Capítulo 56

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"6 de Enero de 1940"

Aun estando a unos pasos de aquel hombre, Leonor no conseguía distinguir su rostro. Estaba oscurecido por una extraña sombra.

Notó un extraño olor. Era como si el aire que le rodeaba oliera a putrefacción y a flores a partes iguales.

El ambiente estaba tenso. No solo porque en la casa hubiera un hombre al que no le veía el rostro. Era todo lo que rodeaba aquella noche. No estaba siendo una velada muy normal.

—¿Quién es usted? – volvió a preguntarle –. Su cara...

—¿De verdad no sabes quién soy?

Leonor se encogió de hombros.

El señor se acercó a ella. Las puntas de sus pies se tocaban. Aun así, su cara seguía sin poder reconocerse.

—Hace mucho que no nos vemos, pequeña Leonor. Mucho tiempo. Aun así, esperaba que no me hubieras olvidado.

No es que le hubiera olvidado, es que no conseguía ver su cara con claridad. Sin eso, no podía saber si alguna vez lo había visto o no.

A Leonor se le erizó el bello de todo el cuerpo. Algo le decía que aquel hombre no era normal. Temblaba. Su cuerpo no podía parar.

—Debería irse – titubeó–. Esta casa es propiedad privada.

—Hace poco más de un año que aquí no vive nadie. La familia salió de aquí antes de las Navidades del año pasado y no han regresado.

—Regresarán. Tarde o temprano lo harán. Solo necesitan tiempo para poder organizarse.

—No lo harán. Tú lo sabes tan bien como el resto de empleados que han ido dejando el servicio de esta casa. Quizás tu deberías hacer lo mismo.

Leonor sintió ganas de vomitar. Comenzó a marearse. Su cuerpo empezaba a tambalearse. La vista se le nublaba.

Se cayó al suelo perdiendo el conocimiento.

Al despertar, allí no había nadie.

Le costó incorporarse. La cabeza le daba vueltas. Y ese olor, ese extraño olor a putrefacción y a flores, seguía impregnando el ambiente.

Con mucho esfuerzo, pudo dar unos pasos y sentarse en una silla. Necesitaba sentirse mejor antes de salir de la casa.

Unos minutos después, sintiéndose ya mejor, se dirigió a la puerta. Salió de aquel lugar y se encontró con Juan, que llevaba unos minutos esperándola en la calle, tal cual le había prometido.

—Leonor, ¿estás bien? – le preguntó.

Ella asintió.

—Quiero ir ya a casa.

Juan no le dijo nada. Simplemente caminó a su lado. Aunque él no había visto nada, sabía que algo le había sucedido. Leonor podía no ser la chica más alegre del mundo, o la más habladora, pero tampoco la más callada.

—Leonor...

—No digas nada, Juan. No quiero hablar ahora mismo. ¿Podemos dejar esta conversación para otro día?

Él se encogió de hombros. Conocía bien a aquella chica y, si no quería hablar, no lo haría.

Pasaron varios días. Leonor no había querido volver a pasarse por la casa. Le había cogido miedo.

Sentía pena al pasar por delante de aquel lugar y no entrar, pero sentía terror. No conseguía olvidarse de lo que le había pasado en aquel lugar.

Juan estaba preocupado. No conseguía que le contara lo que le sucedía. Si bien no esa chica no solía contar sus problemas con facilidad, siempre terminaba diciéndole a él lo que le preocupaba.

Había pasado una semana de lo sucedido, cuando se decidió a contárselo.

Se encontraron en el parque, como todos los chicos de esa edad. Leonor volvió a revivir lo que le había sucedido el seis de enero para su amigo.

—No me puedo creer lo que me estás contando. - Le dijo juan a su amiga tras escuchar su historia. – Los fantasmas no existen.

—No era un fantasma. Tenía que ser un hombre de carne y hueso, como tú y yo. Solo que no sé cómo entró y, lógicamente, no lo vi salir.

Era una historia increíble. El olor, el hombre que entra en una casa totalmente cerrada y que le pregunta a una chiquilla si no le recuerda, el ruido de la segunda planta. Eran demasiadas cosas increíbles.

—¿Qué piensas que es?

—Juan, no lo sé. Desde entonces, ese aroma me persigue.

—Dicen que, si el olor que acompaña a una aparición es dulce o a flores, tu visión es de alguien bueno. Por el contrario, si es amargo o a huevos podridos, es muy probable que sea un mal ser.

—Eso sería si hubiera algo sobrenatural rodeando todo este asunto.

—Leonor, eres demasiado descreída.

—y tú demasiado crédulo.

Juan le dio sus razones para pensar lo que pensaba y casi logró convencerla de que lo que le había sucedido había sido algo sobrenatural o, cuanto menos, sin explicación racional.

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