Me agarro al borde del asiento con las dos manos, tan fuerte que se me ponen blancos los nudillos.
Nos dirigimos al oeste, hacia el interior, lejos del sol naciente, ganando altura, dejando atrás campos, bosques, viviendas.
Madre mía.
Esto es alucinante; por encima de nosotros no hay más que cielo.
La luz es extraordinaria, difusa y cálida, y recuerdo las divagaciones de Emilio sobre «la hora mágica», una hora del día que adoran los fotógrafos.
Es esta... justo después del amanecer, y yo estoy en ella, con Lasse.
De pronto, me acuerdo de la exposición de Emilio.
Mmm.
Tengo que decírselo a Lasse.
Me pregunto un instante cómo se lo tomará.
Pero no voy a preocuparme de eso ahora; estoy disfrutando del viaje.
Según vamos ascendiendo, se me taponan los oídos y el suelo queda cada vez más lejos.
Qué paz.
Entiendo perfectamente por qué le gusta estar aquí arriba.
Lejos del celular y de toda la presión de su trabajo.
La radio crepita y Xavier nos dice que estamos a mil metros de altitud.
Joder, eso es muy alto.
Miro a tierra y ya no puedo distinguir nada de allá abajo.
—Suéltanos —dice Lasse a la radio, y de pronto la Piper desaparece y con ella la sensación de arrastre que nos proporcionaba la avioneta.
Flotamos.
Madre mía, qué emocionante.
El planeador se ladea y gira al descender el ala, y nos dirigimos en espiral hacia el sol.
Ícaro.
Eso es.
Vuelo cerca del sol, pero él está conmigo, y me guía.
Me acelero de pensarlo.
Describimos una espiral tras otra y las vistas con esta luz del día son espectaculares.
—¡Agárrate fuerte! —me grita, y volvemos a descender... solo que esta vez no para.
De pronto me veo cabeza abajo, mirando al suelo a través de la cubierta de la cabina.
Chillo como una posesa y estiro automáticamente los brazos, apoyando las manos en el plexiglás como para frenar la caída.
Lo oigo reírse.
¡Cabrón!
Pero su alegría es contagiosa, y también yo me río cuando endereza el planeador.
—¡Menos mal que no he desayunado! —le grito.
—Sí, pensándolo bien, menos mal, porque voy a volver a hacerlo.
Desciende en picado una vez más hasta ponernos cabeza abajo.
Esta vez, como estoy preparada, me quedo colgando del arnés, y eso me hace reír como una boba.
Vuelve a nivelar el planeador.
—¿A que es precioso?—me grita.
—Sí.
Volamos, planeando majestuosamente por el aire, escuchando el viento y el silencio, a la luz de primera hora de la mañana.
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By following your rules
Teen FictionMe haces sentir cosas con las que no estoy familiarizado. No sé como manejar este tipo de sentimientos Faya. Amo lo entregada emocionalmente que se vuelve con las cosas. Ella se abre por completo a estas fuerzas ficticias, sea una película o una n...