Capitulo 53

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—¿Te avergüenzas de mí? —digo sin poder disimular que estoy dolida.

—Por supuesto que no —contesta poniendo los ojos en blanco.

—¿Y por qué se te hace raro?

—Porque no lo he hecho nunca.

—¿Por qué tú si puedes poner los ojos en blanco y yo no?

Me mira extrañado.

—No me he dado cuenta de que lo hacía.

—Tampoco yo, por lo general —espeto.

Leandro me mira furioso, estupefacto.

James aparece en la puerta.

—Ha llegado la doctora Rinaldi, señor.

—Acompáñala a la habitación de la señorita Laur.

¡La habitación de la señorita Laur!

—¿Preparada para usar algún anticonceptivo? —me pregunta mientras se pone de pie y me tiende la mano.

—No irás a venir tú también, ¿no? —pregunto espantada.

Se echa a reír.

—Pagaría un buen dinero por mirar, créeme, Faya, pero no creo que a la doctora le pareciera bien.

Acepto la mano que me tiende, y Leandro tira de mí hacia él y me besa apasionadamente.

Me aferro a sus brazos, sorprendida.

Me sostiene la cabeza con la mano hundida en mi pelo y me atrae hacia él, pegando su frente a la mía.

—Cuánto me alegro de que hayas venido —susurra—. Estoy impaciente por desnudarte.

La doctora Rinaldi es alta y rubia y va impecable, vestida con un traje de chaqueta azul marino.

Me recuerda a las mujeres que trabajan en la oficina de Leandro y mi padre.

Es como un modelo de retrato robot, otra rubia perfecta.

Lleva la melena recogida en un elegante moño.

Tendrá unos cuarenta y pocos.

—Señor Scott y Señorita Laur un placer volver a verla.

Estrecha la mano que le tiende Leandro.

—Gracias por venir habiéndola avisado con tan poca antelación —le digo amablemente.

—Gracias a usted por compensármelo sobradamente, señorita Laur. Señor Scott

Sonríe; su mirada es fría y observadora.

Se dan la mano y enseguida recuerdo que es una de esas mujeres que no soportan a la gente estúpida.

Al igual que Mamá.

Y recuerdo lo bien que me cae de inmediato.

Le dedica a Leandro una mirada significativa y, tras un instante incómodo, él capta la indirecta.

—Estaré abajo —murmura, y sale de lo que va a ser mi dormitorio.

—Bueno, señorita Laur usted me paga una pequeña fortuna para que la atienda. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted?

Tras un examen en profundidad y una larga charla, la doctora Rinaldi y yo nos decidimos por la minipíldora por segunda vez.

Me hace una receta previamente abonada y me indica que vaya a recoger las píldoras mañana.

Me encanta su seriedad: me ha sermoneado hasta ponerse azul como su traje sobre la importancia de tomarla siempre a la misma hora.

Y noto que se muere de curiosidad por saber qué «relación» tengo con el señor Scott.

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