Capitulo 8

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Casi me da un infarto.

—Señorita Laur, qué agradable sorpresa —me dice.

Su mirada es firme e intensa.

Maldita sea.

¿Qué narices está haciendo aquí, todo despeinado y vestido con ese jersey grueso de lana de color crema, vaqueros y botas?

Creo que me he quedado boquiabierta, y no encuentro ni el cerebro ni la voz.

—Señor Scott —murmuro, porque no puedo hacer otra cosa.

Sus labios esbozan una sonrisa y sus ojos parecen divertidos, como si estuviera disfrutando de alguna broma de la que no me entero.

—Pasaba por aquí —me dice a modo de explicación—. Necesito algunas cosas. Es un placer volver a verla, señorita Laur.

Su voz es cálida y ronca como un bombón de chocolate y caramelo... o algo así.

Muevo la cabeza intentando bajar de las nubes.

El corazón me aporrea el pecho a un ritmo frenético, y por alguna razón me arden las mejillas ante su firme mirada escrutadora.

Verlo delante de mí me ha dejado totalmente desconcertada.

Mis recuerdos de él no le han hecho justicia.

No es solo guapo, no.

Es la belleza masculina personificada, arrebatador, y está aquí, en la cafetería.

Quién lo iba a decir.

Recupero por fin mis funciones cognitivas y vuelvo a conectar con el resto de mi cuerpo.

— Faya. Me llamo Faya —murmuro—. ¿En qué puedo ayudarle, señor Scott?

Sonríe, y de nuevo es como si tuviera conocimiento de algún gran secreto.

Es muy desconcertante.

Respiro hondo y pongo mi cara de llevar cuatro años trabajando en la tienda y ser una profesional.

Yo puedo.

—Necesito un par de cosas. Para empezar, una bolsa de café negro y café americano—murmura con expresión fría y divertida a la vez.

¿Bolsas de café?

—Tenemos varias medidas. ¿Quiere que se las muestre? —susurro con voz titubeante.

Cálmate, Faya.

Un ligero fruncimiento estropea las cejas de Leandro, que son bastante bonitas.

—Sí, por favor. La espero, señorita Luar—me dice.

Salgo de detrás del mostrador fingiendo despreocupación, pero lo cierto es que me concentro al máximo en no desplomarme.

De repente mis piernas parecen de plastilina.

Me alegro mucho de haber decidido ponerme mis mejores vaqueros esta mañana.

—Están con los artículos de te, ya lo traigo —le digo en un tono de voz demasiado elevado.

Lo miro y me arrepiento casi de inmediato.

¡Qué guapo es!

—La espero  —murmura haciendo un gesto con su mano de largos dedos y uñas perfectamente arregladas.

Con el corazón casi estrangulándome —porque me ha subido hasta la garganta e intenta salírseme por la boca— me meto en la bodega.

¿Por qué está en Culver?

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