Capítulo 60

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—Póntela y métete en la cama —me espeta molesto.

Frunzo el ceño, pero decido complacerlo.

Volviéndome de espaldas, me quito rápidamente el sujetador y me pongo la camiseta lo más rápido que puedo para cubrir mi desnudez.

Me dejo las bragas puestas... he ido sin ellas casi toda la noche.

—Necesito ir al baño —digo con un hilo de voz.

Frunce el ceño, aturdido.

—¿Ahora me pides permiso?

—Eh... no.

—Faya, ya sabes dónde está el baño. En este extraño momento de nuestro acuerdo, no necesitas permiso para usarlo.

No puede ocultar su enfado.

Se quita la camiseta y yo me meto corriendo en el baño.

Me miro en el espejo gigante, asombrada de seguir teniendo el mismo aspecto.

Después de todo lo que he hecho hoy, ahí está la misma chica corriente de siempre mirándome pasmada.

¿Qué esperabas, que te salieran cuernos y una colita puntiaguda?, me espeta mi subconsciente.

¿Y qué narices haces?

Las caricias son uno de sus límites infranqueables.

Demasiado pronto, imbécil.

Para poder correr tiene que andar primero.

Mi subconsciente está furiosa, su ira es como la de Medusa: el pelo ondeante, las manos aferrándose la cara como en El grito de Edvard Munch.

La ignoro, pero se niega a volver a su caja.

Estás haciendo que se enfade; piensa en todo lo que ha dicho, hasta dónde ha cedido.

Miro ceñuda mi reflejo.

Necesito poder ser cariñosa con él, entonces quizá él me corresponda.

Niego con la cabeza, resignada, y cojo el cepillo de dientes de Leandro.

Mi subconsciente tiene razón, claro.

Lo estoy agobiando.

Él no está preparado y yo tampoco.

Se que el no me va a poder dar lo que yo quiero y necesito, no se porque jodidos sigo aquí.

Hacemos equilibrios sobre el delicado balancín de nuestro extraño acuerdo, cada uno en un extremo, vacilando, y el balancín se inclina y se mece entre los dos.

Ambos necesitamos acercarnos más al centro.

Solo espero que ninguno de los dos se caiga al intentarlo.

Todo esto va muy rápido.

Quizá necesite un poco de distancia.

Norwalk cada vez me atrae más.

Cuando estoy empezando a lavarme los dientes, llama a la puerta.

—Pasa —espurreo con la boca llena de pasta.

Leandro aparece en el umbral de la puerta con ese pantalón de pijama que se le desliza por las caderas y que hace que todas las células de mi organismo se pongan en estado de alerta.

Lleva el torso descubierto y me embebo como si estuviera muerta de sed y él fuera agua clara de un arroyo de montaña.

Me mira impasible, luego sonríe satisfecho y se sitúa a mi lado.

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