colegio, pero tampoco quería arreglarse demasiado.

La fiesta empezaba a las cinco, así que Nicky le llevó un poco antes en el coche. Paró frente al caserón.

—Sergio, cielo, ¿recuerdas las normas que te he puesto para poder venir a esta fiesta?

Él asintió. Tenía claras las reglas. No quería volver a decepcionar a su madre y que esta le prohibiera jugar con Aiden o algo parecido.

—No te decepcionaré, mami.

El niño la abrazó. Bajó del coche y, bajo la atenta mirada de su madre, entró en el jardín de la casa. Él llamó al timbre. Un par de minutos después, Peter abrió la puerta y le hizo pasar. Solo entonces, Nicky regresó a su hogar.

Al ver a su amiguito, Aiden bajó las escaleras de un salto para saludarle. Aunque días atrás le había dicho que iba a ir a la celebración de su aniversario, hasta no verle allí no perdió el miedo a que su madre se lo prohibiera.

—Me alegro mucho que hayas venido, Sergio. – Saludó el niño a su amigo. – Mi padre ha comprado unas chucherías y ha hecho algunas cosas para picar y una tarta. Yo le he ayudado. Espero que te guste lo que hemos hecho.

—¿Quieres conocer a la madre de Aiden? – le preguntó Peter. Está enferma y ahora mismo no pude salir de la cama.

Sergio tragó saliva. Le había prometido a su madre que solo estaría en la habitación donde el padre de su amigo les indicara para celebrar la fiesta. No se podía negar a conocerla. Eso sería una descortesía por su parte. Así que, con una sonrisa nerviosa dibujada en la cara, asintió.

—Samantha, somos nosotros– Peter abrió la puerta del cuarto–. Tu hijo quiere presentarte a un amiguito.

Los niños pasaron al cuarto.

Sergio tenía miedo. Las persianas estaban bajadas, por lo que la habitación estaba oscura. En la cama, estaba la madre de Aiden. Al chico le llamó la atención la cara de aquella mujer. Era mucho más guapa de lo que se imaginaba. Aun estando enferma, tenía una cara angelical. Llevaba el pelo recogido en una trenza, que caía sobre su hombro derecho y un camisón color blanco. Acentuaba así sus preciosos y vivos ojos oscuros. sostenía una postura regia, la cual acentuaba más su belleza.

—Buenas tardes, señora. – Saludó el invitado. Tragó saliva y sonrió. – Gracias por invitarme a su casa.

—Me alegro que mi hijo tenga un buen amigo en el que apoyarse– contestó ella intentando incorporarse. – Puedes tutearme. Me llamo Samantha Thomas. Puedes llamarme Sam. Así es como me llaman en la familia.

La conversación que mantuvieron no pasó de ahí. Sergio se sentía un poco incómodo estando allí y eso los anfitriones lo notaban.

Peter le enseñó a su invitado la casa. Al menos, la parte que estaba rehabilitada. Las obras iban lentas por la enfermedad de la señora de la casa. Si estuviera bien de salud, al menos, más de la mitad del edificio.

—Tu casa es muy bonita, Aiden.

El niño sonrió.

Peter había organizado en la habitación de juegos de su hijo la merienda y algunos juegos especiales para los dos niños.

Durante la merienda, Sergio se interesó por la enfermedad de Samantha.

—Aiden, ¿te podría preguntar sobre qué le sucede a tu madre, por qué está enferma?

El niño se encogió de hombros. No sabía qué enfermedad tenía exactamente. Su padre nunca quiso contárselo.

Peter era un hombre muy protector con su hijo. Pensó que si tenía el niño sabía algo sobre lo que le sucedía a su madre, le influiría de forma negativa en su desarrollo. Podría traumatizarse. Aunque realmente fuera una tontería. Lo que realmente aquella mujer padecía era depresión. Esto le provocaba que no quisiera comer y, que, en ocasiones, se autolesionara. Esto, entre otras cosas, provocaba que tuviera una debilidad física que le hacía imposible salir a la calle. Esto potenciaba su depresión y, a su vez, esto provocaba que comiera menos y e intentaba lesionarse aún más. Fue este el motivo que provocó que la mudanza.

En una de sus crisis, Samantha intentó suicidarse. En esa ocasión, intentó clavarse un cuchillo en la pierna. Por suerte, su hijo estaba fuera de casa y no se enteró de lo que había sucedido. Cuando el niño llegó a casa, le dijeron que había tenido un accidente en la cocina y, que, debido a eso, tenía que quedarse unos días en el hospital. Al llegar a casa, tenía que quedarse en cama. Obviamente, por la tranquilidad del niño, no le contaron lo que había sucedido en realidad.

Peter no entendía por qué su mujer tenía esta clase de pensamientos. La vida de su mujer había sido plena y feliz. No había tenido ningún desencadenante para que esto le sucediera. Aunque el psiquiatra le había dicho que no este tipo de enfermedades no tiene por qué estar relacionado con ningún trastorno en su vida, a él le parecía raro. Ella siempre había sido una mujer alegre. Nunca había dado señales de tener este tipo de problema.

_Un médico viene a verla de vez en cuando. – Dijo Aiden a su amigo. Terminó explicándole que este hombre estaba especializado en enfermedades de la mente.

Esta conversación le resultaba incómoda a Sergio, por lo que intentó cambiar de tema.

El pequeño invitado se fijó en aquella habitación. Envidiaba a Aiden por tener tantos y tan bonitos juguetes. La mayoría por no decir todos objetos eran antiguos. Algunos de ellos podían tener unos cien años.

_Tienes una habitación muy bonita. Me encanta el tono azul que tu padre ha utilizado en las paredes. – Dijo Sergio cambiando de tema.

_Es el mismo color que tenía cuando nos mudamos. Mi padre lo ha mantenido porque a mí me gustaba.

Peter, a petición de su hijo, puso música. Tenía un tocador de música que podía tener más o menos los mismos años que los juguetes.

La casa empezó a tener más vida. Hacía muchísimo tiempo que esa casa no guardaba tanta alegría en su interior.

A Samantha le volvía la alegría al escuchar las risas de unos niños por la casa.

Casa EncantadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora