Capitulo 14

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— Faya, deberías mantenerte alejada de mí. No soy un hombre para ti —suspira.

¿Qué?

¿A qué viene esto?

Se supone que soy yo la que debería decidirlo.

Frunzo el ceño y muevo la cabeza en señal de negación.

—Respira, Faya, respira. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar —me dice en voz baja.

Y me aparta suavemente.

Me ha subido la adrenalina por todo el cuerpo, por el ciclista que casi me atropella o por la embriagadora proximidad de Leandro, y me siento paralizada y débil.

¡NO!, grita mi mente mientras se aparta dejándome desamparada.

Apoya las manos en mis hombros, a cierta distancia, y observa atentamente mi reacción.

Y lo único que puedo pensar es que quería que me besara, que era obvio, pero no lo ha hecho.

No me desea.

La verdad es que no me desea.

He fastidiado soberanamente la cita.

—Quiero decirte una cosa —le digo tras recuperar la voz—: Gracias —musito hundida en la humillación.

¿Cómo he podido malinterpretar hasta tal punto la situación entre nosotros?

Tengo que apartarme de él.

—¿Por qué?

Frunce el ceño.

No ha retirado las manos de mis hombros.

—Por salvarme —susurro.

—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haberte pasado. ¿Quieres venir a sentarte un momento en el hotel?

Me suelta y baja las manos.

Estoy frente a él y me siento como una tonta.

Intento aclararme las ideas.

Solo quiero marcharme.

Todas mis vagas e incoherentes esperanzas se han frustrado.

No me desea.

¿En qué estaba pensando?, me regaño a mí misma.

¿Qué iba a interesarle de ti a Leandro Scott?, se burla mi subconsciente.

Me rodeo con los brazos, me giro hacia la carretera y veo aliviada que en el semáforo ha aparecido el hombrecillo verde.

Cruzo rápidamente, consciente de que Leandro me sigue.

Frente al hotel, vuelvo un instante la cara hacia él, pero no puedo mirarlo a los ojos.

—Gracias por el café y por la sesión de fotos —murmuro.

—Faya... Yo...

Se calla.

Su tono angustiado me llama la atención, de modo que lo miro involuntariamente.

Se pasa la mano por el pelo con mirada desolada.

Parece destrozado, frustrado y con expresión alterada.

Su prudente control ha desaparecido.

—¿Qué, Leandro? —le pregunto bruscamente al ver que no dice nada.

Quiero marcharme.

Necesito llevarme mi frágil orgullo herido y mimarlo para que se cure.

—Buena suerte en los exámenes —murmura.

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