You're holy to me

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Hongjoong le encontró en el pasillo largo que surgía tras subir las escaleras mecánicas, dejando debajo de él el metro de la ciudad. No había nadie, más que ellos, alguna cucaracha paseando por las baldosas color crema de la pared y algún borracho sentado en la boca del metro. La última vez que se vieron aún las horas de sol se alargaban más allá de las cinco de la tarde y la nieve era un concepto extraño y ajeno para cualquiera en esos días, como si pensar en el invierno fuera ilegal cuando el calor les derretía el cerebro y el ventilador viejo de Hongjoong y la condensación en las latas de refresco eran la única fuente de frío que verían en mucho tiempo. Los pasos de Hongjoong sonaban más grandes de lo que eran en aquel pasillo de baldosas color crema y el cabello largo del otro brillaba bajo la luz pobre y amarillenta. En cuanto estuvieron cerca, se agarraron por las manos y sin decir nada, salieron del metro sin dedicarle demasiada atención al borracho que les gritaba palabras obscenas.

La nariz de Yeosang se puso roja nada más salir y las botas altas de Hongjoong pisaban la nieve sucia con más violencia de la que los dos veían necesaria. Quería estar lejos pronto, odiaba sentirse observado cuando estaba con Yeosang. Hongjoong tenía una necesidad casi obsesiva de ocultar a Yeosang entre sus brazos, de enseñar los dientes a cualquiera que se atreviera a invadir el espacio seguro que se creaba cuando estaban juntos.

Había sido así desde la primera vez que se vieron más de diez años atrás, cuando Yeosang lloraba desconsolado tras una misa eterna por un miedo irracional que Hongjoong no entendía en ese momento pero que lograría comprender con el paso del tiempo. La mente de un niño era simple, o al menos la de Hongjoong; después de ver a Yeosang llorar en los brazos de su madre, se había prometido a sí mismo hacer todo lo posible para que el niño que parecía un angelote como esos en los cuadros por su cara bonita y su cabello rubio no llorara más, aún si no le conocía de nada.

ㅡTen cuidado ㅡmurmuró Yeosang, sosteniendo a Hongjoong tras una mala pisadaㅡ. Tus botas no son muy aptas para la nieve...

Hongjoong sonrió e hizo caso omiso a Yeosang, caminando un poco más rápido para llegar a su diminuto apartamento a unas cuantas calles.

Hacía años que Yeosang había dejado de tener el cabello rubio, que su cara de angelote había desaparecido. A veces, a Hongjoong le costaba encontrar tras sus ojos oscuros al niño que vio desgarrándose la garganta en la puerta de la iglesia, pero ahí estaba, oculto entre las palabras secas y los cigarrillos que Yeosang fumaba, con medio cuerpo asomado por la ventana. Hongjoong no echaba de menos a ese Yeosang, pequeño, frágil e inútil. Le gustaba Yeosang como era ahora, aunque todavía rompiera a llorar antes de dormir porque no había rezado como un maniático arrodillado delante de la cama. Hongjoong anhelaba por el día en el que Yeosang dejara de sentirse presionado a hacer cosas que le hacían sentir miserable.

Tras quedarse sin aliento al subir cuatro pisos, Hongjoong abrió la puerta de su apartamento y dejó pasar a Yeosang primero. Dejando los abrigos y las botas tiradas en el suelo de la entrada, Hongjoong condujo a Yeosang hacia el salón.

ㅡ¿Quieres té, café?

Yeosang se sentó en el sofá y negó con la cabeza.

ㅡQuiero que te sientes aquí conmigo.

Hongjoong se puso a su lado y siguió con la mirada una diminuta gota de sudor que caía con lentitud por la sien de Yeosang, posiblemente ahí por subir tantas escaleras con tanta ropa encima. Yeosang abrazó a Hongjoong y dejó su barbilla sobre el hombro del mayor. Hongjoong rodeó su cintura y así pasaron los siguientes minutos, en su pequeña burbuja. Yeosang respiraba por la nariz, con profundidad, como si no hubiera estado respirando bien hasta que estuvo entre los brazos de Hongjoong.

En una noche lluviosa de primavera de sus adolescencias, Hongjoong encontró a Yeosang fumando bajo la marquesina de la parada de autobús. Yeosang tenía la mala costumbre de vagar las calles sin compañía, perdiéndose la mayoría de veces. Así le había encontrado Hongjoong, perdido en una calle lejos de su casa y fumando los cigarrillos que escondía dentro de su abrigo. Hongjoong se sentó a su lado, a esperar al último autobús, al que le quedaba media hora para pasar de nuevo. No hablaron mucho, porque tampoco había de qué hablar. Cuando dejó de llover y Yeosang aplastó lo que le quedaba de cigarrillo con el zapato, se agarró al brazo de Hongjoong y le miró por el rabillo del ojo.

AfterglowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora