Capitulo 23

382 31 7
                                    

—A mí —se limita a contestarme.

Dios mío... Leandro me observa pasándose la mano por el pelo.

— Faya, no hay manera de saber lo que piensas —murmura nervioso—. Volvamos abajo, así podré concentrarme mejor. Me desconcentro mucho contigo aquí.

Me tiende una mano, pero ahora no sé si cogerla.

Mis padres me había dicho que era peligroso, y tenían mucha razón.

¿Cómo lo sabía?

Es peligroso para mi salud, porque sé que voy a decir que sí.

Y una parte de mí no quiere.

Una parte de mí quiere gritar y salir corriendo de este cuarto y de todo lo que representa.

Me siento muy nerviosa por volver a vivir una experiencia así.

—No voy a hacerte daño, Faya.

Sé que no me miente.

Le cojo de la mano y salgo con él del cuarto.

Cuando lo probé por primera vez tampoco sufrí muchos daños pero fue una experiencia algo sátira no se como explicar lo de aquella vez pero el no debe enterarse de eso.

Nadie debe hacerlo, así que tender que fingir inocencia al tema y a todo lo que respecta el sexo.

—Quiero mostrarte algo, por si aceptas.

En lugar de bajar las escaleras, gira a la derecha del cuarto de juegos, como él lo llama, y avanza por un pasillo.

Pasamos junto a varias puertas hasta que llegamos a la última.

Al otro lado hay un dormitorio con una cama de matrimonio.

Todo es blanco... todo: los muebles, las paredes, la ropa de cama.

Es aséptica y fría, pero con una vista preciosa de Los Angeles desde la pared de cristal.

—Esta será tu habitación. Puedes decorarla a tu gusto y tener aquí lo que quieras.

—¿Mi habitación? ¿Esperas que me venga a vivir aquí? —le pregunto sin poder disimular mi tono horrorizado.

—A vivir no. Solo, digamos, del viernes por la noche al domingo. Tenemos que hablar del tema y negociarlo. Si aceptas —añade en voz baja y dubitativa.

—¿Dormiré aquí?

—Sí.

—No contigo.

—No. Ya te lo dije. Yo no duermo con nadie. Solo contigo cuando te has emborrachado hasta perder el sentido —me dice en tono de reprimenda.

Aprieto los labios.

Hay algo que no me encaja.

El amable y cuidadoso Leandro, que me rescata cuando estoy borracha y me sujeta amablemente mientras vomito en las azaleas, y el monstruo que tiene un cuarto especial lleno de látigos y cadenas.

—¿Dónde duermes tú?

—Mi habitación está abajo. Vamos, debes de tener hambre.

—Es raro, pero creo que se me ha quitado el hambre —murmuro de mala gana.

—Tienes que comer, Faya—me regaña.

Me coge de la mano y volvemos al piso de abajo.

De vuelta en el salón increíblemente grande, me siento muy inquieta.

Estoy al borde de un precipicio y tengo que decidir si quiero saltar o no.

—Soy totalmente consciente de que estoy llevándote por un camino oscuro, Faya, y por eso quiero de verdad que te lo pienses bien. Seguro que tienes cosas que preguntarme —me dice soltándome la mano y dirigiéndose con paso tranquilo a la cocina.

By following your rulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora