Capitulo 55

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—La aburro, ¿verdad, señorita Laur?

Me despierto de golpe y tengo a Leandro delante, de brazos cruzados, mirándome furioso.

Mierda, me ha pillado echando una cabezadita; esto no va a terminar bien.

Su mirada se suaviza cuando lo miro.

—Levántate —me ordena.

Me pongo en pie con cautela.

Me mira y esboza una sonrisa.

—Estás destrozada, ¿verdad?

Asiento tímidamente, ruborizándome.

—Aguante, señorita Laur. —Frunce los ojos—. Yo aún no he tenido bastante de ti. Pon las manos al frente como si estuvieras rezando.

Lo miro extrañada.

¡Rezando!

Rezando para que tengas compasión de mí.

Hago lo que me pide.

Coge una brida para cables y me sujeta las muñecas con ella, apretando el plástico.

Madre mía.

Lo miro de pronto.

—¿Te resulta familiar? —pregunta sin poder ocultar la sonrisa.

Dios... las bridas de plástico para cables.

¡Aprovisionándose en mi antiguo trabajo!

Ahogo un gemido y la adrenalina me recorre de nuevo el cuerpo entero; ha conseguido llamar mi atención, ya estoy despierta.

—Tengo unas tijeras aquí. —Las sostiene en alto para que yo las vea—. Te las puedo cortar en un segundo.

Intento separar las muñecas, poniendo a prueba la atadura y, al hacerlo, se me clava el plástico en la piel.

Resulta doloroso, pero si me relajo mis muñecas están bien; la atadura no me corta la piel.

—Ven.

Me coge de las manos y me lleva a la cama de cuatro postes.

Me doy cuenta ahora de que tiene puestas sábanas de un rojo oscuro y un grillete en cada esquina.

—Quiero más... muchísimo más —me susurra al oído.

Y el corazón se me vuelve a acelerar.

Madre mía.

—Pero seré rápido. Estás cansada. Agárrate al poste —dice.

Frunzo el ceño.

¿No va a ser en la cama entonces?

Al agarrarme al poste de madera labrado, descubro que puedo separar las manos.

—Más abajo —me ordena—. Bien. No te sueltes. Si lo haces, te azotaré. ¿Entendido?

—Sí, señor.

—Bien.

Se sitúa detrás de mí y me agarra por las caderas, y entonces, rápidamente, me levanta hacia atrás, de modo que me encuentro inclinada hacia delante, agarrada al poste.

—No te sueltes, Faya —me advierte—. Te voy a follar duro por detrás. Sujétate bien al poste para no perder el equilibrio. ¿Entendido?

—Sí.

Me azota en el culo con la mano abierta.

Au... Duele.

—Sí, señor —musito enseguida.

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