Capitulo 7

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Para mi tranquilidad, esta noche no seguimos hablando de Leandro Scott.

Después de comer puedo sentarme a la mesa del comedor con mis padres y, mientras ellos trabajan en sus cosas, yo sigo con mi trabajo sobre Tess, la de los d'Urberville.

Maldita sea.

Esta mujer estuvo en el lugar equivocado y en el momento equivocado del siglo equivocado.

Cuando termino son las doce de la noche y hace ya mucho rato que mis padres se han ido a dormir.

Me voy a mi habitación agotada, pero contenta de haber trabajado tanto para ser un lunes.

Me meto en mi cama de hierro de color blanco, me envuelvo en la colcha de mi madre, cierro los ojos y me quedo dormida al instante.

Sueño con lugares oscuros, suelos blancos, inhóspitos y fríos, y ojos cafés.

El resto de la semana me sumerjo en mis estudios y en mi trabajo final de la facultad.

Mis padres también están muy ocupados organizando la inauguración bueno la nueva alianza que la empresa logró formar.

Hacia el miércoles se encuentra mucho mejor y ya no tengo que seguir soportando la visión de sus computadoras y a ellos caminando de un lado al otro mientras tenían llamadas importantes.

Llamo a mi abuela, que vive en New York, para saber cómo está y para que me desee suerte en los exámenes.

Empieza a contarme su última aventura: está aprendiendo a hacer velas.

Mi abuela se pasa la vida emprendiendo nuevos negocios.

Básicamente se aburre y necesita hacer lo que sea para ocupar su tiempo, pero le es imposible centrarse en algo mucho tiempo.

La semana que viene será otra cosa.

Me preocupa.

Espero que no haya hipotecado la casa para financiar este último proyecto.

Y espero que mi abuelo la controle un poco ahora que yo ya no estoy en casa.

—¿Cómo te va todo, Faya?

Dudo un segundo, y mi madre centra toda su atención en mí.

—Muy bien.

—¿Faya? ¿Has conocido a algún chico?

Uf, ¿cómo se le ocurre? Es evidente que está entusiasmada.

—No, abuela, no pasa nada. Si conozco a un chico, serás la primera en saberlo.

— Faya, cariño, tienes que salir más. Me preocupas.

— abuela, estoy bien. ¿Qué tal el abuelo?

Como siempre, la mejor táctica es la distracción.

Esa noche, más tarde, llamo a mi mejor amigo, el hombre al que considero como un hermano y cuyo apellido lamentablemente no llevo.

La conversación es breve.

En realidad, ni siquiera es una conversación, sino una serie de gruñidos en respuesta a mis discretos intentos.

Trevor no es muy hablador.

Parece que todo le va bien.

El viernes por la noche mis padres y yo estamos comentando qué hacer —queremos descansar un poco del estudio, el trabajo y las revistas de la facultad— cuando llaman a la puerta.

En los escalones de la entrada está mi buen amigo Emilio con una botella de champán en las manos.

—¡Emilio! ¡Qué alegría verte! —Lo abrazo—. Pasa.

Emilio es la primera persona a la que conocí cuando llegué a este lugar, y parecía tan perdido y solo como yo.

Aquel día nos dimos cuenta de que éramos almas gemelas, y desde entonces somos amigos.

No solo compartimos el sentido del humor, sino que descubrimos que Trevor  y el hermano de Emilio estuvieron juntos en el ejército, y a partir de ahí nuestros amigos se hicieron también muy amigos.

Emilio estudia Comunicación.

Es el primero de su familia que va a la universidad.

Es un tipo brillante, pero su auténtica pasión es la fotografía.

Tiene un ojo estupendo para hacer fotos.

—Tengo buenas noticias —dice sonriendo con sus brillantes ojos oscuros.

—No me lo digas: también esta semana te las has arreglado para que no te despidan... —bromeo.

Simula burlonamente ponerme mala cara.

—The Broad va a exponer mis fotos el mes que viene.

—Increíble... ¡Felicidades!

Me alegro mucho por él y vuelvo a abrazarlo.

Mis padres también le sonríe.

—¡Buen trabajo, Emilio! No se me ocurre nada mejor para un viernes por la noche que escuchar buenas noticias —dice mi madre riéndose.

—Vamos a celebrarlo. Quiero que vengas a la inauguración.

Mi padre me mira fijamente y me ruborizo.

—Los tres, claro —añade mirando nervioso a mis padres.

Emilio y yo somos buenos amigos, pero en el fondo sé que le gustaría que fuéramos algo más.

Es mono y divertido, pero no es mi tipo.

Es más bien el hermano que nunca he tenido.

Mi madre suele chincharme diciéndome que me falta el gen de buscar novio, pero la verdad es que no he conocido a nadie que... bueno, alguien que me atraiga, aunque una parte de mí desea que me tiemblen las piernas, se me dispare el corazón y sienta mariposas en el estómago.

A veces me pregunto si me pasa algo.

Quizá he dedicado demasiado tiempo a mis románticos héroes literarios, y por eso mis ideales y mis expectativas son excesivamente elevados.

Pero en la vida real nadie me ha hecho sentir así.

Hasta hace muy poco, murmura la inoportuna vocecita de mi subconsciente.

¡NO!

Destierro de inmediato la idea.

No voy a planteármelo, no después de aquella dolorosa entrevista.

«¿Es usted gay, señor Leandro?»

Me estremezco al recordarlo.

Sé que desde entonces he soñado con él casi todas las noches, pero seguramente es porque tengo que purgar de mi cabeza la espantosa experiencia.

Observo a Emilio abriendo la botella de champán.

Lleva vaqueros y una camiseta.

Es alto, ancho de hombros y musculoso, de piel blanca aunque un poco bronceada, pelo negro y ardientes ojos oscuros.

Sí, Emilio está bastante bueno, pero creo que por fin está entendiendo el mensaje: somos solo amigos.

El corcho sale disparado, y Emilio alza la mirada y sonríe.

El sábado es una pesadilla en la biblioteca.

Nos invaden los estudiantes que como yo no quieren estar en sus casas.

El señor y la señora Oliver, su hijo Axel y yo nos pasamos la jornada atendiendo a los clientes que llegan a su cafetería.

Pero al mediodía se calma un poco, y mientras estoy sentada detrás del mostrador de la caja, comiéndome discretamente el bocadillo, la señora Oliver me pide que compruebe unos pedidos.

Me concentro en la tarea, compruebo que los números de los artículos que necesitamos correspondan con los que hemos encargado y paso la mirada del libro de pedidos a la pantalla del ordenador, y viceversa, para asegurarme de que las entradas cuadran.

De repente, no sé por qué, alzo la vista... y me quedo atrapada en la descarada mirada verde de Leandro Scott, que me observa fijamente desde el otro lado del mostrador.

By following your rulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora