Capitulo 24

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—¿Eres virgen?

Asiento con la cabeza y vuelvo a ruborizarme.

Cierra los ojos y parece estar contando hasta diez.

Cuando los abre, me mira enfadado.

—¿Por qué cojones no me lo habías dicho? —gruñe.

Leandro recorre su estudio de un lado a otro pasándose las manos por el pelo.

Las dos manos... lo que quiere decir que está doblemente enfadado.

Su férreo control habitual parece haberse resquebrajado.

—No entiendo por qué no me lo has dicho —me riñe.

—No ha salido el tema. No tengo por costumbre ir
contando por ahí mi vida sexual. Además... apenas nos conocemos.

Me contemplo las manos.

¿Por qué me siento culpable?

¿Por qué está tan rabioso?

Lo miro.

—Bueno, ahora sabes mucho más de mí —me dice bruscamente. Y aprieta los labios—. Sabía que no tenías mucha experiencia, pero... ¡virgen! —Lo dice como si fuera un insulto—. Mierda, Faya, acabo de mostrarte... —se queja—. Que Dios me perdone. ¿Te han besado alguna vez, sin contarme a mí?

—Pues claro —le contesto intentando parecer ofendida.

Vale... quizá un par de veces.

—¿Y no has perdido la cabeza por ningún chico guapo? De verdad que no lo entiendo. Tienes veintiún años, casi veintidós. Eres guapa.

Vuelve a pasarse la mano por el pelo.

Guapa.

Me ruborizo de alegría.

Leandro Scott me considera guapa.

Entrelazo los dedos y los miro fijamente intentando disimular mi estúpida sonrisa.

Quizá es miope.

Mi adormecida subconsciente asoma la cabeza.

¿Dónde estaba cuando la necesitaba?

—¿Y de verdad estás hablando de lo que quiero hacer cuando no tienes experiencia? —Junta las cejas—. ¿Por qué has eludido el sexo? Cuéntamelo, por favor.

Me encojo de hombros.

—Nadie me ha gustado tanto como para tirarmelo de esa manera, digamos que fueron unos polvos orales? Por decirlo de alguna manera, pero no más allá de eso.

Nadie me ha hecho sentir así, solo tú.

Y resulta que tú eres una especie de monstruo.

—¿Por qué estás tan enfadado conmigo? —le susurro.

—No estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo. Había dado por sentado... —Suspira, me mira detenidamente y mueve la cabeza

—. ¿Quieres marcharte? —me pregunta en tono dulce.

—No, a menos que tú quieras que me marche —murmuro.

No, por favor... No quiero marcharme.

—Claro que no. Me gusta tenerte aquí —me dice frunciendo el ceño, y echa un vistazo al reloj—. Es tarde. —Y vuelve a levantar los ojos hacia mí—. Estás mordiéndote el labio —me dice con voz ronca y mirándome pensativo.

—Perdona.

—No te disculpes. Es solo que yo también quiero morderlo... fuerte.

Me quedo boquiabierta... ¿Cómo puede decirme esas cosas y pretender que no me afecten?

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