Aquel era de los pocos domingos que Nicky dejaba salir a su hijo mayor solo con sus amigos. No le había dado problemas al ir al colegio, por lo que dejarle esa libertad sería bueno para él.
Bonnie había ido a su casa con Charles y la niña, que había empezado a dormir mejor. Al llegar, la pusieron a jugaba con Michelle. Los adultos se sentaron a la mesa a tomarse un buen café caliente. Con el frío que estaba haciendo en la calle, algo caliente se agradecía.
En la calle llovía. Quizás por ese motivo Nicky dejó salir a Sergio solo. Pensó que de esa manera no haría trastadas ni se acercaría a la Casa de los Williams. Pensó que estaría alrededor de la casa de alguno de sus amiguitos. Habiendo buen tiempo, se lo hubiera planteado muchísimo más.
No podía estar más equivocada. No solo no estaba cerca de la casa de algunos amigos. Todos los niños habían decidido tener una aventura en ese día lluvioso. En ese pueblo eso no significaba otra cosa que ir a Casa de los Williams.
Los niños se quedaron delante de la puerta del jardín del caserón. Aunque todos los chicos mayores que ellos habían entrado allí y sabían, todos menos Sergio, que allí no pasaba nada extraño, que todo lo que le habían contado era para asustarles, les resultaba complicado decidirse a entrar.
Las opiniones de sus padres les influían, claro, pero era casi lo que menos les importaba. A esa edad siempre se siente que los adultos son unos exagerados. Aunque solo se tenga seis años.
A medida que los niños se hacen mayores, las cosas van yendo a peor. Son más rebeldes. Y cuando en un mismo grupo se juntan niños de cinco, seis y siete años, ciertas situaciones pueden ser explosivas. Esas edades, cuando se es niño, suponen un abismo.
Sergio, para tener casi seis años y ser de los mayores de su curso, solía tomar muy buenas decisiones. Fue el único en oponerse al plan de entrar en el Caserón. Estaba claro que no había olvidado lo que había visto en el interior de esa casa la última vez que fue con su madre a ver a sus abuelos.
Como era lógico, no se lo había contado a nadie. Aunque todos los niños del pueblo se habían criado escuchando la historia de ese caserón, sabía que lo que había visto no se lo creerían. Era de esperar.
Por mucho que les dijera a sus amigos, nadie le hacía caso. Ningún niño creía que esa casa fuera tan peligrosa como decían.
Tras pasar allí un buen rato hablando, intentando decidir si entraban o no, terminaron haciendo todo lo de los niños a esa edad habían hecho.
La verja de la casa estaba abierta. Total, poca gente se atrevía a entrar en la finca. Tampoco es que se pudiera pasar a la casa en sí. Esa puerta no había forma de moverla hacía muchísimo tiempo.
Con un sigilo impresionante para niños de entre cinco y siete años, pasaron hasta la puerta. En un camino que, en su día, cuando estaba en perfecto estado, no tuvo que tardarse en más de dos minutos, los pequeños tardaron casi diez.
Algunos adornos del suelo, estaban rotos, por lo que los niños tenían que tener más cuidado. Eso sumado a que no querían ser oídos por nadie, iban aún más despacio.
—Seguro que queréis llegar hasta la puerta? – les preguntó Sergio.
Solo recibió negativas por respuesta.
Estuvieron mirando a través del cristal de la puerta. Era de material duro, por eso seguía en su sitio, sin romperse.
Dieron una vuelta alrededor del edificio, yendo bien pegados a la pared.
Habiendo regresado ya todos a la puerta principal y disponiéndose a regresar a la verja, las nubes que cubrían el cielo rompieron a llover.
Se quedaron mirando al cielo.
En un momento dado, posaron sus ojos en una de las ventanas de la segunda planta. Exactamente en la misma que Sergio vio aquella sombra con forma de persona.
Una luz rojiza apareció en ella. En un principio no era muy fuerte. Poco a poco se fue intensificando.
Empezó a moverse con lentitud. Pasaba de ventana en ventana.
Los niños no sabían cómo reaccionar.
En un momento dado, la luz se paró en una de las ventanas de la izquierda de la casa.
Empezó a estar en un segundo plano, dejando ver una sombra con forma humana. Para Sergio no era ninguna novedad, pero, de nuevo, le puso realmente nervioso.
Empezó a tronar. Ninguno de los niños se había dado cuenta de tal cosa. Estaban en un estado de bloqueo mental de tal grado, que no se daban cuenta de lo que les rodeaba. Estaban pendiente de aquella sombra.
Algo comenzó a clarear en aquella forma que observaba a los pequeños desde la ventana. Empezaron a poder distinguir algunos rasgos de su rostro.
La luz que acompañaba a la sombra tuvo la amabilidad de dar la intensidad justa para revelar sus labios. En ellos se dibujaba una sonrisa que hizo los niños tuvieran escalofríos.
Salieron de allí a toda prisa.
Sergio casi se caen. Tropezó con una de las piedras del camino hasta la verja. No sabía cómo había llegado a la salida sin hacerle nada.
Hasta que no llegaron a la plaza del pueblo no dejaron de correr.
Casi todos los niños empezaron a llorar por el susto.
La lluvia apretó aún más. Diluviaba. La tormenta estaba cada vez más cerca.
Sergio se quedó embobado mirando el cielo. Al contrario que sus amigos, no lloraba. El susto lo tenía en el cuerpo, sí, pero no reaccionaba de la misma manera que sus amigos.
Pensaba en cómo decírselo a su madre. Sabía que no le haría gracia que se hubiera acercado a la Casa de los Williams. Sería mejor que se lo dijera antes de que se lo contara antes de que se enterara por cualquier otra persona.
Sabía que se enfadaría con él. Tenía que contárselo, aunque se tomaría su tiempo.
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Casa Encantada
Mystery / ThrillerBonnie es una profesora que acaba de aprobar las oposiciones. Por eso, junto a Charles, su marido y Mary, su hija, se mudan de Madrid a un pueblecito pequeño del norte de España. La familia cree que que van a poder tener una vida tranquila, aunque...