Capítulo 38

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—No —le contesto de mal humor.

—Ay, cuánto me gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y yo también.

—No puedes decir esas cosas... Todavía no he firmado nada.

—Pero soñar es humano, Faya. —Se inclina y me agarra de la barbilla—. ¿Hasta el miércoles? —murmura.......

Me besa rápidamente en los labios.

—Hasta el miércoles —le contesto—. Espera, salgo contigo. Dame un minuto.

Me siento, cojo la camiseta y lo empujo para que se levante de la cama.

Lo hace de mala gana.

—Pásame los pantalones de chándal, por favor.

Los recoge del suelo y me los tiende.

—Sí, señora.

Intenta ocultar su sonrisa, pero no lo consigue.

Lo miro con mala cara mientras me pongo los pantalones.

Tengo el pelo hecho un desastre y sé que después de que se marche voy a tener que enfrentarme a la santa inquisidora Elissa Laur.

Cojo una goma para el pelo, me dirijo a la puerta y la abro para ver si está mi madre.

No está en el comedor.

Creo que la oigo hablando por teléfono en su habitación.

Leandro me sigue.

Durante el breve recorrido entre mi habitación y la puerta de la calle mis pensamientos y mis sentimientos fluyen y se transforman.

Ya no estoy enfadada con él.

De pronto me siento insoportablemente tímida.

No quiero que se marche.

Por primera vez me gustaría que fuera normal, me gustaría mantener una relación normal que no exigiera un acuerdo de diez páginas, azotes y mosquetones en el techo de su cuarto de juegos.

Le abro la puerta y me miro las manos.

Es la primera vez que me traigo un chico a mi casa, y creo que ha estado genial.

Pero ahora me siento como un recipiente, como un vaso vacío que se llena a su antojo.

Mi subconsciente mueve la cabeza.

Querías correr al Loews en busca de sexo... y te lo han traído a casa.

Cruza los brazos y golpea el suelo con el pie, como preguntándose de qué me quejo.

Leandro se detiene junto a la puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a mirarlo.

Arruga la frente.

—¿Estás bien? —me pregunta acariciándome la barbilla con el pulgar.

—Sí —le contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.

Siento un cambio de paradigma.

Sé que si acepto, me hará daño.

Él no puede, no le interesa o no quiere ofrecerme nada más... pero yo quiero más.

Mucho más.

El ataque de celos que he sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por él son más profundos de lo que me he reconocido a mí misma.

—Nos vemos el miércoles —me dice.

Se inclina y me besa con ternura.

Pero mientras está besándome, algo cambia.

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