"3 de Abril de 1992"
Sergio probó todos los platos que Peter le había ofrecido mientras jugaba con Aiden. Nunca había jugado con objetos tan antiguos. Su amigo tenía un tren con vías que tenía algo más de cincuenta años. Funcionaba con una batería que tenía una autonomía de una hora. También tenía unos coches que iban a cuerda. Algunos muñecos y algunos objetos más de Samantha adornaban la habitación, aunque con estas no eran de la preferencia del chico.
Sergio comenzó a sentirse cansado, muy cansado. Los sueños empezaron a cerrárseles solos. Se tumbó en el suelo mirando cómo el tren recorría su vía circular. No sabía qué le sucedía. Aunque tenía costumbre de echarse en siesta, hacía muchísimo que no se dormía. No era capaz de hacerlo.
Aiden se acercó a él. Se sentó sobre sus rodillas y le miró dormirse.
—Papá, ya está. – Escuchó el niño antes de quedarse totalmente dormido. – ¿Qué quieres hacer?
—Vamos a llevarle a tu habitación y a tumbarle en tu cama.
"¿Qué quiere decir Aiden con ya está?" Se preguntaba Sergio a sí mismo. Sentía los movimientos de Peter, que le llevaba a algún lado en brazos. No se había enterado a dónde le llevaba.
Samantha, que había escuchado ruidos, se levantó de la cama para ir a la habitación de su hijo.
—¿Ya está dormido? – preguntó ella apoyándose en el marco de la puerta.
Ambos chicos asintieron. Los dos salieron del cuarto, quedando al invitado a solas con la madre de la familia que se sentó al lado del niño. Le acarició el pelo, la carita y besó su frente. Ahí se quedaría hasta que el niño despertara.
Sergio tomó consciencia en algún lugar dentro de la nada, tumbado. La oscuridad y el silencio le envolvían. No entendía nada, absolutamente nada. Recordaba haber ido al cumpleaños y haberse quedado dormido, pero nada más.
Una lucecita aparecía al fondo. Se levantó y se dirigió a ella. Cerrando los ojos, la atravesó. Detrás de esa luminaria, estaba la casa, aunque no estaba igual minutos antes. Parecía de otra época. Tras varios minutos andando por el edificio, se encontró con Aiden y sus padres. Estaban sentados en la mesa del salón. Hablaban sobre ir a Francia con un grupo de personas que iba a venir. Peter no quería que el chico se viera involucrado en aquel asunto, pero él insistía, al igual que su esposa. Tras mucho discutir este asunto, el niño se salió con la suya. Recibió el consentimiento de su padre para ir con ellos.
—Esto no está bien– repetía una y otra vez este hombre–. Es muy peligroso. ¿Qué pasa si los soldados nos cogen? Me da igual si son españoles o los franceses que guardan la frontera.
—No te preocupes, Peter. Nunca nos ha pasado nada.
—Para chasco que suceda.
La discusión duró un buen rato. Delante de sus ojos, la familia desapareció. Comenzó a buscarlos por todos lados, pasando por los mismos lugares una y otra vez. Creía escucharlos en distintas habitaciones de la casa, como si alguno de los miembros de esa familia estuviera le llamando.
En la entrada a la casa, al final de las escaleras, encontró a una mujer tirada en el suelo, sangrando. No era Samantha. Su forma de vestir parecía de otra época, al igual que su forma de peinarse.
—¡Señora! ¡Señora! ¿Está usted bien? – Gritó acercándose a ella.
Se agachó para ver cómo estaba. Había fallecido y parecía que no era reciente. Al tocarla, el niño sintió en sus carnes lo que aquella mujer había experimentado al fallecer. Alguien con manos muy grandes y al cual no había visto el rostro, le había tirado por las escaleras. Por un momento, miró hacía el primer piso. Allí no había nadie. Contrastaba con la imagen que estaba en el suelo de la planta baja.
Sergio gritó con todas las fuerzas que pudo. Se alejó de ella a toda la velocidad que pudo de ese cuerpo.
Entró en la cocina. Allí encontró a un hombre vestido de negro y sombrero tipo Edwar Trilby y abrigo largo. Se lo estaba quitando. Se sentó en una mesa que había al lado de la puerta. Parecía ser una visita en la casa. Debía ser una visita habitual, porque se sentía muy cómodo allí.
Se quedó parado en la puerta de la cocina. Sospechaba que no le podían interactuar, pero no quería acercarse a él.
Parpadeó. Al abrir los ojos, algo había cambiado en la cocina. Reuniendo valor, se acercó a ese señor. Le puso una mano en el hombro. Al señor se le cayó la cabeza hacia atrás. Su rostro era blanco. Otra persona que había muerto.
Una sombra negra, oscura como la noche, se acercó al niño. Sergio intentó huir de ella, pero sus pies no reaccionaban.
—Sal de aquí. – Dijo una voz metálica que salía de esa sombra. Por ella podía saber que hombre. – Este no es tu sitio. Aún no, al menos.
Despertó de golpe en la cama de Aiden.
La familia al completo le miraba sentados a su lado.
Estaba desorientado. Sabía que estaba en casa de su amigo, pero no exactamente en qué tiempo. Todo lo que había soñado hacía que estuviera confundido.
Recordó las palabras de su madre, una de sus instrucciones. A la más mínima cosa extraña que viera o viviera en aquella casa, debía salir corriendo de allí y pedir ayuda a la primera persona que viera.
El niño se incorporó y corrió sin decir nada. No se despidió de la familia, simplemente salió de allí siguiendo las instrucciones de su madre.
A mitad de camino del pueblo, se encontró con su madre, que iba a recogerle en coche con Michelle. Reconoció el coche a distancia.
—¡Mamá! ¡Mamá! – Gritó el niño como un descosido. – ¡Ayúdame!
Nicky paró el coche en seco. Su hijo entró.
—Sal de aquí, mamá. No quiero estar más tiempo cerca de esta casa ni de esa familia.
Durante todo el camino, Sergio permaneció callado.
—Cielo, ¿qué te pasa? – Le preguntó Nicky a su hijo entrando en casa. – ¿qué ha pasado en el cumpleaños?
El niño se sentó en el salón.
No contestó. Comenzó a llorar. No pudo dormir en todo el fin de semana.
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Casa Encantada
Misterio / SuspensoBonnie es una profesora que acaba de aprobar las oposiciones. Por eso, junto a Charles, su marido y Mary, su hija, se mudan de Madrid a un pueblecito pequeño del norte de España. La familia cree que que van a poder tener una vida tranquila, aunque...