Capítulo 23

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Estaba siendo un fin de semana un poco extraño. La llegada de la familia Williams había revolucionado al pueblo.

Solo había un tema de conversación en las calles y comercios. Irremediablemente relacionaban ese apellido con el caserón de a las afueras de la localidad. Aunque estaba claro que no tenía nada que ver con esa otra familia, la conversación entorno a este tema era inevitable.

Desde que Aiden había salido del colegio a mediodía del viernes, nadie le había visto. Ni a él, ni a sus padres. Ni si quiera se les había visto ir a comprar a la multitienda del pueblo. Esto hacía que las habladurías alrededor de los Williams fueran aún mayores.

No importaba con quién se hablará, siempre era lo mismo.

Como la mayoría de los domingos, Bonnie y Nicky salieron a dar un paseo por el pueblo junto a los niños.

—Se sentaron en el parque. Como la mayoría de los domingos, Sergio se puso a jugar en los columpios con Michelle y Mary, mientras las dos adultas hablaban.

—¿Cómo es el chico nuevo? – le preguntó Nicky a su amiga –. Prácticamente no se habla de otra cosa que no sea de su familia.

—No sabría decirte. Es un niño normal, supongo. Tampoco es que estuviera mucho tiempo con él.

Nicky no dijo nada. Se quedó en silencio durante unos minutos. Sabía que Bonnie no creía en lo sobrenatural y claro estaba que tampoco iba a creer que esa familia tuviera algo que ver con el caserón de la entrada al pueblo.

—Sé lo que piensas, Nicky. – Continuó hablando Bonnie. - ¿Cuántas familias hay con ese apellido?

No podía llevarle la contraria. Llevaba razón, toda la del mundo.

—Lo sé.

—Entonces, ¿por qué no paras de pensar en la familia nueva? No tiene nada que ver con esa otra familia.

No era por la nueva familia. Era esa sensación que no se le iba.

—Quizás sean cosas mías. – Contestó Nicky. – Ese apellido me da escalofríos. Tantas cosas alrededor de esa casa, de ese apellido...

—Deja de pensar en esos asuntos...

—¿Has visto a ese niño o a sus padres?

—No. Pero es normal. Acaban de llegar al pueblo. Están de mudanza. Son muchas cosas – sonrió –. No hace tanto pasé yo por lo mismo. Te puedo decir que no son pocas las cosas que hay que hacer.

—¿Y la compra? Algo tendrán que comer.

—Se habrán traído cosas de su anterior hogar. Lo justo para unos días, supongo. Estas cosas son largas y tediosas.

Tenía sentido. Aunque seguía dándole escalofríos ese apellido. No le hacía especial gracia todo lo que tuviera relación con ese apellido, aunque fuera lo más casual del mundo.

Todo el pueblo estaba extrañado con el apellido. Desde que la familia propietaria de la casa de las afueras desapareció, no había habido nadie en el pueblo llamado Williams. Quizás fuera por eso por lo que todos estaban tan descolocados.

Aiden era un chico normal, al fin y al cabo. Un poco reservado, quizás, pero era normal en un niño de esa edad que se acababa de mudar a un pueblo donde no conocía a nadie.

Tampoco ayudaría a su integración si llegara a enterarse de que su familia y él eran el centro de atención de todos los corrillos.

—Sus padres no fueron a recogerle al colegio, ¿verdad? –. Preguntó Nicky.

—No, no fueron. Tampoco es que eso suponga gran problema. Vivirán cerca. Además, no tiene por qué perderse en un pueblo como este.

Bonnie le quitaba hierro al asunto. Era un alumno nuevo, nada más. Quizás su visión de esto viniera dada por su experiencia en la ciudad. Allí que un niño fuera solo al colegio no significaba nada del otro mundo. Los padres hacían rutas para acompañarlos, pero siempre a cierta distancia. Quizás sus padres le vigilaran desde su puerta o a algunas calles del colegio.

Nicky veía problemas por todos lados, al contrario que Bonnie.

—Te comes demasiado la cabeza. Es solo un niño, es solo una familia.

—Tenemos visiones de lo que son las responsabilidades familiares un poco distinta, Bonnie.

—No tanto, no te creas – sonrió –. A mí tampoco es que me haga mucha gracia que no fueran a por él. Me hubiera gustado conocerles.

Eso era lo único que no le había gustado del comportamiento de los padres de Aiden. Ni siquiera sabía cuáles eran sus nombres. No sabía cuándo le iba a llegar el informe completo del niño. En lo que tenía en sus manos constaba su nombre, edad y poco más.

Le hacía falta más datos. No solo era saber sobre su padre o su antiguo colegio. Para ser una buena docente, creía necesario saber cosas sobre sus alumnos. Lo que el pequeño pudiera decirle no era suficiente para ella. Necesitaba distintos puntos de vista y, en este caso, esa información solo podía venir desde sus padres. Al menos, por ahora, que el niño aún no tenía amigos en el pueblo. Todavía no podía contar con más opiniones que no fueran las de los progenitores.

—¿Solo te preocupa eso del niño? – le preguntó Nicky tras contarle sus preocupaciones con respecto a la docencia.

—¿Qué más quieres que me preocupe?

A Bonnie le cansaba ese tema. Relacionaba todo con esa casa, lo cual no terminaba de hacerle mucha gracia.

_Nicky, por favor, no me gusta que sigas por ese camino. Estás obsesionada con el caserón.

_No es eso...

_ Nicky, es solo una casa. Sus habitantes se irían a Francia durante la Guerra. Quizás después. Eso no tiene nada de raro.

Aunque se lo callaría, Nicky quería contestarle que su marido también sentía curiosidad por esa casa. Aunque, claro, poco tenía que ver con el tema del que estaban hablando.

Además, como de costumbre, tenía razón. Al fin y al cabo, ese pueblo había sido un lugar de tránsito para personas que estaban huyendo de la misma Guerra o de la posterior situación política del país. La gente huía hacia Francia.

—Nicky, entiendo que todo el pueblo ande revolucionado con este tema. Por un lado, son vecinos nuevos; por otro, la nueva familia tiene ese apellido.

—Pero el tema te cansa, ¿verdad?

Bonnie asintió.

—Sé que estas cosas no son lógicas, pero no puedo evitar relacionarles con el caserón. Estas dos cosas me crean pensamientos, sensaciones contradictorias.

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