Sáname

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La tierra hizo erupción. Las botas de Clary se resbalaron en la nieve, y fue arrojada a un lado; rodó, apenas consiguiendo no cortarse con su propia espada. La caída le dejó sin aire, pero se movió rápidamente, agarrando fuerte a Eósforo mientras el suelo se sacudía a su alrededor. Terremoto, pensó salvajemente. Se agarró a una roca con su mano libre mientras Amatis rodaba a sus rodillas, mirando a su alrededor con una sonrisa depredadora.

Hubo gritos por todas partes, y un horrible ruido de desgarrón. Mientras Clary se quedaba mirando horrorizada, el suelo se desgarró a la mitad, una enorme grieta abriéndose en la tierra. Rocas, suciedad y punzantes trozos de hielo volaron hacia la abertura mientras Clary intentaba alejarse rápido de ella. Se estaba ampliando rápidamente, la escarpada grieta convirtiéndose en un vasto abismo con lados verticales que caían en las sombras.

El suelo estaba dejando de temblar. Clary oyó reírse a Amatis. Miró hacia arriba y vio a la vieja mujer ponerse de pie, sonriendo burlonamente a Clary.

—Dale mis recuerdos a mi hermano —gritó Amatis, y saltó en el abismo.

Clary se puso de pie de un salto, con el corazón latiendo fuerte, y corrió hacia el borde de la grieta. Se quedó mirando. Solo podía ver unos pocos metros de tierra vertical y luego oscuridad... y sombras, sombras moviéndose. Se dio la vuelta para ver que los Cazadores Oscuros estaban corriendo por todo el campo de batalla hacia el abismo y saltando en él. Le recordaron a los clavadistas Olímpicos, seguros y determinados, confiados en su aterrizaje.

Los Nefilim estaban apresurándose para alejarse del abismo mientras sus enemigos vestidos de rojo pasaban por su lado, arrojándose al foso. La mirada de Clary rastreó entre ellos, ansiosa, buscando una figura vestida de negro en particular, una cabeza con cabello claro.

Se detuvo. Ahí, exactamente a la derecha del abismo, a cierta distancia de ella, había un grupo de mujeres vestidas de blanco. Las Hermanas de Hierro. A través de los espacios entre ellas, Clary podía ver una figura en el suelo, y luego otra, ésta última con una toga de pergamino, inclinándose sobre él...

Clary se echó a correr. Sabía que no debía correr con una espada desenfundada, pero no le importaba. Corrió por la nieve, esquivando a los Cazadores Oscuros que corrían, moviéndose entre los Nefilim, y aquí la nieve estaba llena de sangre, empapada y resbaladiza, pero siguió corriendo de todas formas, hasta que irrumpió en el círculo de las Hermanas de Hierro y llegó a
Jace.

Él estaba en el suelo, y el corazón de Clary, que se había sentido como si fuera a explotarle dentro del pecho, ralentizó las pulsaciones ligeramente cuando vio que tenía los ojos abiertos. Sin embargo, estaba muy pálido y respiraba tan fuerte que ella podía oírlo. El Hermano Silencioso estaba arrodillado junto a él, desprendiendo con dedos largos y pálidos la protección
en el hombro de Jace.

—¿Qué sucede? —Preguntó Clary, mirando a su alrededor salvajemente. Una docena de Hermanas de Hierro le devolvieron la mirada, impasibles y silenciosas. Había más Hermanas de Hierro en el otro lado del abismo también, observando inmóviles a los Cazadores Oscuros que se arrojaban en él. Era escalofriante. ¿Qué pasó?

—Sebastian —dijo Jace entre dientes, y ella se dejó caer a su lado, frente al Hermano Silencioso, mientras éste le desprendía de la protección, y pudo ver el tajo en su hombro. —Sebastian pasó.

La herida estaba sangrando fuego.

No sangre sino fuego, con un dejo de oro como el icor de los ángeles. Clary tomó aire entrecortadamente, y al levantar la vista se encontró al Hermano Zachariah devolviéndole la mirada. Captó un retazo de su rostro, todo ángulos, palidez y cicatrices, antes de que él sacara una estela de su toga. En vez de ponerla sobre la piel de Jace, como ella hubiera esperado, la puso en la suya propia y dibujó una runa en su palma. Lo hizo rápido, pero Clary pudo sentir el poder que salía de la runa. La hizo estremecerse.

Quédate quieto. Esto acabará con el dolor, dijo con su suave susurro unidireccional, y posó su mano sobre el fogoso tajo en el hombro de Jace.

