Capítulo 34

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"23 de Diciembre de 1991"

Matthew ya le había dicho a su cuñado que quería ir a hacerles una visita. Quería conocer la casa en la que su hermana vivía y el pueblo donde esta había decidido aislarse. Además, la idea de pasar más tiempo con su sobrinita le hacía especial ilusión. Más en esas fechas.

Llegó a casa de su hermana un día antes de Nochebuena. Le había escrito a Charles avisándole que iba a estar allí y que no quería que le dijera nada a su hermana. Quería que fuera una sorpresa.

Salió de Madrid de madrugada para estar allí a primera hora de la mañana. Quería darle una sorpresa enorme. Con la mala racha que habían tenido con la niña, creyó que le gustaría recibirle como regalo de Navidad.

Bonnie era una mujer excepcionalmente familiar.

Din-Don. Sonó el timbre.

—Cielo, abre tú la puerta – le pidió Charles a su esposa, sospechando quién era –. Estoy con la niña –. Mintió.

Bonnie, creyendo que era Nicky. Pensó que necesitaba que su marido y ella se quedaran con los niños o laguna cosa por el estilo.

_¡Matt! -Gritó ella lanzándose a darle un enorme abrazo a su hermano. - ¡No te esperaba!

—Lo tenía todo organizado con mi cuñado. Era una sorpresa.

Le hizo pasar. Le llevó hasta la habitación de invitados y le ayudó a colocar su maleta.

Acto seguido, Bonnie fue a la cocina y preparó el biberón de la niña y tres tazas de café y unas tostadas.

Se sentaron todos juntos a la mesa.

Matt miraba a su hermana y su familia. Parecía mentira que la niña estuviera teniendo problemas de sueño. Todo en aquella escena parecía idílico.

—¿Qué tal está la niña? – Preguntó Matthew a su hermana–. ¿Duerme algo mejor?

—Si, hermanito. Desde que volvió de Madrid, duerme toda la noche y vuelve a ser muy sociable.

—Me alegro. ¿No sabéis por qué ha estado durmiendo tan mal?

—No – contestó Charles –. Simplemente ha dejado de tener ese comportamiento. Está bien. Además, la niña no puede explicar lo que le sucede.

—Tendréis que esperar a que empiece a hablar y rezar por que se acuerde de lo que se le pasa ahora por esa dulce cabecita.

Recibió sonrisas como respuesta.

A media mañana Charles salió de casa. Dejó a Mary con su madre y su tío.

—Charles, ¿Dónde vas?

—Al ayuntamiento – se acercó a ella y la besó –. La niña y tú estáis en buenas manos.

—¿A qué vas allí? Son días para estar en familia, hombre.

—Sabes a qué. No tardaré mucho, de verdad.

—_No quiero que te involucres mucho– Bonnie puso carita de niña buena –. Ten mucho cuidado.

—Pensaba que no creías en esas cosas.

—Y así es. En lo que sí creo es en que hay gente que se obsesiona con cosas como estas. Y en estas calles hay mucha gente que teme ese edificio.

—Puedes estar tranquila, cariño.

Charles caminó tranquilo por las calles de Oeste-Village. Iba en su mundo, envuelto en sus pensamientos. En nada en concreto.

A sus espaldas, escuchó una vocecita que le llamaba.

—Buenos días, señor Brown.

Era Aiden. Iba con una cesta de mimbre. Era deducible que iba a hacer algún recado para sus padres.

—Buenos días. – Saludó él dándose la vuelta para ver quién era. – ¿Dónde vas tan solo con este frío?

—A la compra, señor. ¿Dónde va usted? ¿Necesita ayuda para algo?

—Voy al ayuntamiento para ver unas cosas.

—Tenga usted cuidado, señor Brown. Hace frío – sonrió –. Procure estar bien abrigado.

El niño se alejó de él sin decirle nada más.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Charles. Hacía frío. Tanto que creyó que, si lloviera, comenzaría a nevar. Pero hasta ese momento no había tenido una sensación como aquella.

Miró al niño alejarse. No sabía si ese saludo le había dado una buena sensación.

Era una tontería. Solo era un chico bien educado que saludaba a sus mayores con respeto.

—Buenos días – saludó Charles al funcionario que estaba en la recepción del ayuntamiento. – Quisiera consultar unos documentos.

—Buenos días. ¿Sobre qué tema? – dijo el chico abriendo el navegador de búsqueda interno del ayuntamiento.

—La Casa de los Williams.

El funcionario levantó la cabeza del ordenador.

—¿Sobre esa casa? ¿Por qué?

—Tengo curiosidad.

Las manos del chico temblaban. Apenas podía teclear. Había encontrado otra persona que le daba miedo aquel caserón.

Le escribió en una tarjeta en qué estantería podía encontrar algunos de los documentos que le había pedido.

—Si necesita más ayuda, pídamela – tragó saliva –. Le iré facilitando los papeles con relación a la casa poco a poco.

El funcionario le indicó cómo llegar a la sala donde podía encontrar dichos papeles.

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