Capitulo 30

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Mueve el dedo trazando un amplio círculo, expandiéndome, empujándome, y su lengua sigue el compás del dedo alrededor de mi clítoris.

Gimo.

Es demasiado...

Mi cuerpo me suplica que lo alivie, y no puedo seguir negándome.

Me dejo ir.

El orgasmo se apodera de mí y pierdo todo pensamiento coherente, me........

Retuerzo por dentro una y otra vez.

¡Madre mía!

Grito, y el mundo se desmorona y desaparece de mi vista mientras la fuerza de mi clímax lo anula y lo vacía todo.

Mis jadeos apenas me permiten oír cómo rasga el paquetito plateado.

Me penetra lentamente y empieza a moverse.

Oh... Dios mío.

La sensación es dolorosa y dulce, fuerte y suave a la vez.

—¿Cómo estás? —me pregunta en voz baja.

—Bien. Muy bien —le contesto.

Y empieza a moverse muy deprisa, hasta el fondo, me embiste una y otra vez, implacable, empuja y vuelve a empujar hasta que vuelvo a estar al borde del abismo.

Gimoteo.

—Córrete para mí, nena.

Me habla al oído con voz áspera, dura y salvaje, y exploto mientras bombea rápidamente dentro de mí.

—Un polvo de agradecimiento —susurra.

Empuja fuerte una vez más y gime al llegar al clímax apretándose contra mí.

Luego se queda inmóvil, con el cuerpo rígido.

Se desploma encima de mí.

Siento su peso aplastándome contra el colchón.

Paso mis manos atadas alrededor de su cuello y lo abrazo como puedo.

En este momento sé que haría cualquier cosa por este hombre.

Soy suya.

La maravilla que está enseñándome es mucho más de lo que jamás habría podido imaginar.

Y quiere ir más allá, mucho más allá, a un lugar que mi inocencia ni siquiera puede imaginar.

Oh... ¿qué debo hacer?

Se apoya en los codos, y sus intensos ojos verdes me miran fijamente.

—¿Ves lo buenos que somos juntos? —murmura—. Si te entregas a mí, será mucho mejor. Confía en mí, Faya. Puedo transportarte a lugares que ni siquiera sabes que existen.

Sus palabras se hacen eco de mis pensamientos.

Pega su nariz a la mía.

Todavía no me he recuperado de mi insólita reacción física y lo miro con la mente en blanco, buscando algún pensamiento coherente.

De pronto oímos voces en el salón, al otro lado del dormitorio.

Tardo un momento en procesar lo que estoy oyendo.

—Si todavía está en la cama, tiene que estar enfermo. Nunca está en la cama a estas horas. Leandro nunca se levanta tarde.

—Señora Scott, por favor.

—James, no puedes impedirme ver a mi hijo.

—Señora Scott, no está solo.

—¿Qué quiere decir que no está solo?

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