Jace gritó. El cuerpo se le medio levantó del suelo, y el fuego que había sangrado de la herida como lágrimas lentas se alzó como si le hubieran echado gasolina, abrasando el brazo del Hermano Zachariah. Fuego incontrolado consumió la manga de pergamino de la toga de Zachariah; el Hermano Silencioso se hizo hacia atrás, pero no antes de que Clary viera que la llama se estaba alzando, consumiéndolo. En las profundidades de la llama, que se ondulaba y crujía, Clary vio una figura: la forma de una runa que lucía como dos alas unidas por una barra. Una runa que había visto antes, en un techo en Manhattan: la primera runa que había visto que no era del Libro Gris. Parpadeó y desapareció, tan rápido que se preguntó si la había imaginado. Parecía ser una runa que se le aparecía en momentos de estrés y pánico. ¿Pero, qué significaba? ¿Era una manera para ayudar a Jace... o al Hermano Zachariah?

El Hermano Silencioso cayó silenciosamente en la nieve, colapsando como un árbol hecho cenizas.

Un murmulló pasó entre las filas de las Hermanas de Hierro. Lo que sea que le estuviera sucediendo al Hermano Zachariah, no debería estar pasando. Algo había salido terriblemente mal.

Las Hermanas de Hierro se movieron hacia su hermano caído. Bloquearon la visión que Clary tenía de Zachariah mientras se acercaba a Jace. Éste se estaba sacudiendo en el suelo, con los ojos cerrados y su cabeza hacia atrás. Ella miró a su alrededor salvajemente. A través de los huecos entre las Hermanas de Hierro podía ver al Hermano Zachariah, tirado en el suelo: su
cuerpo estaba brillando, crepitando con fuego. Un grito le salió de la garganta. Un sonido humano, el grito de un hombre adolorido, no el silencioso susurro mental de los Hermanos. La Hermana Cleophas lo vio, toga de pergamino y fuego, y Clary pudo oír la voz de la Hermana alzándose:

—Zachariah, Zachariah...

Pero él no era el único herido. Algunos de los Nefilim estaban agrupados en torno a Jace, pero muchos de los otros estaban con sus camaradas heridos, poniendo runas de sanación, buscando vendajes entre su equipo.

—Clary —susurró Jace. Estaba intentando alzarse sobre los codos, pero no lo sostenían—. El Hermano Zachariah... ¿qué sucedió? ¿Qué le hice...?

—Nada. Jace. Quédate quieto. Clary enfundó su espada y sacó la estela de su cinturón de armas con dedos entumecidos. Se estiró para presionar la punta contra su piel, pero él se retorció para alejarse de ella.

—No —jadeó. Tenía los ojos muy abiertos y estaban ardiendo en dorado. No me toques. Te lastimaré a ti también.

—No lo harás. Desesperada, se arrojó sobre él, el peso de su cuerpo haciéndolo caer contra la nieve. Fue a por su hombro, y él se sacudió bajo ella, con su ropa y piel resbaladizas por la sangre y calientes como el fuego. Sus rodillas se deslizaron a cada lado de la cadera de él cuando arrojó todo su peso contra su pecho, forzándolo hacia abajo. —Jace —dijo—. Jace, por favor. Pero él no enfocaba sus ojos en ella, sus manos se sacudían contra el suelo. —Jace —dijo, y puso la estela contra su piel, justo sobre su herida.

Y estuvo otra vez en el barco con su padre, con Valentine, y estaba dando todo lo que tenía, cada parte de su fuerza, cada átomo de voluntad y energía en crear una runa, una runa que pudiera quemar el mundo, que pudiera revertir la muerte, que pudiera hacer que los océanos se alzaran al cielo. Solo que esta vez era la más simple de las runas, la runa que cada Cazador de Sombras aprendía en su primer año de entrenamiento.

Sáname.

La iratze tomó forma en el hombro de Jace y el color que salía en espirales de la punta era tan negro que la luz de las estrellas y de la Ciudadela parecía desaparecer en él. Clary podía sentir su propia energía desapareciendo en él mientras dibujaba. Nunca había sentido tanto como si la estela fuera una extensión de sus propias venas, como si estuviera escribiendo en su propia sangre, como si toda la energía en ella estuviera siendo extraída por sus manos y dedos, su visión oscureciéndose mientras luchaba por mantener su estela firme, por terminar la runa. Lo último que vio fue el gran remolino ardiente de un Portal, abriéndose a la imposible vista de la Plaza del Ángel, antes de deslizarse a la nada

-Cazadores de Sombras: Instrumentos Mortales: Ciudad del Fuego Celestial

Amor diferente (Malec) - CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora