Capítulo 38

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 "27 de Diciembre de 1991"

Matt volvió a Madrid. Echaba mucho de menos a su hermana y a su sobrina cuando las tenía lejos, pero la empresa requería su atención. Alguien tenía que atenderla desde allí mientras su cuñado estuviera en el pueblo. Además, su mundo estaba en la capital, no en aquel pueblecito.

Se despidió de ña familia dentro de casa. Durante la noche había comenzado a nevar, por lo que hacía mucho frío para sacar a la niña de casa.

Bonnie casi se echa a llorar. Hacía meses que no le veía y, para una vez que le hacía una visita, duraba tan poco tiempo. Su hermano era lo que más echaba en falta de Madrid. Quizás fuera él lo único que le faltaba en aquel pueblo para sentirse completamente feliz.

Desde la puerta, Charles y su esposa se despidieron de Matthew.

A media mañana, Bonnie salió de casa para comparar el pan. Iba totalmente sumergida en sus pensamientos.

Las calles estaban cubiertas de nieve. A la profesora le encantaba. El pueblo parecía un lugar idílico.

El suelo estaba prácticamente virgen. No había pisadas sobre el manto blanco que cubría el asfaltado.

—Buenos días – le saludó Aiden, que había salido de casa a hacerle unos recados a su madre –. Espero que haya tenido una bonita Navidad.

—Buenos días. Si, como todas, cielo. Espero que tú también – Le sonrió al niño. Este le respondió de la misma manera –. ¿Dónde vas tan solo con este frío? ¿No deberías estar en casa, al calorcito?

­—Mi madre me ha mandado a la tienda a comprar. Le hace falta unas cosas para la comida de hoy.

—¿Quieres venir conmigo? Yo también voy a la tienda.

Aiden coge de la mano a su profesora sin que esta se la hubiera ofrecido.

A Bonnie le dio ternura. Parecía ser un chico bueno y muy inocente.

Aiden le dio a la dueña de la tienda la lista de cosas que su madre le había pedido. No quería que se le olvidara nada.

—Señorita, ¿Le importa si me voy adelantando? – le preguntó a su profesora–. Si he venido con usted, debería salir a su lado.

El niño parecía muy formal, más educado que, en un principio, se podía observar en el aula.

—Ve tranquilo. Y ten mucho cuidado en la vuela. Hace mucho frío y el suelo está muy nevado. Procura no resbalar y hacerte daño.

Aiden asintió con la cabeza.

—Pierda cuidado, señorita. Intentaré no hacerme daño.

Desde la calle, el niño miró al interior del local. Le dijo adiós a su profesora con la mano y siguió su camino.

Bonnie pidió el pan.

—Qué chico más raro, ¿Verdad? – dijo la dependienta.

—¿A qué se refiere?

—No se explicarte. – Respondió Jacinta, la dueña del local. Es muy reservado, callado. Apenas cruza más de dos o tres palabras con la gente. Cuando viene, siempre lo hace con una lista determinada de cosas, que me da a mí y después se va. Nunca compra chucherías, algo normal en chicos de su edad.

—Bueno, es la personalidad del niño. No tiene nada de raro que sea de esa manera.

_Tampoco es que tenga muchos amigos.

_Bueno, Jacinta, tampoco es que los niños estén muy predispuestos a jugar con él por el apellido que lleva.

—Además, siempre es él quien viene a comprar. Aún no conozco a sus padres.

—Querrán darle esa responsabilidad al niño. Está muy bien que sepa cuál es el valor del dinero y lo que cuesta hoy en día las cosas.

La propietaria se quedó sin argumentos. Tenía que reconocer que cada niño tenía su personalidad, que no había ninguno igual al otro.

Bonnie regresó a casa. se quedó pensando en lo que le había dicho la dependienta. No se podía creer que tuviera esos pensamientos respecto a un niño. Se había notado muchísimo la influencia del apellido Williams sobre los habitantes de Oeste-Village.

Al llegar a la plaza mayor, durante un segundo, creyó ver a Aiden. Se sorprendió. Creyó que estaba ya en casa. Había salido unos cuantos minutos antes que ella.

Al fijarse bien, se dio cuenta que no era su alumno. De hecho, no había nadie delante de ella.

"Estaré cansada." Pensó.

No dio más de cinco pasos cuando se dio cuenta de algo.

Miró el suelo. No había huellas en el suelo. Pareciera que nadie hubiese pisado aquel suelo. Había únicamente un par de juegos de pisadas. Una era la suya y la otra parecía de niño.

Eso no era lo extraño. Si no hubiera sido porque aparecían desde la nada y desaparecían de la misma manera.

Dichas huellas tenían un recorrido de entre cinco y siete metros.

A Bonnie le entró la risa floja. ¿Cómo podía ser es posible?

Creyó que aquello sería una broma, una trastada de los niños del pueblo, que intentaban dar un susto a los adultos o a algún amigo. Pero, si fuera así, tendrían que haber dejado, al menos, otro juego de huellas.

Cuando llegó a casa, le dijo a su marido lo de las huellas.

—Cariño, ¿se te está pegando la tontería que tiene esta gente?

_No, no es eso, Charles. ¿Cómo se puede hacer eso?

—Borrando parte de tus huellas. Si te hubieras fijado un poco, seguro que hubieras podido ver alguna huella más.

—Entonces...

—Entonces, cielo, estás cansada. Apenas hemos dormido con tu hermano aquí. Eso no te deja caer en las trastadas más simples de los niños. Estoy seguro que estarían escondidos no muy lejos de esas huellas.

—Si, tienes razón.

Charles empezó a preocuparse por su esposa. Ni él mismo se creía esa excusa. No podía dar una explicación lógica a aquellas huellas en la nieve. Pero tampoco era algo sobrenatural, como se temía su esposa.

Se tenía que reconocer a sí mismo que no le gustaba que a una mujer tan racional, se le pasara por la cabeza una idea como aquella.

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