Capítulo 85

113 13 1
                                    

Siento los metales fríos y suaves en la espalda cuando se arrima tanto a mí que me deja atrapada entre su calor y el frío metal.

En menos de 10 minutos ya estábamos en la habitación de descanso.

Me recarga contra la pared y yo me aferro a sus brazos y él gruñe cuando aprieto con fuerza.

—Quiero hacértelo ya. Aquí, rápido, duro —dice, y me planta las manos en los muslos y me sube la falda

—Estaría feliz que lo hagas —contesto ruborizándome.

—Bien.

Desliza los dedos por las bragas blancas de algodón y, de pronto, se pone en cuclillas para arrancármelas de un tirón.

Tengo la falda totalmente subida y arrugada, de forma que estoy desnuda de cintura para abajo, jadeando, excitada.

Me agarra por las caderas, empujándome de nuevo contra la pared, y me besa en el punto donde se encuentran mis piernas.

Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las piernas.

Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el clítoris.

Dios...

Echo la cabeza hacia atrás sin querer y gimo, agarrándome a su pelo.

Su lengua es despiadada, fuerte y persistente, empapándome, dando vueltas y vueltas sin parar.

Es delicioso y la sensación es tan intensa que casi resulta dolorosa.

Me empiezo a acelerar; entonces, para.

¿Qué?

¡No!

Jadeo con la respiración entrecortada, y lo miro impaciente.

Me coge la cara con ambas manos, me sujeta con firmeza y me besa con violencia, metiéndome la lengua en la boca para que saboree mi propia excitación.

Luego se baja la cremallera y libera su erección, me agarra los muslos por detrás y me levanta.

—Enrosca las piernas en mi cintura, linda —me ordena, apremiante, tenso.

Hago lo que me dice y me cuelgo de su cuello, y él, con un movimiento rápido y resuelto, me penetra hasta el fondo.

¡Ah!

Gime, yo gruño.

Me agarra por el trasero, clavándome los dedos en la suave carne, y empieza a moverse, despacio al principio, con un ritmo fijo, pero, en cuanto pierde el control, se acelera, cada vez más.

¡Ahhh!

Echo la cabeza hacia atrás y me concentro en esa sensación invasora, castigadora, celestial, que me empuja y me empuja hacia delante, cada vez más alto y, cuando ya no puedo más, estallo alrededor de su miembro, entrando en la espiral de un orgasmo intenso y devorador.

Él se deja llevar con un hondo gemido y hunde la cabeza en mi cuello igual que hunde su miembro en mí, gruñendo escandalosamente mientras se deja ir.

Apenas puede respirar, pero me besa con ternura, sin moverse, sin salir de mí, y yo lo miro extrañada, sin llegar a verlo.

Cuando al fin consigo enfocarlo, se retira despacio y me sujeta con fuerza para que pueda poner los pies en el suelo.

Hace mucho calor en este lugar.

Me sobra la ropa.

—Parece que el corte comercial de Leandro al final tuvo un bueno efecto —murmuro con una sonrisa tímida.

By following your rulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora