Capitulo 70

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El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotras.

Ha venido... por mí.

Pero no deseo que esté aquí, y se lo haré saber muy a pesar de una personita que está en mi mente muy contenta.

La diosa que llevo dentro se levanta como una loca de su chaise longue.

Leandro se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos de cobre bruñido y rojo.

En sus luminosos ojos verdes veo brillar... ¿rabia? ¿Tensión?

Aprieta la boca, la mandíbula tensa.

Oh, mierda... no.

Ahora mismo estoy tan furiosa con él, y encima está aquí.

¿Cómo me voy a enfadar con él delante de Nina?

Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo.

Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros.

—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi enojo por verlo aquí en carne y hueso.

—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.

—Leandro, esta es una de mis amigas del viaje, Nina.

Mis arraigados modales toman el mando.

Se gira para saludarla.

—Encantado de conocerla, señorita Nelson.

¿Cómo sabe el apellido de ella?

Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Leandro Scott, destinada a la rendición total sin rehenes.

Mi amiga no tiene escapatoria.

La mandíbula se le descuelga hasta la mesa.

Por Dios, controla un poco, Nina.

Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha.

No le contesta.

Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.

—Leandro—consigue decir por fin, sin aliento

Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos verdes centelleantes.

Los miro con el gesto fruncido.

—¿Qué haces aquí?

La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa.

Estoy muy molesta de verlo, pero completamente descolocada, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas.

No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos.

Además, estoy algo nerviosa por el e-mail que acabo de enviarle.

—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.

—¿Te alojas aquí?

Sueno como una universitaria de segundo año colocada de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.

—Bueno, ayer no me dijiste que no tenías ganas de que no estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señorita Laur—dice en voz baja sin rastro alguno de humor.

By following your rulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora