Capitulo 4

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Son preciosos, una serie de objetos prosaicos e insignificantes, pintados con tanto detalle que parecen fotografías.

Pero, colgados juntos en la pared, resultan impresionantes.

—Un artista de aquí. Trouton —me dice el señor Scott cuando se da cuenta de lo que estoy observando.

—Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario —murmuro distraída, tanto por él como por los cuadros.

Ladea la cabeza y me mira con mucha atención.

—No podría estar más de acuerdo, señorita Laur—me contesta en voz baja.

Y por alguna inexplicable razón me ruborizo.

Aparte de los cuadros, el resto del despacho es frío, limpio y aséptico.

Me pregunto si refleja la personalidad del Adonis que está sentado con elegancia frente a mí en una silla blanca de piel.

Bajo la cabeza, alterada por la dirección que están tomando mis pensamientos, y saco del bolso las preguntas que me ha dado mi madre.

Luego preparo la grabadora con tanta torpeza que se me cae dos veces en la mesita.

El señor Scott no abre la boca.

Aguarda pacientemente —eso espero—, y yo me siento cada vez más avergonzada y me pongo más roja.

Cuando reúno el valor para mirarlo, está observándome, con una mano encima de la pierna y la otra alrededor de la barbilla y con el largo dedo índice cruzándole los labios.

Creo que intenta ahogar una sonrisa.

—Pe... Perdón —balbuceo—. No suelo utilizarla.

—Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Laur—me contesta.

—¿Le importa que grabe sus respuestas?

—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora?

Me ruborizo.

¿Está bromeando?

Eso espero.

Parpadeo, no sé qué decir, y creo que se apiada de mí, porque acepta.

—No, no me importa.

—¿Le explicó alguien..... digo... el departamento de marketing o la secretaria para dónde era la entrevista?

—Sí. Para anunciar la sociedad con la empresa Laur Brand,.

Vaya.

Acabo de enterarme.

Y por un momento me preocupa que alguien no mucho mayor que yo —vale, quizá seis o siete años, y vale, un megatriunfador, pero aun así— sea socio de la empresa que algún día será mi herencia.

Frunzo el ceño e intento centrar mi caprichosa atención en lo que tengo que hacer.

—Bien —digo tragando saliva—. Tengo algunas preguntas, señor Scott.

Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Sí, creo que debería preguntarme algo —me contesta inexpresivo.

Está burlándose de mí.

Al darme cuenta de ello, me arden las mejillas.

Me incorporo un poco y estiro la espalda para parecer más alta e intimidante.

Pulso el botón de la grabadora intentando parecer profesional.

—Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?

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