Capitulo 26

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—No, nena, todavía no —murmura.

Cuando dejo de temblar, comienza de nuevo el maravilloso proceso.

—Por favor —le suplico.

Creo que no voy a aguantar mucho más.

Mi cuerpo tenso se desespera por liberarse.

—Te quiero dolorida, nena —murmura.

Y sigue con su dulce y pausado suplicio, adelante y atrás.

—Quiero que, cada vez que te muevas mañana, recuerdes que he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía.

Gimo.

—Leandro, por favor —susurro.

—¿Qué quieres, Faya? Dímelo.

Vuelvo a gemir.

Se retira y vuelve a penetrarme lentamente, de nuevo trazando círculos con las caderas.

—Dímelo —murmura.

—A ti, por favor.

Aumenta el ritmo progresivamente y su respiración se vuelve irregular.

Empiezo a temblar por dentro, y Leandro acelera la acometida.

—Eres... tan... dulce —murmura al ritmo de sus embestidas—. Te... deseo... tanto...

Gimo.

—Eres... mía... Córrete para mí, nena —ruge.

Sus palabras son mi perdición, me lanzan por el precipicio.

Siento que mi cuerpo se convulsiona y me corro gritando una balbuceante versión de su nombre contra el colchón.

Leandro embiste hasta el fondo dos veces más y se queda paralizado, se deja ir y se derrama dentro de mí.

Se desploma sobre mi cuerpo, con la cara hundida en mi pelo.

—Joder, Faya — jadea.

Se retira inmediatamente y cae rodando en su lado de la cama.

Subo las rodillas hasta el pecho, totalmente agotada, y al momento me sumerjo en un profundo sueño.

Cuando me despierto, todavía no ha amanecido.

No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido.

Estiro las piernas debajo del edredón y me siento dolorida, exquisitamente dolorida.

No veo a Leandro por ningún sitio.

Me siento en la cama y contemplo la ciudad frente a mí.

Hay menos luces encendidas en los rascacielos y el amanecer se insinúa ya hacia el este.

Oigo música, notas cadenciosas de piano.

Un dulce y triste lamento.

Bach, creo, pero no estoy segura.

Echo el edredón a un lado y me dirijo sin hacer ruido al pasillo que lleva al gran salón.

Leandro está sentado al piano, totalmente absorto en la melodía que está tocando.

Su expresión es triste y desamparada, como la música.

Toca maravillosamente bien.

Me apoyo en la pared y lo escucho embelesada.

Es un músico extraordinario.

Está desnudo, con el cuerpo bañado en la cálida luz de una lámpara solitaria junto al piano.

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