Capitulo 17

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Llama a la puerta y doy un respingo.

—Ha llegado el desayuno.

—Va... Vale —tartamudeo arrancándome cruelmente de mi ensoñación erótica.

Salgo de la ducha y cojo dos toallas.

Con una me envuelvo el pelo al más puro estilo Carmen Miranda, y con la otra me seco a toda prisa obviando la placentera sensación de la toalla frotando mi piel hipersensible.

Abro la bolsa.

James me ha comprado no solo unos vaqueros y unas Converse, sino también una camisa azul cielo, calcetines y ropa interior.

Madre mía.

Sujetador y bragas limpios...

Aunque describirlos de manera tan mundana y utilitaria no les hace justicia.

Es lencería de lujo europea, de diseño exquisito.

Encaje y seda azul celeste.

Uau.

Me quedo impresionada y algo intimidada.

Y además es exactamente de mi talla.

Pues claro.

Me ruborizo pensando en el rapado en una tienda de lencería comprándome estas prendas.

Me pregunto a qué otras cosas se dedica en sus horas de trabajo.

Me visto rápidamente.

El resto de la ropa también me queda perfecta.

Me seco el pelo con la toalla e intento desesperadamente controlarlo, pero, como siempre, se niega a colaborar.

Mi única opción es hacerme una coleta, pero no tengo goma.

Debo de tener una en el bolso, pero vete a saber dónde está.

Respiro profundamente.

Ha llegado el momento de enfrentarse al señor Turbador.

Me alivia encontrar la habitación vacía.

Busco rápidamente mi bolso, pero no está por aquí.

Vuelvo a respirar hondo y voy a la sala de estar de la suite.

Es enorme.

Hay una lujosa zona para sentarse, llena de sofás y blandos cojines, una sofisticada mesita con una pila de grandes libros ilustrados, una zona de estudio con el último modelo de iMac y una enorme televisión de plasma en la pared.

Leandro está sentado a la mesa del comedor, al otro extremo de la sala, leyendo el periódico.

La estancia es más o menos del tamaño de una cancha de tenis.

No es que juegue al tenis, pero he ido a ver jugar a Jacqueline varias veces.

¡Jac!

—Mierda, Jacqueline —digo con voz ronca.

Leandro alza los ojos hacia mí.

—Sabe que estás aquí y que sigues viva. Le he mandado un mensaje a Aarón —me dice con cierta sorna.

Oh, no.

Recuerdo su ardiente baile de ayer, sacando partido a todos sus movimientos exclusivos para seducir al hermano de Leandro Scott, nada menos.

¿Qué va a pensar de que esté aquí?

Nunca he pasado una noche fuera de casa.

Está todavía con Aaron.

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