Capítulo 56

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Le pongo la mano libre en el hombro y le sonrío, contagiada de su ánimo juguetón.

Empieza a mecerse, y allá vamos.

Uau, sí que baila bien.

Recorremos el salón entero, del ventanal a la cocina y vuelta al salón, girando y cambiando de rumbo al ritmo de la música.

Me resulta tan fácil seguirlo...

Nos deslizamos alrededor de la mesa del comedor hasta el piano, adelante y atrás frente a la pared de cristal, con California centelleando allá fuera, como el fondo oscuro y mágico de nuestro baile.

No puedo controlar mi risa alegre.

Cuando la canción termina, me sonríe.

—No hay bruja más linda que tú —murmura, y me da un tierno beso—. Vaya, esto ha devuelto el color a sus mejillas, señorita Laur. Gracias por el baile. ¿Vamos a conocer a mis padres?

—De nada, y sí, estoy impaciente por conocerlos —contesto sin aliento.

—¿Tienes todo lo que necesitas?

—Sí, sí —respondo con dulzura.

—¿Estás segura?

Asiento con todo el desenfado del que soy capaz bajo su intenso y risueño escrutinio.

Se dibuja en su rostro una enorme sonrisa y niega con la cabeza.

—Muy bien. Si así es como quiere jugar, señorita Laur.

Me toma de la mano, coge su chaqueta, colgada de uno de los taburetes de la barra, y me conduce por el vestíbulo hasta el ascensor.

Ah, las múltiples caras de Leandro Scott.... ¿Seré algún día capaz de entender a este hombre tan voluble?

Lo miro de reojo en el ascensor.

Algo le hace gracia: un esbozo de sonrisa coquetea en su preciosa boca.

Temo que sea a mi costa.

¿Cómo se me ha ocurrido?

Voy a ver a sus padres y no llevo ropa interior.

Mi subconsciente me pone una inútil cara de «Te lo dije».

En la relativa seguridad de su casa, me parecía una idea divertida, provocadora.

Ahora casi estoy en la calle... ¡sin bragas! Me mira de reojo, y ahí está, la corriente creciendo entre los dos.

Desaparece la expresión risueña de su rostro y su semblante se nubla, sus ojos se oscurecen... oh, Dios.

Las puertas del ascensor se abren en la planta baja.

Leandro menea apenas la cabeza, como para librarse de sus pensamientos y, caballeroso, me cede el paso.

¿A quién quiere engañar?

No es precisamente un caballero.

Tiene mis bragas.

James se acerca en el Audi grande.

Leandro me abre la puerta de atrás y yo entro con toda la elegancia de la que soy capaz, teniendo presente que voy sin bragas como una cualquiera.

Doy gracias por que el vestido sea tan ceñido y me llegue hasta las rodillas.

Cogemos la interestatal 5 a toda velocidad, los dos en silencio, sin duda cohibidos por la presencia de James en el asiento del piloto.

El estado de ánimo de Leandro es casi tangible y parece cambiar; su buen humor se disipa poco a poco cuando tomamos rumbo al norte.

Lo veo pensativo, mirando por la ventanilla, y soy consciente de que se aleja de mí.

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