Capitulo 11

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Todavía lleva el pelo mojado.

Al mirarlo se me seca la boca... Está alucinantemente bueno.

Entra en la suite acompañado de un hombre de treinta y pico años, con el pelo rapado, un elegante traje negro y corbata, que se queda en silencio en una esquina.

Sus ojos azulados nos miran impasibles.

—Señorita Laur, volvemos a vernos.

Leandro me tiende la mano, que estrecho mientras parpadeo rápidamente.

¡Dios mío!... Está realmente... Cuando le toco la mano, siento esa agradable corriente que me recorre el cuerpo entero, me enciende y hace que me ruborice.

Estoy convencida de que todo el mundo puede oír mi respiración irregular.

—Señor Scott, le presento a mi madre —susurro señalando a mamá, que se acerca y lo mira directamente a los ojos.

—La tenaz señora Laur. ¿Qué tal está? —Sonríe ligeramente y parece realmente divertido—. Espero se encuentre bien el día de hoy. Faya me dijo que la semana pasada usted le había conseguido la lista de preguntas.

—Estoy bien, gracias, señor Scott.

— Señor Laur un placer volver a verle

Le estrecha la mano con fuerza sin pestañear.

Me recuerdo a mí misma que mi padre es el magnate de Culver.

La familia de mi padre siempre a sido de dinero, así que ha crecido seguro de sí mismo y de su lugar en el mundo.

No se anda con tonterías.

A mí me impresiona.

—Gracias por haber encontrado un momento para la sesión —le dice con una sonrisa educada y profesional.

—Es un placer —le contesta Leandro lanzándome una mirada.

Vuelvo a ruborizarme.

Maldita sea.

—Este es Emilio Maxwell, nuestro fotógrafo —le digo.

Y sonrío a Emilio, que me devuelve una sonrisa cariñosa y luego mira a Leandro con frialdad.

—Señor Scott—lo saluda con un movimiento de cabeza.

—Señor Maxwell.

La expresión de Leandro también cambia mientras observa a Emilio.

—¿Dónde quiere que me coloque? —le pregunta Leandro en tono ligeramente amenazador.

Pero mi madre no está dispuesta a dejar que Emilio lleve la voz cantante.

—Señor Scott, ¿puede sentarse aquí, por favor? Tenga cuidado con los cables. Y luego haremos también unas cuantas de pie.

Le indica una silla colocada contra una pared.

Alex enciende las luces, que por un momento ciegan a Leandro, y susurra una disculpa.

Luego él y yo nos quedamos atrás y observamos a Emilio mientras toma las fotografías.

Hace varias con la cámara en la mano, pidiéndole a Leandro que se gire a un lado, al otro, que mueva un brazo y que vuelva a bajarlo.

Luego coloca la cámara en el trípode y sigue haciendo fotos de Leandro sentado, posando pacientemente y con naturalidad, durante unos veinte minutos.

Mi deseo se ha hecho realidad: admiro a Leandro desde una distancia no tan larga.

En dos ocasiones nuestros ojos se encuentran y tengo que apartar la mirada de la suya, tan inextricable.

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