Capítulo 54

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Hago lo que me manda, con la respiración agitada por una mezcla de miedo y deseo.

Miedo por recordar ese maldito momento.

Una mezcla embriagadora.

—Cuando te pida que entres aquí, vendrás así. Solo en braguitas. ¿Entendido?

—Sí.

—Sí, ¿qué?

Me mira furibundo.

—Sí, señor.

Se dibuja una sonrisa en sus labios.

—Buena chica. —Sus ojos ardientes atraviesan los míos—. Cuando te pida que entres aquí, espero que te arrodilles allí. —Señala un punto junto a la puerta—. Hazlo.

Extrañada, proceso sus palabras, me doy la vuelta y, con torpeza, me arrodillo como me ha dicho.

—Te puedes sentar sobre los talones.

Me siento.

—Las manos y los brazos pegados a los muslos. Bien. Separa las rodillas. Más. Más. Perfecto. Mira al suelo.

Se acerca a mí y, en mi campo de visión, le veo los pies y las espinillas.

Los pies descalzos.

Si quiere que me acuerde de todo, debería dejarme tomar apuntes.

Se agacha y me coge de la trenza otra vez, luego me echa la cabeza hacia atrás para que lo mire.

No duele por muy poco.

—¿Podrás recordar esta posición, Faya?

—Sí, señor.

—Bien. Quédate ahí, no te muevas.

Sale del cuarto.

Estoy de rodillas, esperando.

¿Adónde habrá ido?

¿Qué me va a hacer?

Pasa el tiempo.

No tengo ni idea de cuánto tiempo me deja así... ¿unos minutos, cinco, diez? La respiración se me acelera cada vez más; la impaciencia me devora de dentro afuera.

Y es cuando esos momentos me vuelven a invadir la mente como lo hacen todas las noches, ese día que toda mi vida cambio, dando un giro de 180 grados.

Sumida en mis recuerdos dolorosos, siento que esta experiencia es totalmente distinta a lo que fue y será el recuerdo que me perturba cada noche.

Pero me obligo a alejar esos pensamientos aunque sea por unas horas, y recuerdo que esto es lo que quiero.

De pronto vuelve, y súbitamente me noto más tranquila y más excitada, todo a la vez.

¿Podría estar más excitada?

Le veo los pies.

Se ha cambiado de vaqueros.

Estos son más viejos, están rasgados, gastados, demasiado lavados.

Madre mía, cómo me ponen estos vaqueros.

Cierra la puerta y cuelga algo en ella.

—Buena chica, Faya. Estás preciosa así. Bien hecho. Ponte de pie.

Me levanto, pero sigo mirando al suelo.

—Me puedes mirar.

Alzo la vista tímidamente y veo que él me está mirando fijamente, evaluándome, pero con una expresión tierna.

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