Capitulo 28

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¿Cómo puede estar seguro?

Está tirándose un farol, pero no puedo hablar del tema.

He firmado un maldito acuerdo.

—Papá, por favor.

—¿Qué tal ha ido? ¿Estás bien?

—Te he dicho que estoy perfectamente.

—¿Ha sido tierno?

—¡Mamá, por favor!

Lo que faltaba mi madre le ha quitado el teléfono a mi padre solo para preguntar cosas privadas.

No puedo reprimir mi enfado.

—Faya, no me lo ocultes. Llevo casi veintiún años esperando este momento.

—Nos vemos esta noche.

Y cuelgo.

Va a ser difícil manejar este tema.

Es muy obstinada y quiere que se lo cuente todo con detalles, pero no puedo contárselo porque he firmado un... ¿cómo se llama? Un acuerdo de confidencialidad.

Va a darle un ataque, y con razón.

Tengo que pensar en algo.

Vuelvo la cabeza y observo a Leandro moviéndose con soltura por la cocina.

—¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo? —le pregunto indecisa.

—¿Por qué?

Se vuelva y me mira mientras guarda la caja del café.

Me ruborizo.

—Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes... sobre sexo —le digo mirándome los dedos—. Y me gustaría comentarlas con alguien.

—Puedes comentarlas conmigo.

—Leandro, con todo el respeto...

Me quedo sin voz.

No puedo comentarlas contigo.

Me darías tu visión del sexo, que es parcial, distorsionada y pervertida.

Quiero una opinión imparcial.

—Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del cuarto rojo del dolor.

Levanta las cejas.

—¿Cuarto rojo del dolor? Se trata sobre todo de placer, Faya. Créeme. Y además —añade en tono más duro—, si le piensas preguntar a tu amiguita ella está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.

—¿Sabe algo tu familia de tus... preferencias?

—No. No son asunto suyo. —Se acerca a mí—. ¿Qué quieres saber? —me pregunta.

Me desliza los dedos suavemente por la mejilla hasta el mentón, que levanta para mirarme directamente a los ojos.

Me estremezco por dentro.

No puedo mentir a este hombre.

—De momento nada en concreto —susurro.

—Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche.

La curiosidad le arde en los ojos.

Está impaciente por saberlo.

Uau.

—Bien —murmuro.

Esboza una ligera sonrisa.

—Yo también —me dice en voz baja—. Nunca había echado un polvo vainilla, y no ha estado nada mal.

By following your rulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora